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Víctor Soto
Viernes, 29 de abril 2016, 21:38
Cuando Ramón Castroviejo volvió a España en 1975, empaquetó todo el conocimiento de una vida en varios contenedores de barco. «Quería que su legado acabara en su país», explica Isabel Valcayo, doctora por la Universidad Complutense con su tesis 'Castroviejo: trayectoria científica e intelectual de un oftalmólogo del siglo XX'.
«Libros, fotos, películas de operaciones, cartas personales y profesionales, archivos» estuvieron varados durante meses en el puerto de Nueva York hasta que Transmediterránea trajo esos contenedores a España, a la Universidad Autónoma. Entonces, comienzan los problemas porque el legado no recibe el trato prometido. Pero en los años 80, tras un abandono patente, la Complutense se hace cargo del material donde permanece gracias a la reubicación del Instituto de Investigaciones Oftalmológicas Ramón Castroviejo.
«Había 160 archivadores con documentación, más de 900 películas, ficheros, diapositivas... No queremos que se pierda nada de su legado y su gran labor debe ser reconocida», indica la doctora. Después de organizar la documentación el Instituto cuenta con una biblioteca única sobre la especialidad, en la que además de libros y revistas sobre Oftalmología, se ubica el archivo personal de uno de los más prestigiosos oftalmólogos del siglo XX.
Junto a Valcayo, un equipo formado por María Jesús Santurtun, Carmen Esteban, Juan José Salazar y Alfredo Baratas han ayudado a que el tesoro del ilustre riojano vuelva a brillar. Entre los fondos abundan las joyas, como «películas de operaciones desde los años 30». «Las grababa para la docencia», explica Valcayo. También cartas personales, como en la que declinaba su asistencia a la boda de la hija de Franco por asuntos personales o la correspondencia con el presidente republicano Juan Negrín, con Fidel Castro o el músico Andrés Segovia, entre otros muchos.
un gran deportista
Ramón Castroviejo no sólo fue un doctor excelente, sino que también fue un meritorio deportista. Para la historia queda que el primer gol logrado en Las Gaunas, en 1924, fue obra del entonces estudiante de 19 años vestido con la casaca del Club Deportivo Logroño. Pero el fútbol no fue su única pasión. «Era muy activo», recuerda Isabel Valcayo, que en su tesis ha dedicado un capítulo a esa faceta deportiva. «Por ejemplo, iba de Logroño hasta Bilbao en bicicleta para ver a la familia que allí vivía. Además, tenía un carnet especial para nadal en el Ebro», incide. Incluso llegó, en 1929, a ser campeón de Castilla en lazamiento de jabalina, con la camiseta de la Real Sociedad Gimnástica, tras un lanzamiento de 46,78 metros.
Porque Ramón Castroviejo, en su estancia estadounidense, desde 1928 hasta 1975, se convirtió en uno de los científicos más destacados del mundo y también en un icono de España. Tanto que su casa neoyorquina se convirtió en una especie de embajada en Manhattan. «Él se sintió solo cuando llegó a EEUU y por eso recibía a todos los españoles y les ayudaba con gran generosidad», indica la investigadora.
Hijo de oftalmólogo, desde niño sintió «pasión» por su profesión. «Era su vida», resume. Por eso salió de España con destino a Estados Unidos, primero con un contrato de seis meses y, posteriormente, en Chicago, en Minnesota, trasplantando córneas en monos y perros en la Clínica Mayo, y finalmente, en Nueva York, donde se asentó.
«La gran cualidad de Ramón Castroviejo fue el interés por que la oftalmología avanzara, pero no de una manera local, sino mundial. Eso y que los avances fuesen compartidos con los más jóvenes», recalca la licenciada en Óptica e Historia. Así, más de un centenar de oftalmólogos españoles fueron becados por Castroviejo para continuar su formación en EEUU.
«Un adelantado»
Porque los caminos que abrió el riojano fueron anchos y fructíferos. No sólo indagó en los trasplantes de córneas, en los daños de la retina o en el glaucoma, sino que su curiosidad no encontró límites. «Cuando le surgía una dificultad, analizaba el instrumental e investigaba para crear algo que le ayudase. Sus instrumentos se siguen comercializando», indica Valcayo, que no duda en calificarlo de «gran inventor y un revolucionario».
Tal vez por eso su visión científica y su carácter pragmático chocaron, a su regreso, con un país en construcción. «Cuando volvió se decepcionó y pasó por muchos momentos de desesperación y tristeza», según Isabel Valcayo, que ha percibido un «enorme desasosiego» en sus cartas. «Diversos campus de EEUU propusieron al doctor Castroviejo hacer de albaceas de su legado, pero él quería traerlo a España», prosigue. Las promesas eran prolijas, pero sólo promesas: «El plan inicial para su retorno a España incluía la creación de una fábrica de instrumental quirúrgico, un gran complejo en la Autónoma, un centro de investigación y un banco de ojos. Finalmente, todo quedó reducido y sólo se fundó el banco de ojos, que no es poco».
Ahora, casi tres décadas después y con el positivo balance del Instituto de Investigaciones Oftalmológicas Ramón Castroviejo, la herencia del logroñés vislumbra un futuro prometedor. «Su legado finalmente va a ser conservado y muchos profesionales van a poder beneficiarse, ya que el Instituto de Investigaciones Oftalmológicas Ramón Castroviejo es un centro de referencia en sus tres facetas: investigación, docencia y asistencia clínica», analiza Valcayo.
Pero, como casi siempre, el reconocimiento llega tarde. Aunque Ramón Castroviejo recibió el cariño de sus vecinos y de sus compañeros de profesión en vida, ahora es cuando su memoria científica y vital ha hallado la estabilidad necesaria. «Nos queda mucho por avanzar en ese sentido porque creo que no valoramos lo suficiente a los grandes científicos. En otros países, figuras como las de Ramón Castroviejo serían enormemente admiradas», concluye Valcayo.
(Arriba, en la imagen actual de grupo: Isabel Valcayo, quien firma las fotos de este reportaje, en el centro, junto a Alix, hija del doctor, otros familiares y los miembros del tribunal en la Complutense).
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