Varios pasajeros en el vagón cafetería del Intercity a Zaragoza a su paso por Alcanadre.

El AVE guarda silencio al pasar por el Pilar

No hay alta velocidad a Zaragoza ni la habrá sin un milagro que haga del Ebro un verdadero corredor ferroviario

Jonás Sáinz

Sábado, 28 de noviembre 2015, 21:35

Perdonen la broma fácil, pero por aquí no pasan más aves que las cigüeñas de los sotos de Alfaro, que ya ni emigran a Senegal en invierno. Sus nidos sarmentosos coronan cualquier antena y confunden sin remilgos chopos y postes del tren. Ambas cosas abundan ... en las márgenes de este Ebro lento y hermoso, que convierte su ribera en vega feraz y en camino antiguo su discurrir por los siglos de los siglos. Más de dos mil años atrás los ingeniosos romanos supieron aprovechar lo primero a través de lo segundo y trazaron por su orilla una calzada que conectase la imperial Cesaraugusta con las provechosas Graccurris, Calagurris, Tritium-Magallum, Libia, Bilibium . Incluso navegaron sus aguas hasta Vareia. Obviamente venían a por vino, cereal, aceite, hortaliza, cacharros de terra sigillata y algún cabrito. A cambio dejaron sus sólidas infraestructuras y el asiento en estas tierras bárbaras de una civilización y una cultura como los dioses mandaban. Les faltó inventar el tren, pero nadie es perfecto.

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Ni siquiera La Rioja de hoy. Aunque sí para las cigüeñas. A ellas les basta con escarbar entre las basuras y empollar sus huevos sobre una chimenea abandonada como hacían ya en tiempos de Quintiliano. A nosotros no. Tenemos algo más de prisa. Estamos mejor que la media, pero nos falta algo. Queremos AVE. Quizás así llegaríamos a Zaragoza antes incluso de salir de Logroño.

De momento hay que ir por autopista de pago, porque la 232 es un infierno sobre ruedas. Eso o coger un tren corriente y moliente que tarda dos horas, lo mismo que cuesta plantarse en coche en la frontera de Hendaya, fuera de este país de locos. Entre el tren-hotel nocturno, alvias, intercitis y cercanías, hay una decena de ellos a lo largo de la jornada. Menos el Exprés Logroño-Zaragoza, que emplea entre dos horas y dos horas y veinte minutos en rezar el rosario de sus veinte estaciones intermedias, los demás son aves, pero de paso. Lo sé, la bromita ya se hace pesada.

El primero une Coruña y Barcelona en quince horas; el Alvia, conecta Bilbao y Barcelona en siete; y el Intercity, Valladolid y Barcelona también en siete. La Rioja cumple plácidamente los tópicos de ser tierra de paso, cruce de caminos y, si te descuidas, incluso cuna de la lengua: entre Haro y Castejón hay que echar mínimo hora y media de tren, que da para conversar largo y tendido y hacer amigos de aquí y allá. Este tramo que baila un agarrado con el Ebro no lo atraviesa ningún tren en menos de noventa minutos. Hasta un partido de fútbol podría disputarse, riojanos contra forasteros.

Dormir, adelantar trabajo...

Unas 270 personas viajan a diario entre La Rioja y la capital aragonesa: 76 en trenes de larga distancia y 194 en regionales, según datos de Renfe. Viaje de negocios, trabajo, estudios, consulta médica, ir de tiendas, turismo, visita a la tía Pili y comprar unos adoquines... motivos mil mueven a riojanos y maños a intercambiar fluidos por vía férrea. Incluido el nuestro: peregrinar a la basílica del Pilar, patrona de las Españas todas, tengan AVE o no, a ponerle a la virgen una velita por las causas imposibles.

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En el Intercity de ida, con puntual salida a las 10.21 desde la galáctica estación de Logroño, todo el mundo asume estoicamente la marcha cochinera Ebro abajo. El caudal ya ha empezado a crecer con las primeras lluvias y nieves del otoño y, llegando a la curva amazónica de Alcanadre, el tren reduce el ritmo como si fuera a detenerse, intimidado por la corriente, y salir pitando en dirección contraria.

El que no duerme o aprovecha para adelantar trabajo en el portátil no puede evitar asomarse a ese paisaje portentoso y olvidarse de las prisas. Esto tiene que ser por fuerza un tren de recreo, un inocente ibertrén de juguete que te devuelve a la infancia, a las novelas de Tom Sawyer en el Mississipi, a 'El maquinista de la General' de Buster Keaton y a las canciones nostálgicas de Sabina: cuando era más joven viajé en sucios trenes que iban hacia el Norte...

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Ese tontorrón hechizo de la lentitud que te acompaña ya hasta Zaragoza se rompe justo antes de hacer entrada en la fría estación de Delicias, en el cambiador de ancho de vía, una instalación que adapta automáticamente el eje del convoy a un trazado más moderno, y sin que los pasajeros tengamos que bajar a empujar ni siquiera un poquito. Pero nosotros nos apeamos justo unos cientos de metros más adelante; la velocidad es solo para los que continúan hacia Barcelona. .

Ya a la vuelta, con la bendición de la Pilarica, tomamos el entrañable y cansino Exprés de las 14.18, las doscientas mil paradas y las tres jotas de Aragón, Navarra y La Rioja: Utebo, Casetas, Alagón, Cabañas, Pedrola, Luceni, Gallur, Cortes, Ribaforada, Tudela, Castejón, Alfaro, Rincón, Calahorra... Maldición, ¿pero por qué no se detiene en Féculas?

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Y de nuevo, en Alcanadre, el hipnótico Ebro se apodera de todo. Se traga la vía, el tren completo y nos devuelve a nuestro sitio de siempre. Con las cigüeñas y los romanos. . Ave pues.

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