No creo, no quiero, tener que volver a escribir sobre algo como aquello. No fui el primero ni fui el último. Pero como a tantos otros me tocó escribir en aquellos años sobre Juan Álvarez Gambín, sobre aquellos pobres chavales, y sobre aquella historia increíble ... en la que lo más increíble de todo es que era verdad. Aquí. En nuestro pueblo.
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Recuerdo aquello con una sensación de irrealidad. No era entonces consciente, pero los años me van acercando a la certeza de que, con un poco de suerte, Logroño no volverá a conocer un caso semejante. La prensa no pudo entrar nunca en aquella sala, durante un largo juicio evidentemente a puerta cerrada. Esperábamos el final de la sesión, hablábamos con los abogados. Sabíamos que algunos de los chicos se desdecían durante la vista: no hablaban, no recordaban lo que habían declarado durante la instrucción, con sus padres o tutores delante.
Pero la sentencia era absolutamente implacable en su descripción pormenorizada, niño a niño, caso a caso. Ese desfile de críos que se turnaban en el sofá según los iban 'matando' en el videojuego. Esa progresión de tocamientos, felaciones, violaciones... Esa increíble relación de más de veinte niños subiendo una y otra vez a la planta baja de aquel videoclub ya cerrado, sabiendo lo que les esperaba, pero demasiado indefensos y necesitados, subyugados por la personalidad increíble de Gambín.
El horror absoluto, sin embargo, siempre será para mí aquella escena de siete chavales violando por turnos a una cría de 13 durante toda una tarde, bajo la guía del monstruo, que mientras tanto los manoseaba y alentaba. Los niños del videoclub eran vulnerables, y Gambín lo sabía: chicos pobres, algunos desamparados. Y jugó con ellos, con su voluntad y con su dignidad pisoteada, haciéndoles sufrir por lo que hacían con ellos y, también, por lo que les hizo hacer a ellos.
Aquellos 602 años (que luego el Supremo rebajó por la dilación del caso y porque no consideró probada la violación a uno de los críos, que nunca se presentó al juicio) será un récord difícil de superar. Ojalá nunca se supere. Ojalá ni a mí ni a nadie nos toque volver a contar que aquí, en este pueblo, pasó algo tan increíble.
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