Pocos lo vieron venir y el resto subestimó las probabilidades de que Donald Trump se convirtiera en el nuevo presidente de Estados Unidos. Y ayer, a primera hora de la mañana, España se despertó con la victoria del magnate inmobiliario y la recibió con una ... mezcla de sorpresa e indignación.
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Sorpresa porque nadie esperaba no sólo que Trump llegará a la Casa Blanca, sino que los republicanos (un partido en crisis) mantuvieran la mayoría en el Congreso, tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado. La lógica y el sentido común, a pesar de que Trump estaba cerca en las encuestas, apuntaban a que Hillary Clinton finalmente ganaría la elección. Pero esta campaña ha echado por tierra todo lo esperable o lo considerado normal y nos ha recordado que existe el voto oculto y el efecto de la espiral del silencio. Una realidad difícil de medir en la que los votantes de Trump no manifestaron su intención de votarlo en las encuestas al ser la opción rechazada por la mayoría. Un voto al que Trump le debe su victoria.
Tras el estado de shock inicial surgía una corriente de indignación entre millones de ciudadanos de todo el mundo. Porque el nuevo presidente ha demostrado durante más de año y medio de campaña que es agresivo, provocador, xenófobo, en algunas propuestas radical y poco amigo de las mujeres, los musulmanes o los hispanos. Pero esa misma persona tiene ahora por delante 4 años (que si sigue la tendencia habitual podrían ser 8) para dirigir la primera potencia del mundo y la gran cuestión hoy es saber cómo lo va hacer.
En esta nueva era de la historia de la política de Estados Unidos y del mundo podremos ver a un Trump ya conocido en su papel de candidato o a un Trump presidente más moderado, centrado y tranquilizador, como demostró poder ser unos minutos después de conseguir los votos necesarios para alanzar la Presidencia en su discurso de aceptación de la victoria. Un discurso muy presidenciable que siembra la primera semilla de esperanza de que el nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas también puede llevar a cabo una buena gestión. A su favor tiene la posibilidad de mejorar su imagen con poco que consiga hacer porque las expectativas con las que parte todavía son muy bajas.
Ayer, 9 de noviembre comenzó la era Trump, un periodo que se caracterizará por el cambio, por la novedad y por la incertidumbre de qué pasará en cuestiones clave como la economía o la defensa, hasta ahora algo difusas y esenciales para el mantenimiento de la estabilidad mundial y nacional. De momento, 48 horas después de conocerse los resultados, el mundo se recupera de la noticia y los mercados intentan esquivar el efecto Trump tras una jornada de números rojos y bajadas.
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Sin embargo, a pesar de las dudas, la incertidumbre y las incógnitas por resolver en el corto y medio plazo, no hay que perder el foco real de estas elecciones: Trump es presidente porque millones de estadounidenses le han votado en las urnas y confían en él. Los ciudadanos le han elegido entre varias opciones y él gobernará con total legitimidad el país a partir del 20 de enero, día en el que empezará la Administración Trump. Una Administración que sin empezar a andar ya ha pasado a la historia.
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