Dos hechos determinantes
Casimiro Somalo
Domingo, 15 de noviembre 2015, 18:39
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Casimiro Somalo
Domingo, 15 de noviembre 2015, 18:39
El cambio de nombre de la provincia de Logroño por La Rioja fue la única cuestión de todo el proceso autonómico que aglutinó voluntades. La reivindicación en la calle de colectivos y asociaciones fue la primera que asumieron los parlamentarios riojanos. Desde otras instancias políticas, ... actuaciones como las del diputado foral por Álava Manuel Bajo Fanlo que se oponía al cambio, un nacionalista tipo que para defender lo propio había de negar lo demás.
El proceso del cambio de nombre hay que analizarlo en su contexto político. Y fue, quizás, una de las cuestiones primordiales que determinó las pautas a seguir en la construcción de nuestra autonomía. Con el cambio del nombre en la calle y asumido por la sociedad con absoluta naturalidad, y con la bandera desplegada por todos los rincones, la clase política de entonces quedó marcada para cualquier actuación posterior.
El cambio de nombre y la bandera, dos objetivos básicos para marcar unas señas de identidad tangibles, fueron determinantes. Quienes participamos en ambas iniciativas desde colectivos, asociaciones y medios de comunicación (y muy especialmente Nueva Rioja, entonces) sabíamos que ambas cuestiones eran básicas para iniciar un proceso autonómico como comunidad autonóma uniprovincial.
El proceso del cambio de nombre termina con el reconocimiento oficial 35 años atrás. Pero muchos no saben lo que sucedió en sus inicios. El sentimiento estaba ahí y pocos se reconocían logroñeses cuando la provincia llevaba el mismo nombre de la capital. Rascar en el mismo resultó fácil y sencillo. Un golpe de mano, una actuación atrevida entonces. El Colectivo Riojano cambió el nombre de Logroño por el de La Rioja en todos los indicadores de carreteras de acceso a nuestra región. En dos ocasiones al menos. En una de ellas lo comunicamos al periódico Nueva Rioja para hacer las fotos correspondientes y la información oportuna. Aquella portada ha pasado a la memoria de todo el imaginario autonómico.
Hay detalles de todo el proceso autonómico que será preciso contar para conocer con precisión algunas intrahistorias tanto del contexto general como de los personajes.
Sin duda, también, hay que agradecer a algunos que han escrito desde distintos ámbitos una parte o una visión del momento. Cuando pasan los años (y nunca celebramos el cambio de nombre como fecha singular) hay que recordar algunas cuestiones sobre todos los que escribieron después con una perspectiva diferente. Los ha habido de toda condición, según hemos visto. Unos desde una perspectiva política para convertirse en protagonistas de lo que no hicieron sino tarde; otros con pretendida exculpación política para no profundizar en las distintas posiciones que sostenían las fuerzas políticas o asociaciones con las que simpatizaron, y tampoco han faltado otros con distintos intereses que completan un análisis sin haber hecho otra cosa que copiar o sacar conclusiones de lo que escribieron los demás.
La historia la escriben los pueblos. Y buena parte de la misma y de entonces está en la hemeroteca de nuestro periódico por muchas y diversas razones. La historia de La Rioja, ni la que se escribió entonces ni la más reciente, se inventó por unos pocos durante todo el proceso de la Transición política.
En tiempos de voluntarismo, sin ánimo de cargos ni cargas en buena parte de la gente que participó en el proceso (aunque no olviden tampoco que algunos vieron la oportunidad de saltar a la política y otros de utilizar el interés autonómico con ánimos partidistas), es cierto que también hubo bastante desconocimiento tanto histórico como referencial.
Sin complejos, hoy y no entonces, porque todo el contexto estaba marcado por nacionalismos identitarios que casi negaban la diferencia de los demás, hay que reconocer que hubo siempre un concepto geográfico desde la Edad Media y una conciencia territorial que se mantuvo durante siglos.
Nunca tuvieron mucho sentido quienes nos acusaron de sumarnos al carro del proceso autonómico considerándonos una especie de cantón al estilo cartagenero para desacreditar aspiraciones legítimas. Y menos cuando algunos protestaron airadamente y con cierto tufillo de apropiarnos del nombre de Rioja o La Rioja, como acabó siendo finalmente.
Lo que nos pareció una eternidad en su día -por la impaciencia de un nuevo estado en ciernes, por la inexperiencia para explorar nuevos caminos de diálogo y convivencia de respeto y hasta por la juventud propia- hoy resulta difícil imaginar que fuera tan rápido. Entre todos cambiamos el nombre de la provincia en poco tiempo. Creamos un símbolo de identificación aglutinador como la bandera. Y dejamos a los políticos hacer su papel.
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