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La absurda guerra de las universidades
El Repaso

La absurda guerra de las universidades

UR y UNIR se dieron la mano literalmente. Ojalá sea la primera vez de otras muchas

Pablo Álvarez

Logroño

Domingo, 30 de junio 2024, 09:41

Esta semana tocaba llevarse bien, firmar acuerdos y hacerse fotos que parecían imposibles. Será cosa del Orgullo que se acercaba, y en realidad mejor nos iría si todos nos guiáramos más por ese espíritu: vive, deja vivir y acepta al que no es como tú. Que este cuento es breve y todos acabaremos en la cuesta de Pavía.

Después de ver a PP y PSOE firmar lo del Poder Judicial (con una mandamás checa detrás) ya debería haber estado curado de espantos. Pero reconozco que aún así lo del jueves me sorprendió. Porque ahí estaban los jefazos de la UR y la UNIR, juntos para firmar en el mismo papelote y darse la mano. Aunque esta vez detrás no había señora sino señor: Gonzalo Capellán, presidente él.

El hecho de que a todos nos llamara la atención la imagen ya habla mucho de cómo han sido las cosas en la educación universitaria riojana en los últimos años. También el tono de cómo hablaron los dos señores. Adusto, exigente y un pelín tirante el rector de la pública, más suave y buenrrollista el de la privada. Y es que, desde que nació la UNIR, la UR ha estado de uñas. Sintiéndose atacada casi por cada paso de la privada, los sucesivos responsables de la institución han mostrado por todos los canales posibles ese disgusto, paso por la justicia incluido. Mientras, el perfil de la UNIR ha sido casi siempre más bajo, respondiendo lo justo y como si la cosa no fuera con ella.

Y en realidad no, no iba mucho con ella. Entiendo perfectamente el disgusto de la pública riojana, como en realidad de toda la pública española. La revolución digital pasó por encima de la mayoría de ellas, que no supieron aprovechar la oportunidad de crecimiento casi infinito que les brindaba la educación online. He puesto «no supieron», pero también hubiera podido decir «no pudieron»: muy probablemente su rígida estructura (de personal, sobre todo) les hubiera impedido de todos modos coger ese tren aunque hubieran sabido a qué estación llevaba.

Mientras, la UNIR tiene sus propios peligros en este viaje. Aferrada a ese expreso del crecimiento (un milagro empresarial en sí mismo que aún no tiene techo) es su pelea no convertirse en lo que otras instituciones son o han sido con mucha desvergüenza: fábricas de títulos pagados.

Son, en realidad, problemas compatibles que deberían animarles a una colaboración más que posible. Ninguna de las dos se contaminaría, no. Este es un viaje que pueden hacer juntas.

Jueves Logroño

Frente al Revellín

Siempre me ha parecido sumamente chocante un hecho que a la mayoría de los logroñeses les parece, por lo visto, de perlas: que el entorno de nuestra mayor joyita histórica, el cubo y la puerta del Revellín, sea una playa de coches. Es síntoma de cómo ha sido durante mucha parte de su historia Logroño, una ciudad a la que casi todo le daba igual con tal de poder dejar el coche en la puerta. No hace falta ser tan viejo para recordar el atentado que se cometió a los pies del puente de Piedra. El Ayuntamiento viene con el proyecto ahora de esconder esos coches bajo tierra y cambiar la zona de arriba a abajo. Que exista el plan es bueno, aunque a largo me lo fías. Y el plano final me gusta. Pero hay dos detalles que no tanto: uno, que parece que toda la planificación haya de pasar necesariamente por acoger a varios miles de coches en ese entorno. Y dos: vamos a excavar en busca de piedras que, sí, están ahí. ¿Qué haremos con esos pedazos de nuestra historia?

Domingo España

La mejor España

Sigo envuelto en la bandera rojigualda, con ese convencimiento que nos sale a los españoles cuando ganamos. Hay algo en este equipo que me parece aún mas loable. Dos de sus titulares nacieron en Francia, otro en Cataluña de padre marroquí y madre guineana, otro en Pamplona de padres guineanos que saltaron la valla de Melilla tras cruzarse a pata un desierto. Así es la mejor España posible en el futuro: los de siempre y los «nuevos», juntos bajo la misma camiseta para hacer cosas grandes. O al menos para darlo todo intentándolo.

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