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Víctor Soto
Miércoles, 24 de mayo 2017, 20:17
Casi dos meses, miles de kilómetros, lágrimas y sonrisas después, Éric Guinea atraviesa Europa de nuevo rumbo a España. El joven cooperante riojano, promotor de Las Ruedas Creativas, una organización centrada en el trabajo contra la despoblación rural, ha dedicado las últimas semanas a trabajar ... en Serbia en el campo de refugiados de Obrenovac, un antiguo campo militar donde cerca de 2.000 emigrantes, la mayor parte paquistaníes y afganos, tratan de encontrar el camino de futuro que las fronteras se empeñan en cerrarles.
No es la primera vez que Éric se vuelca con la dura realidad de los migrantes. «En julio, agosto y parte de septiembre del año pasado estuve colaborando en una cocina comunitaria en el extinto campo de refugiados de Calais», recuerda.
En esta ocasión, su idea inicial era ayudar en Ventimiglia (Italia) pero ahí se dieron cuenta de que sus manos no iban a ser necesarias, así que con su furgoneta y su compañero de viaje, Andrés, pusieron rumbo a Serbia. La ONG 'Hot Food Idomeni' en Belgrado les abrió las puertas de las cocinas del campo de Obrenovac, donde durante casi dos meses han trabajado pelando patatas, zanahorias y verduras para la elaborar la 'shorba', una sopa consistente para alimentar diariamente a esos refugiados.
Obrenovac es el punto y seguido para el periplo de muchos de los migrantes. «El recorrido de la mayor parte de ellos ha sido desde su país de origen a Irán, luego Turquía, Bulgaria y Serbia», explica Guinea. «Han dejado mucho dinero pagando a los traficantes de personas para poder cruzar las diferentes fronteras. En Serbia encuentran muchas veces una barrera difícilmente salvable. La frontera con Hungría está muy vigilada, así como la de Croacia, y la brutalidad policial es una constante en las fronteras», analiza. La solución de muchos: Rumanía, lo que convierte su viaje en «un periplo interminable».
Esa situación provoca que el ánimo del campo fluya «entre la nostalgia general, el optimismo de los recién llegados, la desesperanza de aquellos que llevan intentando cruzar las fronteras en incontables ocasiones y la añoranza por llegar a un país europeo donde se sientan queridos, un lugar al que puedan volver a llamar hogar».
El deporte como escape
Para tratar de paliar un poco las penas y subir la moral de los residentes en el campo, Éric Guinea recurrió a un deporte muy poco generalizado en España pero que arrasa en Asia: el críquet. «Contacté con el equipo Madrid Críquet Club, quienes desde el principio se involucraron de tal forma que me donaron sets de críquet como para jugar tres partidos diferentes a la vez», recuerda Éric. «De mi experiencia en Calais sabía que el críquet era el deporte rey en Afganistán y Paquistán, así que sabía que podía venir muy bien ese material. Cuando llegué al campo de Obrenovac, donde no había ninguna forma de ocio, supe que habíamos dado en el clavo», sintetiza.
Entre las cocinas y un campo de juego rediseñado en las antiguas instalaciones militares, Éric ha logrado que los migrantes se olviden un rato de sus problemas. «En Obrenovac juegan juntos tanto afganos como paquistaníes y el ambiente es fantástico, muy relajado. El compadreo está a la orden del día», recuerda el cooperante riojano. «Al estar tres horas más como único voluntario jugando al críquet he hecho muchos amigos y es muy duro tener que despedirse de ellos cuando se marchan a intentar cruzar las fronteras», dice Guinea.
«Las historias que aquí se esconden son duras, nadie deja su país por capricho, son gente de gran valor y a las que debemos abrir las puertas para hacer de esta transición lo más sencillo posible, hay que darles mucho amor y cariño, ayudándoles con políticas de integración y no con vallas y fronteras», resume Guinea en su camino de retorno a La Rioja.
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