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PÍO GARCÍA
Domingo, 29 de noviembre 2015, 01:14
La Rioja perdió la inocencia en el año ochenta. Aunque ETA estaba golpeando duro desde 1968, jamás se había atrevido a cruzar el río Ebro para plantar su semilla de maldad en la entonces provincia de Logroño. Hasta que aquel año decidió hacerlo.
El primer aviso fue apenas un leve aldabonazo: un ataque contra una torreta eléctrica en el camino viejo de Oyón. El segundo golpe, sin embargo, ya fue definitivo. El 22 de julio, una bomba contra un convoy de la Guardia Civil acabó con la vida del teniente Francisco López Bescos. Fue la primera víctima moral de la banda terrorista en La Rioja. Pero lo peor estaba todavía por llegar.
Sucedió el 27 de noviembre de 1980. El pasado viernes se cumplieron 35 años. Eran las diez de la noche. Lloviznaba y hacía frío. Un coche bomba, un Seat 124 con matrícula M-9959-DC, aparcado cerca del número 15 de la calle Ollerías, explotó. Llevaba tanta carga (tres ollas con varios kilos de goma-dos) que el estruendo fue oído en toda la ciudad. La deflagración causó la muerte al instante del comerciante logroñés Miguel Ángel San Martín, propietario de Tejidos San Martín.
Otros dos heridos fallecieron días después: Joaquín Martínez, industrial, y Carlos Valcárcel, subcomisario de Policía de la Comisaría de Logroño. Los tres habían salido a esa hora del bar Chistera. Junto a ellos iba el cuarto integrante de la cuadrilla, José Luis Hernández, que sobrevivió de milagro. «El cuerpo de Miguel Ángel me hizo de coraza -rememora-. Perdí el conocimiento y me desperté en la UVI del San Millán». Los cuatro amigos estaban celebrando el ascenso de Valcárcel a subcomisario.
La explosión causó un enorme socavón, arrancó puertas y ventanas del vecindario, reventó tuberías y abrió grietas en las paredes de las casas. Hubo, además, otros cuatro heridos de menor consideración. Algunos restos del coche bomba se encontraron a los pies de la estatua del Espartero, a más de 50 metros de distancia. «A veces sigo soñando con el atentado», confiesa José Luis Hernández.
Uno de los que colocaron aquella bomba, José Manuel Soares Gamboa, nacido en Bilbao, pero residente en Logroño y antiguo alumno de los Maristas en la capital riojana, había ingresado ese mismo año en ETA. Hoy es un terrorista arrepentido, que decidió pedir perdón a sus víctimas: «De repente -explica-, cruza un rayo de sensibilidad por tu vida y te das cuentas de las barbaridades que estás haciendo».
Lástima que aquel rayo no le iluminara la víspera del 27 de noviembre de 1980.
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