2022, de pronóstico reservado
Un año de... Salud ·
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Un año de... Salud ·
Lista de espera, falta de médicos, Atención Primaria y Urgencias desbordadas, estrés y cansancio... las secuelas que dejó la pandemiaFuera de la Unidad de Críticos, pero bajo vigilancia en planta, estable dentro de la gravedad y con pronóstico reservado. La sanidad riojana ha vivido el año que ya nos deja bajo el síndrome del 'COVID persistente', afectada por secuelas desconocidas y por una descompensación ... generalizada debido al agravamiento de algunas viejas patologías. El tratamiento ya se ha prescrito, pero algunos de los fármacos son de lenta disolución y el alta definitiva puede tardar.
2022 comenzó, como siempre, con las doce campanadas, un ritual en el que el SARS-CoV-2 brindó con ganas antes de lanzarse a la fiesta ataviado con su portentoso disfraz de Ómicron. La nueva variante hizo saltar por los aires todos los protocolos con un tsunami de contagios descomunal: los 52.176 casos notificados hasta el cierre de 2021 se dispararon hasta los casi 82.000 a finales de enero. La incidencia acumulada a 14 días era a 17 de enero de 3.825,88 casos por 100.000 habitantes y la IA 7 se elevó hasta los 1.546,61. En el ámbito hospitalario la situación era inquietante –128 ingresados en planta y 14 en la UCI– ya el 10 de enero, un mes que, además, contabilizó otras 39 muertes por COVID que se unían a las dramáticas cifras de 221, con 263 fallecidos y del primer año pandémico, 585.
La vacunación y la inmunidad natural de los contagiados empezó a proteger a un rebaño riojano que comenzó a soñar con decir adiós al bicho. Primera pista: la Consejería de Salud disuelve a finales de febrero la unidad de rastreo COVID tras casi dos años de trabajo a destajo. La desescalada de la sexta ola y las nuevas directrices epidémicas hacen ya innecesario un grupo que contó con hasta 150 integrantes.
El fin de la pandemia, aunque el coronavirus seguirá años o décadas entre nosotros, empieza a ser un hecho a comienzos del verano. Se relajan las normas, se instaura la nueva normalidad y la mascarilla se convierte en un adorno más allá de los centros sociosanitarios y el transporte público. La pesadilla parece haber acabado en este 2022 en el que la cifra total de fallecidos por el COVID se ha ampliado hasta los 959 computados hasta ayer, 111 de ellos en los últimos doce meses. La IA 14 está en 214,08; la semanal, en 113,21; y los hospitalizados son 25, dos ellos en UCI.
El futuro inmediato es aún una incógnita. El anuncio de la reapertura de las fronteras chinas el próximo 8 de enero y el fin de sus restricciones y férreos controles ha erizado la piel del planeta por el temor a una explosión de contagios mundial y a la aparición de nuevas variantes. La Rioja, tras la administración este año de casi 150.000 dosis vacunales más, 26.000 de ellas pediátricas, llega con una cobertura del 91% (población con la pauta completa) y con 189.876 inyecciones de refuerzo administradas.
En el presente la pandemia ha dejado de ser una preocupación social, pero sus consecuencias mantienen renqueante a la sanidad riojana. Las contrataciones de profesionales y otras medidas tomadas por el departamento que dirige María Somalo no han logrado dotar del músculo necesario en lo médico a la Atención Primaria, que en mayo acumulaba una demora media de una semana para un cita presencial con el facultativo, un plazo que se reducía a cinco días en noviembre pasado, aún sin la gripe y el resto de virus respiratorios en plena expansión.
Con los profesionales de familia desbordados, la demanda de los pacientes se trasladó casi de inmediato a los servicios de Urgencia –CARPA y San Pedro– para situar a sus unidades al límite, en especial la hospitalaria, con 375 atendidos diarios en el área de adultos y 170 menores en la pediátrica.
En el resto del complejo las secuelas del 'COVID persistente' todavía son severas, en especial en el capítulo de las listas de espera. La demora media para entrar a quirófano en La Rioja, siempre que la cirugía no sea urgente, era de 92 días hasta junio, prácticamente el doble que antes de la crisis sanitaria, según los datos que el Ministerio difundió en noviembre pasado, una estadística que con 25,10 colocó por primera vez a la comunidad a la cabeza en tasa de personas por cada mil habitantes que están a las puertas de la sala de operaciones, 7.901 en el ecuador del año. El escenario no era mucho mejor en las consultas externas, con una bolsa de pacientes de 14.837 personas a 30 de junio.
Las lista de espera quirúrgica y las consecutivas olas de calor frustraron la estival y ansiada tregua del COVID, una vez que la viruela del mono quedó en un susto (cuatro casos confirmados en la región). El hospital San Pedro afrontó el peor verano de su historia en nivel de actividad desde su apertura y se vio obligado a mantener abiertos todos los controles y recursos por primera vez en época estival. Uno de los servicios más damnificados volvió a ser la UCI, con una media de entre 22 y 26 ingresados, muchos de ellos pacientes frágiles descompensados por el tórrido verano y otros por la mayor actividad quirúrgica para acelerar la merma de las lista de espera en el quirófano, con operaciones también por la tarde, en un plan de choque ampliado hace unas semanas con intervenciones también los sábados y la derivación de algunos pacientes al Hospital de Calahorra.
La sanación tardará.
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