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Jorge Alacid
Domingo, 24 de enero 2016, 18:04
De repente, la realidad. Apenas medio año después de auparse al poder, José Ignacio Ceniceros recibió esta semana su primer gran contratiempo. Uno de esas sacudidas que ponen a prueba la talla de un dirigente, su calibre para superar las adversidades, sus condiciones para el ... liderazgo. Altadis anuncia que se va igual que antes, con su predecesor en el poder, se fueron otras empresas de La Rioja: lo que hoy se mide es el nivel de su reacción. Si los tabaqueros abandonarán El Sequero tan airosos o si las instituciones riojanas lograrán mitigar su adiós con un acuerdo menos oneroso para los trabajadores que el anunciado. Si, en definitiva, la multinacional seguirá sorprendiendo a Ceniceros y su equipo con el pie cambiado.
Porque la reacción del Gobierno en las horas inmediatas al anuncio de cierre resultó mejorable, por emplear un calificativo compasivo. Cualquiera de los asesores que pululan por el Palacete se lo debería recordar a sus jefes, salvo que estén colocados sólo como palmeros y su capacidad para la crítica se haya evaporado. Ceniceros no consideró conveniente suspender el martes su agenda, que le llevó a recorrer la pasarela del Oja en Santo Domingo, la cual se supone que la próxima semana seguirá todavía allí: una visita aplazable. En su lugar, compareció ante los focos la consejera González Menorca, a quien se dejó completamente sola en semejante trance. Su confesión de que el Gobierno se sentía engañado por la dirección de Altadis sólo sirvió para empeorar la impresión de ingenuidad que emanaba de la Administración: una impresión corregida y aumentada por la tarde, durante la reunión con la plantilla y la cúpula de la multinacional en un lugar insólito (una sala de la Consejería de Administración Pública), a la que Ceniceros y sus colaboradores asistieron dominados por el lenguaje corporal propio del boxeador noqueado.
El lenguaje verbal tampoco ayudó a que los riojanos vieran un Gobierno a la altura de la situación: un micrófono indiscreto captó sus tímidos reproches a los directivos de Altadis, cuyo cinismo competía con la sensación de impotencia que expresaban sus interlocutores riojanos. Veinticuatro horas después, esa misma sensación emanaba del ministro de Industria con quien se reunió Ceniceros. De nuevo, en una sede bastante impropia: una salita de Ifema, aprovechando la visita a Fitur, al parecer también inaplazable. Una cita saldada con la conclusión de que en esta historia los listos (los listillos) son los dirigentes de la multinacional y los tontos, los riojanos, representados por sus mandatarios: los primeros que aparentan estar desbordados ante la magnitud del desafío.
No se trata sólo de una impresión. En privado, por el Palacete se confiesan desolados tras el anuncio de cierre, un portazo que no esperaban. También reconocen que las posibilidades de revertir esa decisión son escasas: triunfa la libertad de empresa y el viejo modelo de relaciones industriales queda pulverizado. Antaño, cuando Tabacalera conquistó un lugar simbólico en el corazón de los riojanos, para quienes aquella era un poco su empresa, un negocio sólo se cerraba cuando la cuenta de resultados ya no daba más de sí; hoy, basta que una empresa intuya mayores beneficios en cualquier rincón del globo para, a despecho del futuro de sus trabajadores y de la constatación de que su factoría rinde beneficios, hacer la maleta. Repleta por cierto de las ayudas que, tal vez con demasiada alegría, le concede la misma Administración a cuyos gestores conduce al cadalso.
El viernes, tres días después de tropezarse con este desaguisado, Ceniceros sí se presentó ante la prensa en el Palacete. Acompañado por cierto de los líderes sindicales, en una comparecencia donde se sumó a la perversa moda de rechazar preguntas de los periodistas. Leyó unos papeles recién entregados a los medios allí convocados, cuyo posterior examen arroja motivos para la esperanza y la preocupación. Es un documento bipolar: por un lado, se asegura que Gobierno y agentes sociales cavarán una trinchera común para que Tabacalera reconsidere su decisión, se anuncian medidas de presión, así en España como en la Unión Europea, y el resto del equipaje típico de estas coyunturas, desde la creación de un grupo de trabajo hasta el conocido itinerario de mociones de rechazo en los ayuntamientos. Por otro lado, el comunicado parece inclinar la rodilla cuando incluye medidas para proteger a los trabajadores si el cierre se ejecuta. Asume, en fin, que es inevitable.
El mismo viernes, el Parlamento también se movió. Ironías del destino, en el mismo edificio que ocuparon durante décadas las legiones de trabajadores que cimentaron la fama de Tabacalera y contribuyeron a crear riqueza para La Rioja, los diputados prometieron al unísono más o menos lo mismo que Ceniceros. De modo que su comunicado expedía un parecido aire a obituario, como si el futuro de la factoría ya se hubiera sellado hace meses a miles de kilómetros de El Sequero y ahora sólo quede la opción de limitar los daños. Sólo queda llorar. Y aprender: que la sociedad riojana extraiga, con su Gobierno al frente, las lecciones pertinentes y la región se dote del tantas veces prometido plan de industrialización, hasta ahora sólo humo.
Humo alrededor de Tabacalera: la metáfora más triste.
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