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LUIS JAVIER RUIZ
Sábado, 12 de marzo 2016, 20:49
La puerta está abierta. 'Centro Cultural Simón de Ágreda', dice el embaldosado cerámico que identifica al edificio. Dentro hay vistosas (y grandes) letras de colores que contrastan con el marrón, sobrio y oscuro, de puertas y ventanas. En el recibidor, sobre el vetusto suelo empedrado, ... descansan mochilas de todo tipo: con la forma de oso, con los Gormiti... Al otro lado del dintel hace calor. Es un enorme espacio diáfano. Suelo de madera y una mesa grande entorno a la que se arraciman seis pupitres. Al fondo Elena, Catalina, David, Nicolás, Esmeralda y Miti se apiñan frente a la pantalla de un ordenador. Hoy toca hablar del visón europeo.
Félix, Carlos, Alexia, Jorge, Cintia y Julen escuchan a Javier. Hoy es un día diferente. En la calle empieza a refrescar pese a que aún no son las 14 horas. El viento es fuerte. Estamos en alerta, dice la Aemet, y Javier prepara unos ejercicios de equilibrio. Los harán en un patio que no recuerda cuándo fue la última visita del jardinero (si alguna vez fue). El edificio -una única planta- se estrenó en 1984. Tiene pinta de formar parte de algún 'lote' de edificios producidos en serie y que el entonces MEC repartió por medio país.
José Antonio, Lorenzo, Ana, Millán, Lidia, Tatiana, Alejandro, José, Taoufik, Hassane y Maouran (estos tres últimos acaban de llegar y esquivan al fotógrafo) suben y bajan por las escaleras de su 'casita de chocolate', como la define Mari Mar. Es la hora del recreo, momento de 'frenética' actividad en el corazón del pueblo. En la plaza coinciden los niños, los abuelos y el camión de la compra, el supermercado sobre ruedas que aprovisiona a las 7 Villas. La carretera pasa junto a la puerta del colegio. No hay tráfico. A lo lejos se oyen cencerros. Las vacas suben al monte.
Son San Román de Cameros, Cabretón (Cervera del Río Alhama) y Viniegra de Abajo. Las tres escuelas, con sus profesores -Enrique Palacios, Javier Melón y el 'tándem' que forman Mari Mar Marcos y Héctor Martínez- representan la 'esencia' de la educación en La Rioja, esa que como el mejor de los perfumes se presenta en frascos pequeños. Es la escuela rural. Las nuevas escuelas de pueblo que ahora se 'esconden' bajo las siglas de CRA: Colegio Rural Agrupado. Estadísticamente apenas representan el 5,4% de la educación riojana, pero su peso e importancia social real es, en muchas localidades, vital. Casi todas juegan contra un número. El que marca el fundamental punto de inflexión entre ser un pueblo con o sin escuela. El 5. Si un pueblo tiene 5 niños de entre 3 y 12 años tendrá escuela y tendrá maestro. En caso contrario, un autobús se 'llevará' a los niños.
Aquellas fotos en blanco y negro con señores bigotudos de rictus entre estricto y avinagrado, grandes pizarras, pequeños pupitres y desmesurados crucifijos forman parte de un pasado bastante lejano. El maestro de pueblo de entonces se ha convertido en algo así como el motor cultural de muchos pequeños municipios.
Quizá, el mejor ejemplo es Mari Mar Marcos -«alguna vez el pueblo le tendrá que agradecer todo lo que ha hecho por ellos», dice el director de su CRA, Fernando Hernáez-. Durante los últimos 15 años ha sido la responsable de que el colegio de Viniegra de Abajo haya abierto todos los días... Allí vive con su marido (ganadero) y sus hijos, que a la vez son sus alumnos. El de Viniegra es un centro centenario que ocupa una espectacular casona en la que se forman los niños de las Siete Villas, la única abierta en el Alto Najerilla más allá de Anguiano. «Tenemos dos aulas», explica junto a Héctor Martínez, profesor interino de Logroño que de lunes a jueves y durante los dos últimos años es un vecino más del pueblo. «Cualquier otra opción es una locura y aquí, en Casa Irene, estoy encantado», dice agradecido.
«Más individualizada»
En una clase están los alumnos de Infantil y hasta 3º de Primaria; en la otra los más mayores (hasta 6º de Primaria). Todos, defienden los profesores, «tienen las mismas opciones que los alumnos de un colegio tradicional» y todas las ventajas de la escuela rural. «Son más autónomos y se nota. Se ayudan unos a otros, se cuidan. La educación es mucho más individualizada», apelan.
Ése es el argumento que los cuatro protagonistas comparten. Enrique Palacios, en San Román, tiene seis alumnos. Uno de cada curso. Insiste en la esencia individualizada de la educación que se recibe en un colegio rural pequeño. «Yo los organizo por ciclos y van haciendo actividades comunes. Hoy (por el viernes) hemos tenido lectura. Cada uno ha leído, hemos hecho comprensión lectora, se han inventando un cuento... Luego se hacen las materias más amenas».
Su 'jefe' es Diego Córdoba, director del CRA Las Cuatro Villas que tiene su cabecera en Agoncillo. «San Román es especial», asume, «y tienes que tener estrategias para explicar a unos mientras otros trabajan...». ¿Es el profesor rural el maestro por excelencia? «Es una educación diferente. Más cercana. También con las familias», cuya implicación, como en el resto de casos, mejora los resultados.
Su homólogo en Badarán, cabecera del CRA Entrevalles en el que se integra el colegio de Viniegra de Abajo, es Fernando Hernáez. Sabe de lo que habla. A punto de jubilarse, ha pasado por todos los puestos de la escuela rural: fue alumno en San Millán, profesor tutor también en San Millán y ahora, tras lustros como secretario, dirige 'su' CRA. «35 años de servicio», dice después de hacer cuentas mentalmente. Reflexiona sobre los cambios experimentados -el paso del exceso de autoridad de antes al 'coleguismo' actual pasando por las casi infinitas legislaciones educativas- que han alumbrado una escuela «más participativa y democrática» y concluye que en un CRA «cualquier alumno con cierta capacidad intelectual tiene las mismas posibilidades que un alumno 'urbano'. Eso sí, aquí es más directa e individualizada la educación pero te encuentras con situaciones en las que pasas de estar quitándole a un niño los mocos a explicarle educación sexual a otro». Y todo en la misma clase...
En la misma línea, Eva Modrego, directora del CRA Alhama (Cervera del Río Alhama) coincide en que «el trato con los niños es mucho más directo» y que aunque se pueda tener la sensación de no llegar a todos los alumnos, al final «es muy bonito trabajar y estudiar en un CRA. Lo que hace falta son más alumnos», dice en una petición que nadie puede atender.
1.100 kilómetros semanales
Javier Melón se levanta, de lunes a viernes, a las 6.15 horas de la mañana. Vive en Logroño y la AP68 le lleva -junto a otro u otros dos profesores de Aguilar- hasta Alfaro. «Tomamos un café, recogemos a otro profesor y luego vamos a Cabretón o Aguilar». Eso son unos 1.100 kilómetros a la semana; 4.400 al mes; más de 13.000 al trimestre... «Una vez que llegas aquí todo es gratificante y se te olvida el viaje», dice Melón en la que es su primera experiencia como profesor 'de pueblo'. «Estoy muy contento, los alumnos son muy majos y como cada uno es de una edad, lo vamos organizando como podemos. Al final no resulta complicado».
Esa coordinación es, dicen todos, fundamental y una de las bases del éxito de la educación rural. Porque no todo es como antes. Cada grupo (uno en Cabretón y San Román y dos en Viniegra de Abajo) tiene un tutor que es el que lleva el grueso de las materias, pero encuentra ayuda en los llamados 'especialistas', docentes que imparten Música, Inglés, Educación Física y Religión. Es la figura del 'itinerante', la del profesor que va de colegio en colegio dando clases.
«En un CRA los pasillos del centro son las carreteras», dice gráficamente Fernando Hernáez desde Badarán. En Agoncillo nos econtramos con Raquel Aguirre, itinerante de Religión en el CRA. «Al final de la semana son 1.000 kilómetros los que recorres», explica.
Los casos de Javier Melón en Cornago o el de Héctor Martínez en Viniegra no son únicos. Enrique Palacios, el profesor de San Román -que este año también se estrena al frente de una aula unitaria en un CRA- opta por «subir y bajar todos los días desde Logroño. Es un poco paliza», dice abiertamente, «y el viernes estás más cansado de estar en la carretera que de estar aquí con los niños». Cuestión de vocación.
Mari Mar y Héctor (Viniegra de Abajo) defienden que, como profesionales de la educación, «la valoración que recibes por parte de la gente del pueblo es mayor que la que puede haber en la ciudad. En Logroño eres un maestro; aquí eres 'el maestro'. Te sientes muy querido».
El salto a la ESO
Eso tiene muchas ventajas, pero también algún inconveniente. Sobre todo, dicen, para los alumnos. «Cuando tienen que pasar a ESO el cambio es muy grande. Pasan de esta 'casita de chocolate' a un instituto con 25 niños en clase...», explican los profesores de las 7 Villas. En San Román el problema es aún más duro. Sin transporte escolar con Logroño y con el IES La Laboral como centro vinculado, a los alumnos que llegan a la ESO se les ofrece vivir en la residencia del centro de lunes a viernes. Lejos del nido familiar... con apenas 12 años.
El medio rural es, además, otro material del proceso educativo -«si los llevas de excursión a una granja escuela te dicen, 'sí, una cabra, ¿y qué?'», dice entre risas Mari Mar- los propios CRA y sus docentes son los que se involucran en ofertar las carencias culturales que puedan tener. Más difícil son las de socialización. «Tienen que ser amigos de quienes van con ellos a clase. No hay nadie más y en ocasiones no viven en el mismo pueblo», lamentan. Diego Córdoba (CRA Las Cuatro Villas) explica que eso se palía, por ejemplo, «cuando nos llevamos a los de quinto y sexto un año a Londres y otro a esquiar al Pirineo. Este año, además, vamos con el CRA Entreviñas...». También Fernando Hernáez (CRA Entrevalles) destaca los encuentros periódicos de todos los alumnos de todos los centros o la convivencia, fuera de La Rioja, de todos los cursos.
Pero no todo son luces. También hay sombras. Por ejemplo la elevada rotación de los profesores. En San Román, por ejemplo, llevan varios años cambiando de profesor y en Cervera, salvo los docentes -fijos o interinos- del entorno, es un destino poco apetecible. Como Viniegra de Abajo. También cubrir una baja -corta- se convierte en una especie de casi irresoluble. Y es que organizar un CRA es una especie de castillo de naipes que los directores arman en septiembre cruzando los dedos para que las rachas de viento sean muy suaves.
Pero ese frágil equilibrio no sólo es una cuestión de organización interna. El futuro de los CRA y de esos profesores de pueblo capaces de encauzar el futuro de los jóvenes del ámbito rural está en riesgo. Sin niños en los pueblos y sin relevo, Cabretón, San Román o Enciso están demasiado cerca de tomar el relevo de Sorzano: en junio del 2014 las puertas de la escuela se cerraron. De momento no se han vuelto a abrir...
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