¿23.000 imbéciles?

Ejemplo. El pasado martes, miles de personas se agrupaban en Dallas en el punto exacto en el que mataron a John F. Kennedy. Eran todos fanáticos del movimiento Q (lo más a la ultraderecha de la ultraderecha yanqui) que estaban convencidos de que ese día, a las 12.30 exactamente, iba a resucitar el hijo muerto del presidente Kennedy (John John, que lleva fiambre desde 1999) para proclamar su apoyo a Trump y presentarse con él como vicepresidente a las próximas elecciones. Algunos hasta iban con banderas (que se vendían ya en Amazon, claro) con el lema 'Trump-Kennedy'.

Como no apareció, hubo quien cambió la profecía sobre la marcha: Kennedy Jr iba a aparece en escena con los Rolling, que casualmente tocaban en Dallas ese mismo día.

Como tontería es insuperable, ya me dirán. Pero solo es un ejemplo de las cosas que la gente puede llegar a creerse, y alrededor de las cuales va conformando su vida, justo en este momento en el que toda la información del mundo está disponible para todo el mundo.

No hace falta irse tan lejos, claro. Aquí mismo, en La Rioja, tenemos a 23.000 personas que se van acercando a la definición de tonto. Según avanzan los meses y la vacuna contra el COVID va demostrando su eficacia, seguir negándose a ponérsela y ya de paso poner así en riesgo su propia vida es, necesariamente, una tontería. Y como dijo Forrest Gump, el que hace tonterías es...

El otro día había 4 no vacunados en la UCI de un total de 7. Lo cual nos dice dos cosas. Una, que los no vacunados (que son el 10% de la población diana) tienen muchas más posibilidades de enfermar gravemente.

Y dos, que algunos vacunados también enfermarán, porque aunque la vacuna es muy, muy eficaz (más del 90%, parece) seguirá habiendo personas vulnerables. Y si esos 23.000 siguen igual, el virus seguirá vivito y coleando hasta que encuentre a esos débiles.

¿Y si dejamos de hacer el tonto?

De todos los proyectos con que La Rioja quiere aprovechar el maná europeo hay uno que no me gusta: el de la lengua. No por no significativo, sino por difuso. Otro es una obviedad: hay que regar de dinero La Rioja para convertir sus infraestructuras (sobre todo turísticas pero no solo) en una «enorregión» al nivel de lo que puede ser.

El de la «ciudad del envase» (ahora transmutado en Centro Nacional de la Tecnología del Envase) tiene, sin embargo, algo más de brillo. La idea parece realmente buena, y la inversión, si se concreta (esos 42 millones del ala) es esperanzadora.

Y oportuna. Porque es evidente que uno de los retos del futuro en una sociedad que quiere reducir sus residuos es la investigación en torno a los procesos de envasado y en cómo conjugar la necesidad de meter los productos dentro de algo con el hecho de que ese algo no puede acabar llenando nuestro planeta de basura.

De paso, es un buen ejemplo de cómo dirigir la inversión pública hacia algo que, a simple vista, parece que servirá a las empresas para sus fines a medio y largo plazo. Bienvenida sea, por tanto, la idea.

No hay años de profesión suficientes para hacer que algo como lo del niño Álex no duela a quienes tienen que escribir sobre ello. A la mayoría, habrá que decir: algún cuervo siempre hay, aunque créanme si les digo que no conozco personalmente a ninguno.

Ayer su familia despidió al niño que no debió haber muerto, y momento es de que ellos también descansen. En lo que puedan, porque evidentemente luego vendrá la ordalía que es siempre un juicio para las víctimas. Y el recuerdo que no terminará de borrarse en toda una región cuando las teles nacionales ya se hayan ido.

Adiós pues, Álex. Descansa.