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Jorge Alacid
Martes, 28 de marzo 2017, 12:13
Habló ayer Duquesa de la Victoria número 3, donde se aloja la sede del PP riojano: y habló para concluir que finalmente la responsabilidad de elegir al sucesor de Pedro Sanz recaerá sobre 2.597 afiliados inscritos, una vez purgado el censo inicial, formado por ... 2.735 personas. El cotejo de datos encargado a la comisión organizadora que pilota Alberto Bretón dejó fuera de Riojafórum a 138 militantes que incurrían en alguna irregularidad: o bien no figuraban al corriente del pago de cuota, o bien se habían inscrito por partida doble. También podía suceder que ni fueran afiliados...
Ocurre que quienes visitan estos días la entrañas del PP, luego de tantos años dejada su gestión en manos de Pedro Sanz y sus secretarios generales (José Ignacio Ceniceros, Conrado Escobar y Carlos Cuevas: nada menos), se sorprenden por la desorganización detectada en este tipo de detalles: familiares de altos dirigentes que querían votar este sábado y no habían satisfecho la cuota, alcaldes (y alcaldesas) que ni siquiera son militantes y un largo rosario de defectos propios de cuando se gobierna durante tan largo tiempo que no se dedica el cuidado necesario a mimar al partido. El tipo de mejoras que los dos candidatos, José Ignacio Ceniceros y Cuca Gamarra, prometen que distinguirán su gestión si son elegidos. El tipo de promesas que se olvidan en cuanto el trabajo en el Ejecutivo invita a desatender las tareas orgánicas.
De ahí, de esas lagunas en la gestión que han ido brotando en las convulsas vísperas congresuales, han nacido los principales quebraderos de cabeza para la comisión organizadora, cuyos miembros desvelaron ayer el resto de pormenores previos a la cita decisiva del sábado. Esa letra pequeña que tan nerviosos pone a los equipos de ambos aspirantes porque ya se sabe que el diablo está en los detalles. Como en el horario fijado para las votaciones, previsto para que se ejerzan hacia el mediodía en la larga decena de urnas dispuestas en el piso inferior de Riojafórum: arriba, entre la sala de reuniones, la de cámara (con su pantalla de plasma, por supuesto) y el vestíbulo (también con televisión incluida, desde luego) se repartirán esos 2.597 afiliados que desde las ocho de la mañana podrán ir retirando sus acreditaciones. Una hora después se abrirá el congreso, que debe concluir antes de las tres: por la noche hay concierto sinfónico. Y los músicos protagonistas se supone que tendrán que ensayar.
Si todo fuera como antaño, los asistentes se desayunarían con el informe de gestión, a cargo del secretario general saliente, pero como Carlos Cuevas milita de modo entusiasta en uno de los bandos en liza, a nadie debería extrañarle que semejante cuestión desaparezca del orden del día... Avanzará la mañana. Antes de depositar su papeleta, los afiliados debatirán las dos ponencias y atenderán los discursos de Ceniceros y Gamarra pidiendo directamente su voto: ese tipo de formalidades propias de las democracias avanzadas. Será entonces cuando ambos conozcan si todos aquellos que les anunciaron su respaldo por fin se lo otorgan. De momento, sus colaboradores siguen embarcados en el proceso de captación de apoyos, procurando asegurar la mayoría de ellos para sus jefes. Que tienen también sus propias preocupaciones previas: por ejemplo, rellenar la lista de 22 miembros de esas respectivas e hipotéticas direcciones que les acompañarían en caso de victoria.
Que será para algunos el día en que se escriba el primer capítulo del libro de las decepciones.
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