Hace ya unos años, Guy Standing hablaba de la creación de un precariado global para referirse a cómo los gobiernos habían transferido los riesgos y la inseguridad a los trabajadores y sus familias, que quedaban así desprovistos de cualquier tipo de estabilidad. Esta nueva situación ... podría convertir a este grupo en una clase peligrosa, tendente a escuchar a voces inquietantes en forma de nuevas plataformas políticas. Standing concluye que la agenda neoliberal, mediante la constante precarización e inseguridad, está creando un monstruo político a punto de emerger. Por eso, habría que hacer un esfuerzo para evitar que esto pasara.
Con la victoria de Donald Trump en Estados Unidos parece que el monstruo político ya ha llegado. Esto ha sido posible tras una doble victoria: la primera dentro de su propio partido y la segunda contra la candidata demócrata, Hillary Clinton.
El Partido Republicano se encontraba dividido entre el establishment, que controlaba el aparato del partido, y el movimiento ultraconservador nacido al calor del Tea Party. Entre ambas posiciones, Trump, como un outsider, se abrió un hueco y consiguió que tras su elección ambas facciones le apoyaran. Curiosamente, Bernie Sanders, en el partido demócrata, enmarcó su proyecto dentro del socialismo democrático y compitió contra el establishment, representado por Clinton. Sanders, cuyo programa se aproximaría al de la socialdemocracia (recuperación del estado de bienestar: educación, salud, derechos laborales), tuvo un apoyo considerable de la clase trabajadora. Aun así, perdió ante Clinton.
En este contexto, Donald Trump basa su éxito en la oposición al establishment y en la recuperación del queremos que nos devuelvan nuestra América, esto es, la defensa de la identidad norteamericana. En esta confluencia entre lo económico y lo identitario nos encontramos con esta clase peligrosa, que no considera que los políticos tradicionales (y menos aun entre los pertenecientes al establishment) sean capaces de entender sus preocupaciones y recoger sus demandas.
El líder del partido laborista británico, Jeremy Corbyn, ha interpretado la victoria de Trump como un rechazo al establishment político y a un sistema económico contrario a la gente. Este parece confirmarse con el hecho de que Clinton perdiera en los tres estados industriales blancos (Michigan, Wisconsin y Pennsylvania), feudo tradicional del partido demócrata. Sin duda, la competencia con Sanders hubiera resultado más complicada para Trump en estos estados. Pero, frente a Clinton, la oposición de Trump contra una de las principales amenazas para la seguridad de los trabajadores, los tratados de libre comercio, ha sido central para asegurar a la clase trabajadora una mayor protección y frenar los procesos de externalización y desindustrialización.
Además, Trump no se ha limitado a captar la inseguridad económica de la clase trabajadora. Ha recuperado el ideario desarrollado por el Tea Party: contra Obamacare (es decir, contra pagar más impuestos y un sistema de redistribución público), contra el endeudamiento y contra la inmigración. Es este último aspecto el que le ha permitido a Trump acentuar el aspecto racial, sin olvidar un importante componente de discriminación de género. La clase trabajadora se concreta así para Trump en una clase trabajadora blanca masculina. Sus duras palabras contra los musulmanes y los inmigrantes mexicanos han generado rechazo en varios sectores de la población, pero, a su vez, han conseguido la adhesión de quienes consideran que la identidad norteamericana (sus valores, principios, tradiciones) están amenazados por otras culturas ajenas. De aquí que Trump llegara a acusar a México de enviar a gente que solo traen problemas, drogas y crímenes, además de ser violadores.
Con todo, sería erróneo pensar que los votantes de Trump sólo responden a este perfil, ya que los hay con mayores ingresos económicos y también procedentes de zonas rurales. Lo que sí que hay que reconocer es que ha identificado a un grupo vulnerable, caracterizado por su frustración, creciente marginalización económica y rechazo del establishment político. Un grupo con un fuerte componente de clase, acompañado por un sentimiento de nacionalismo, machismo y xenofobia.
Sería demasiado simple reducir a Trump a un populista por su oposición al establishment (obviando, de paso, los problemas que está generando el sistema neoliberal). El nacionalismo, o nativismo, opuesto a lo extranjero y a la diversidad cultural se ha convertido en un modo de canalizar el miedo a las amenazas económicas y sociales. El monstruo político ya ha llegado como síntoma de un malestar existente. No se trata de negar el malestar (la creciente inseguridad y vulnerabilidad social), sino de buscar otras opciones progresistas para combinar la lucha contra la desigualdad económica con el respeto a la diversidad cultural. Este sería el mejor modo de combatir al monstruo. Y mejor no esperar mucho para hacerlo.
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