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Jorge Alacid
Jueves, 16 de marzo 2017, 12:41
El pasado 6 de mayo, los asistentes a la reunión de la cúpula del PP tuvieron que frotarse los ojos y abrir bien los oídos: José Ignacio Ceniceros, el dirigente tranquilo de quien se desconocía toda voz altisonante y todo gesto imprevisible, pasó al ataque. Ante sus (en teoría) compañeros, el presidente del Gobierno tronó. Censuró a su predecesor, Pedro Sanz, el trato dispensado hacia él y los suyos desde que tomó posesión del Palacete, relató una larga nómina de desaires y recibió una réplica parecida: Sanz no se arredró, contragolpeó con la relación de codazos recogidos en su entorno desde el equipo de Ceniceros y confirmó lo hasta entonces sólo intuido. La división latente se hizo evidente: el PP no sólo estaba desunido. Amenazaba cisma total. Nada volvería a ser igual desde aquella noche.
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Unos meses después, Ceniceros tomó la palabra de nuevo ante la junta directiva del PP. Aquel 16 de septiembre, según desveló ayer, su intervención ante los más escogidos miembros de su partido siguió el mismo guión: denunció la falta de apoyo detectado desde el partido y exhibió su legitimidad para convertirse en el nuevo presidente, el mismo discurso que lleva aireando desde que medio año después de jurar su cargo ya anunciara tales intenciones. Luego, han ido menudeando tantas señales en esa dirección que el acto de ayer tenía un sentido casi protocolario: visualizar lo que hasta ahora sólo se podía entrever. Esas aguas subterráneas que salen a la superficie.
Y que bajan bravas, tanto como el cercano Ebro donde Ceniceros posaba a media tarde junto a sus afines convertido en otro Ceniceros. Un José Ignacio desencadenado, protagonista de una comparecencia ante la prensa bastante insólita: los periodistas lanzaban sus preguntas al presidente desde el fondo de la sala del curioso escenario elegido para proclamar su candidatura, la cafetería de Riojafórum. Y Ceniceros respondía escoltado por los suyos, que permanecieron rodeándole mientras le veían subir a la red. Porque no conforme con las andanadas que había ido soltando durante su discurso, todavía escondía alguna perla más en su arsenal. Fue precisamente en ese turno de preguntas cuando el candidato clamó contra la falta de neutralidad observada en el aparato del partido que tutela Pedro Sanz, se lamentó del pobre papel que la dirección reserva al todavía secretario general (Carlos Cuevas, sentado a su lado, que asentía mientras se encogía de hombros) y ofreció su versión de aquella reunión de junio del 2015, cuando el sanedrín del PP le postuló como nuevo jefe. «Yo no era el candidato del presidente», reiteró, en referencia a Sanz, a quien evitó cuidadosamente citar por su nombre hasta que no aguantó más. Hasta que enarboló el comunicado enviado el lunes por el PP tras la rueda de prensa en que Sanz anunció su adiós y proclamó: «Sanz lo dijo todo y yo he dicho bastante».
Así que desatado por completo, Ceniceros denunció maniobras indeterminadas de sus rivales, a quienes señaló telefoneando para presionar a las bases en favor de Gamarra. Denunció argucias del aparato para impedir que se inscribieran nuevos afiliados promovidos por su candidatura y clamó: «El que hoy es presidente del partido debería guardar una neutralidad exquisita». ¿No existe tal neutralidad? «Me hubiera gustado que hubiera», replicó, mientras se quejaba de la falta de recursos que sufre su candidatura en oposición a los que, a su juicio, distinguen a la liderada por la alcaldesa de Logroño. «Pero vamos por buen camino», subrayó. Como si no quisiera desanimarse. Como si quisiera llamar ante sus incondicionales a un cierto espíritu de Riojafórum: el mismo espacio donde el 1 de abril se sabrá quién sucede a Sanz. El escenario donde Ceniceros ya se imagina elegido patrón del PP riojano: «Con este respaldo, Riojafórum se va a quedar pequeño».
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