Una furgoneta de la Compañía Arrendataria de Tabacos, estacionada junto a la antigua fábrica en La Merced, en los años 40.

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La decisión adoptada por nuestra Tabacalera no es sino una más de las deslocalizaciones que se van sucediendo en nuestra ciudad

EDUARDO GÓMEZ

Domingo, 24 de enero 2016, 17:56

La lamentable decisión adoptada por nuestra veterana Tabacalera, que afecta a tantos logroñeses y riojanos, no es sino una más de las que se van sucediendo en nuestra ciudad. Tal es el caso de la Estambrera, que primero se asentó en fincas agrarias que se ... encontraban en plena producción para posteriormente abandonar.

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O las fábricas de zapatillas de Giménez y Fernández Hermanos que, en este último caso, se trasladó desde la zona de Belchite a la carretera del Cristo dejando un complejo que tras la desaparición de la entidad quedó como edificaciones industriales ocupadas en la actualidad por varias empresas.

El primer recuerdo que tenemos de la desindustralización continua de Logroño se remonta a la década de los 50, cuando se desmantelaron los talleres de la Maestranza Aérea. La Tabacalera que conocemos hoy fue el resultado de otras deslocalizaciones pero representó un modelo de la nueva gestión laboral. Se trasladó al polígono del Sequero desde su anterior sede, lo que permitió instalar la Biblioteca de la Rioja, el Parlamento y el magnífico espacio de la Sala Amós Salvador. También se aprovechó la eliminación del tosco edificio de la calle Mayor Nº 154, un almacén donde el Ayuntamiento edificó en 1987 un edificio de nueve viviendas.

Queda también un testimonio en la chimenea en ocasiones utilizada por las cigüeñas. La Tabacalera fue desde sus orígenes una empresa con mayoría de trabajadoras. Sindicadas unas, politizadas muchas, fueron objeto de durísimas represalias durante la guerra Civil.

El gran volumen de empleados de la empresa justificó un servicio de autobús para trasladar al personal desde las Casas Baratas hasta la fábrica.

La salida del personal masculino se hacía notar especialmente en los bares del entorno: Las Cuatro Calles, que dirigía la familia Reinares, La Bombilla, el Tigre, Las Cubanas y el, todavía hoy, Iturza.

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La joya de la corona de la Tabacalera de Logroño eran sin duda los puros. Los Farias, fabricados aquí y muy apreciados entre los fumadores, incluso preferidos a los Montecristos acaso por la enorme diferencia de precio.

Acontecimiento importante fue el inesperado incendio que se produjo en una madrugada de mediados de los 40: el sonido de las campanas de la Redonda y las pavesas se extendieron por todo Logroño.

En la extinción del incendio colaboraron con los bomberos, los soldados del ejército de infantería procedentes del cercano cuartel. Se cuenta que muchos de ellos se anudaron los pantalones a la altura de los tobillos y se los llenaron de tabaco picado para compensar el esfuerzo que estaban realizando.

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Era una estampa habitual el traslado, en un carro, de las tablas para la construcción de los cajones de madera en la fábrica de Tabacos, desde la serrería de la familia Bergasa en Calvo Sotelo y recorriendo todo Portales. En la serrería quedaban los muy preciados recortes que la gente compraba para alimentar estufas y cocinas.

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