Ernesto Pascual
Domingo, 13 de noviembre 2016, 19:49
Como el pastorcillo que llegaba a la aldea advirtiendo de que, esta vez sí, llegaba el lobo, los vecinos de Enciso y del valle del Cidacos cumplen lustros recibiendo anuncios y compromisos de que la presa viene, que la presa crece, que la presa finalizará. ... Que sí, esta vez sí. Pero descreídos desde hace tiempo, ya sólo esperan el final del cuento. Mientras, un mamotreto sin uso de 70 metros de hormigón corta como una cuchilla el valle del Cidacos aguas arriba de Enciso.
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Cuando ayer leían la noticia de Diario LA RIOJA sobre la decisión del Ministerio de Medio Ambiente de no prorrogar el contrato con las empresas adjudicatarias, los que se acodaban en los bares de Enciso no caían en sorpresa. La conversación pronto hilaba situaciones. Ahora entendían por qué el jueves había dos coches con matrícula del Ministerio en Enciso. Y por qué algunos de los trabajadores con cargo en la obra recibieron la carta de despido o la invitación a la prejubilación.
El rumor comenzó a correr por Enciso el jueves: las empresas se iban, se llevaban hasta las casetas de obra, salía la última maquinaria pesada. Quedaba un erial. En la oficina en la cumbre de la presa esperaban sólo tres turismos. Tres cargos de la obra. «Así han pasado todo el año, no hay ni para jugar al mus», lamentaba un vecino de este 2016 que ha avanzado sin que la pared del embalse haya crecido un centímetro -mide desde diciembre pasado 70 metros de los 103 proyectados-.
Desde los ayuntamientos de Enciso y Arnedillo reprochaban que nadie haya informado oficialmente de ningún movimiento. «Sé lo que he oído en la calle», se resigna el alcalde de Enciso, Ricardo Ochoa. Compartiendo hartazgo con sus vecinos por 20 años de vaivenes, afirma que es «demencial que no se termine cuando queda el 18% de la obra». Y, como hacen otros vecinos por las calles, recuerda que la obra de la presa lleva aparejado el Plan de Restitución Territorial, con inversiones prometidas a Enciso en carreteras -las que rodean a la villa están muy deterioradas-, restitución de taludes, adecuación del vaso, etc.
«Todo el mundo se va de la obra y eso supone retirar la planta de hormigón o la cinta rotter, que colocarla cuesta un millón de euros», se indigna el alcalde de Arnedillo, Pedro A. Montalvo, recordando que la obra «no es ni del PP ni del PSOE sino de los impuestos de los ciudadanos. No querer terminarla, que hoy son 30 millones, puede convertirse en una década y 50 millones más».
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Con la duda sobre cómo y en cuánto tiempo se retomará el proyecto, los establecimientos hosteleros lo que les afecta las paradas en la obra. «Siempre tenías gente al café, el que bajaba a almorzar a mitad de mañana, las comidas, la cerveza al salir», describe un hostelero. La incertidumbre también afecta a los dueños de las fincas donde, en las proximidades de la villa, descansan los áridos extraídos de la presa de Antoñanzas de Arnedillo. No saben si les pagarán la renta. Hoy, el pastorcillo no advierte, no responde. Y el cuento sigue sin tener final.
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