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María Félez
Martes, 1 de noviembre 2016, 13:19
Pocas veces habían oído hablar de su abuelo Antonio. En la familia de Juanfran, como en muchas otras, se había pasado página en silencio a lo que ocurrió en España en la primera mitad del siglo pasado. La vida continuaba con el dolor contenido de ... los hechos que marcaron a toda una generación que creía que la prudencia era la mejor forma de llevar la intrahistoria de una guerra, de las gentes que desaparecieron sin dejar rastro, de sus terribles consecuencias.
Pero un día, una conversación, un pequeño dato lo cambió todo y desde ese momento Juanfran decidió que era el momento de saber qué había pasado con ese abuelo que desapareció para luchar en el frente y nunca más volvió a su casa de Alcanadre donde trabajaba en el campo y había dejado a una mujer embarazada y a dos pequeñas princesas de dos y cuatro años.
Y entonces empezó a saber. Antonio había sido agricultor y afiliado a UGT. «El tesorero le oí decir alguna vez a mi madre», recuerda. Su pasado sindicalista le hizo ser reclutado a la fuerza en las filas del ejército franquista y, tras ser herido en Teruel, logró escapar en una deserción en masa de aquellos que estaban allí por los mismos motivos. Entonces se pasó a las filas del bando republicano, donde llegaría a ser teniente en la 37 Brigada Mixta.
Una vez terminada la guerra, Antonio sabía que volver a Alcanadre significaba terminar fusilado y olvidado en alguna cuneta. Quizás nunca supo que para limpiar el honor familiar su hermano Rufo había tenido que alistarse en las filas de los nacionales y había muerto en combate.
En el año 1939 se trasladó a Francia donde durante meses vivió en uno de los tantos campos de refugiados en los que sobrevivían los compatriotas que pudieron escapar. «Allí lucharía en las primeras batallas de la Segunda Guerra Mundial en la compañía 88-89», explica su nieto. De ese tiempo es una de las pocas fotos que tienen de él. Saben que es del noreste de Aux de Provence... poco más. Luego llegaría la captura en Epinal y el traslado al campo de concentración de Mauthausen, donde se encontraría con otros riojanos y con los más de 7.500 españoles que fueron deportados allí y de los que sólo sobrevivieron 2.300 personas. El alcanadrés no volvió jamás.
Después de meses de trabajos inhumanos fue trasladado, como tantos otros, al campo anexo de Gussen donde según los registros del campo murió el 31 de octubre de 1941. Justo ayer hizo 75 años. Ahora su familia sabe la verdadera historia de Antonio y por eso puede, por fin, pasar página.
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