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E. O./P. G.
Sábado, 26 de marzo 2016, 22:31
logroño. Don Miguel Martínez de Pinillos y Sáenz Velasco nació en Nieva de Cameros, entre montañas y riachuelos, a más de 200 kilómetros del océano más próximo. Emigró a Cádiz, descubrió el mar y decidió convertirse en armador. Fundó la naviera 'Pinillos, Velasco y Compañía', que se convirtió en 'Pinillos, Izquierdo y Compañía' cuando su hijo, Antonio Martínez de Pinillos e Izquierdo, heredó la empresa familiar en 1883 y decidió modernizarla con buques de vapor. La compañía vivió su momento de esplendor en la primera década del siglo XX, cuando sus trasatlánticos recorrían infatigablemente las líneas que unían España con Cuba, Puerto Rico, México, Brasil y Argentina.
Muchos buques -algunos tan fastuosos como el Infanta Isabel o el Pío XII- prestaron prolongado y buen servicio a la familia Pinillos, aunque dos de ellos protagonizaron, con apenas tres años de diferencia, los que aún continúan siendo los dos mayores desastres de la navegación comercial española: el Príncipe de Asturias, hundido en 1916, y el Nuestra Señora de Valbanera, que naufragó en el Caribe en 1919.
El primero tropezó con un arrecife frente a las costas de Sao Paulo, pero el segundo... Lo que le sucedió al segundo sigue siendo un misterio. Al Valbanera lo bautizaron así en honor de la patrona de La Rioja, tierra natal del fundador de la naviera, aunque con la ortografía un tanto dislocada, seguramente por culpa de los astilleros escoceses Charles Cornell & Co, que recibieron el encargo de su construcción.
El 10 de agosto de 1919, el barco partió del puerto de Barcelona. Era su viaje número 54. En total, se embarcaron 1.230 personas: 88 tripulantes y 1.142 pasajeros.
El 5 de septiembre, el Valbanera fondeó en el puerto de Santiago de Cuba. Y aquí tuvo lugar el primer misterio del viaje: 742 personas abandonaron el vapor, pese a tener billete contratado hasta La Habana. Eso les salvó. El capitán decidió zarpar con urgencia hacia la capital cubana, temeroso de que un ciclón tropical pudiera estorbar su marcha. Navegaba «fuerte y apretando fuegos» por un mar en calma.
Pero falló sus cálculos. Antes de arribar a La Habana, el día 9, el ciclón se desencadenó. Soplaban vientos de 110 kilómetros por hora y la ciudad caribeña sufría inundaciones e incendios. Los pasajeros del Montevideo, un trasatlántico atracado en la bahía, comprobaron cómo un buque hacía señales frente al Castillo del Morro.
Los vigías las descifraron: el barco pedía práctico para atracar en el puerto. No pudieron atender su demanda, ya que el estado del océano no permitía la maniobra. El capitán tomó entonces la decisión de virar mar adentro para capear el temporal. Se supone que aquel trasatlántico era el Valbanera.
En los días siguientes, el barco perdido no respondió a ninguna señal. Hasta el día 12: la estación de radiotelegrafía de Key West recibió entonces (a las 13.15 horas) una comunicación del vapor español. Sólo preguntaba si había algún mensaje para él. Diez minutos después le contestaron, pero únicamente obtuvieron silencio.
Ahí acaban las noticias sobre el Valbanera. Una extraña historia cuyo epílogo se escribió el 19 de diciembre, cuando un cazasubmarinos americano descubrió, a 5 millas al oeste de Cayos Marquesas, un palo que sobresalía del agua. Eran los restos del vapor: hundido en la arena, escorado 50 grados, intacto, con los botes salvavidas amarrados y las escotillas cerradas. No había restos flotando en la superficie. Ni cuerpos.
De sus 448 pasajeros nunca más se supo.
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