José Ignacio Ceniceros posa antes de la entrevista. :: j.r.

Muy cuco

Jorge Alacid

Sábado, 24 de diciembre 2016, 16:59

Entra bromeando a cuenta de su corte de pelo, pertrechado de carpetas en donde luego curioseará sólo de cuando en cuando: esos papeles donde se ocultan los logros de su Gobierno durante este 2016 que ya declina. Traje azul oscuro, corbata azul celeste y azul ... también la camisa: todo muy discreto, todo muy previsible, como es norma en José Ignacio Ceniceros. Un dirigente refractario a las sorpresas que, por lo tanto, procura no sorprender en sus respuestas a los periodistas. También procura (y casi lo consigue) no perder la sonrisa, ni siquiera cuando le mientan a Pedro Sanz. Juguetea con la caperuza de su pluma, subraya alguna frase con golpes sobre la mesa (la mano de canto) e imita con éxito a Mariano Rajoy cuando recurre al ejemplo del titular de la Moncloa para arrimar esa sardina a las ascuas de sus ambiciones electorales: si todo el PP está de acuerdo en que Rajoy sea a la vez jefe del partido y presidente del Gobierno, en La Rioja debería suceder otro tanto.

Publicidad

Muy cuco.

Su voz monocorde sirve como condensado de su discurso: impera el tono grave. Se descartan los agudos y las estridencias mientras reparte estopa a esos misteriosos rivales de su partido a quienes evita cuidadosamente citar. «Algunos tenemos muy buena memoria», avisa a cuenta de aquel lejano episodio cuando todo el PP riojano se unió para entronizar a Pedro Sanz como nuevo jefe y derrocar a Joaquín Espert, «que supo dar un paso atrás». «Yo ahora estoy esperando ese mismo paso», confiesa. Y añade: «La envidia es muy mala consejera». Así, como quien no quiere la cosa... Y mientras recoloca las grabadoras que parecen apuntarle como armas de información masiva, lanza más dardos a sus enigmáticos contendientes. ¿Habrá otra foto que no sea la suya en el cartel electoral del PP? Ceniceros se ríe. «¿Presidir el partido sería el primer paso para repetir como candidato?». Respuesta: «O no».

Cuco. Muy cuco.

Así que Ceniceros agudiza su estilo zen hasta mutar del todo en Rajoy. Hasta desconcertar al periodista: imposible saber si sube o baja la escalera. Respuesta presidencial: «Cuando vas a Villoslada, subes; pero cuando vienes a Logroño, bajas». Otra risa, cada vez más franca, aunque pronto se repliega de nuevo sobre sí mismo. Parapetado tras su concha de galápago, como esa tortuga de lentísimos pero eficaces movimientos que sirve como metáfora de su año y medio de mandato, Ceniceros achina los ojos como uno de esos inescrutables líderes del PC chino, consulta el móvil unos segundos para meditar la respuesta y sube de nuevo a la red. Raquetazo a esos queridos enemigos de su partido a quienes nadie nombra pero todo el mundo conoce: «Hay gobernantes a los que les gusta mucho cortar cintas inaugurales. Yo no soy de esos».

Cuco, cuco, cuco.

Las luces de Navidad iluminan el Espolón, una sombra fantasmal tras las paredes de esta salita que fue despacho de Manuel Arenilla y hoy preside un descomunal retrato del Rey. La entrevista se va clausurando. El presidente acompañará luego a la comitiva de periodistas en un fugaz paseo por otras estancias del Palacete; descenderá con ellos en el ascensor y les despedirá con los saludos protocolarios tan caros a estas fiestas. Cuando le han preguntado por los éxitos que rescataría de su gestión en el moribundo 2016, ha abierto un carpeta y extraído un papelito titulado como esos especiales de televisión propios de estas fechas: 'Lo mejor del año'. Sólo entonces se permite algún titubeo, mientras se felicita de la mejora del clima político y exhibe con orgullo los datos de empleo. Y cuando le interrogan por su reverso, por las noticias más sombrías, esas que hubiera preferido evitar, Ceniceros resopla. Luego pronuncia la palabra maldita: «Altadis».

Parece el único momento de debilidad que se concede el presidente durante la hora y media de entrevista, esclavo del guión prefijado del que evita siempre salirse. Así que aprovechando esa grieta, los segundos de relajación que Ceniceros se regala, estira un poco las piernas bajo la mesa y admite que sí: que con Pedro Sanz se vivía mejor. En el sentido de que su responsabilidad como presidente del Parlamento no puede compararse con los agobios de quien defiende el Palacete. Ese Palacete que cada día recuerda más a un fortín asediado por el fuego amigo. Confesión final: que a Ceniceros le hubiera gustado algo más de ayuda de los afines. Y que encuentra en la oposición, por el contrario, el auxilio que los propios tanto le han negado.

Publicidad

Qué cuco.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

¡Oferta 136 Aniversario!

Publicidad