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Pablo Álvarez
Lunes, 6 de junio 2016, 00:44
«¿Pero es que nadie piensa en los niños?», dice un personaje de Los Simpson. «¿Pero es que nadie piensa en los niños?». Un mantra que se ha convertido en frase de la cultura popular fácilmente aplicable, como ocurre con estas cosas, a todos los ... órdenes.
Pero puestos a pensar, hablando de las cosas del consumo, sí que hay alguien que piense en los niños. Más bien todo el mundo. Al menos, todo el mundo que quiere vender. Porque el público infantil es uno de los más agradecidos: su influencia, mediatizada en mayor o menor medida por los padres, marca tendencias y mueve mucho, mucho dinero.
El problema es que ese mercado está colisionando, cada vez en mayor medida, con la salud alimenticia de una población muy vulnerable. Y los resultados está siendo alarmantes.
Que los países desarrollados pasan por una epidemia de obesidad es ya un lugar común que no necesita demostración. Y que esa epidemia va a ser uno de los problemas de salud pública de las próximas décadas, también. El caso es que, sin embargo, gran parte de los alimentos que se dirigen al público infantil no cumplen las recomendaciones sanitarias en lo referente sobre todo a azúcar, sal, grasas saturadas y calorías.
Y sin embargo, el marketing de esos alimentos se dirige con precisión quirúrgica al público infantil, mediante regalos, juguetes o la identificación con personajes de dibujos animados perfectamente reconocibles.
Juntamos, pues, alimentos no saludables con un marketing especializado: el resultado es niños más gordos, y adultos más obesos.
Para luchar contra eso, el enfoque hasta ahora en los países desarrollados está siendo la información: campañas de educación, desayunos saludables en los colegios, información nutricional en los productos... Algunos países han ido más allá, como los franceses que impusieron hace tiempo un impuesto sobre las bebidas azucaradas. El resultado: hasta el momento, simplemente nulo.
La normativa chilena
Quizá por esa costumbre del amagar pero no dar, la aparición de la nueva normativa chilena sobre los alimentos destinados a niños ha sido noticia en todo el mundo. ¿La razón? Chile ha legislado directamente para sacar del mercado un buen número de productos conocidos universalmente.
Básicamente, lo que Chile ha hecho es prohibir que los alimentos que superen las cantidades marcadas por el ministerio de salud de elementos como azúcar o grasas saturadas puedan estar dirigidos a niños. Para lograrlo, se prohibe que se publiciten utilizando la promesa de regalos. Perjudicados por la norma, porque han sido directamente puestos fuera de la ley, son productos tan universalmente conocidos como los Huevos Kinder o los 'Happy Meal' de McDonalds.
Más aún, la norma obliga a que los productos que sobrepasen los niveles lleven carteles parecidos a los del tabaco (letras negras sobre fondo blanco) que lo indiquen claramente. Y tampoco podrán ser ofrecidos en los restaurantes escolares (que en Chile pueden vender alimentos) o incluso, en algunos municipios que han extendido la norma, en las tiendas que estén situadas cerca de esos colegios.
Es curioso, pero la evolución de la normativa contra los alimentos ricos en azúcar se parece poderosamente a la que hace unas décadas empezó a penalizar el consumo de tabaco. Primero se gravó su consumo con impuestos, luego se puso trabas a su publicidad o a su consumo en el público más joven, finalmente se extendió la prohibición a espacios públicos mientras se aumentaba aún más la fiscalidad.
El resultado ha sido, al menos en los países más avanzados, una mejora evidente: el consumo de tabaco se ha venido reduciendo en todos los estratos de población, produciendo un cambio en hábitos de consumo que hasta no hace mucho parecían inamovibles.
¿Pasará lo mismo con los alimentos demasiado azucarados, salados o grasos? El tiempo lo dirá. Por ahora, parece que el cerco normativo al la industria ha comenzado. Y aunque parezca un mercado secundario, Chile sólo es un síntoma. La marea llegará.
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