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MARÍA FÉLEZ
Jueves, 22 de octubre 2015, 21:13
Son mujeres, son madres, son trabajadoras y realizan su labor diaria en el entorno rural. Son Mari Luz, Mari Pili, Eli, Maite, Deli, Marisa y Ana. Mujeres ligadas a la tierra de una u otra forma, acostumbradas desde hace años a lidiar en un mundo que hasta hace sólo unas décadas estaba copado única y exclusivamente por hombres. Fuertes, con carácter, con capacidad de sacrificio y con el empuje suficiente como para llevar sus casas y sus negocios. Capaces de estar de sol a sol recogiendo coliflores; preparadas para organizar la época de la vendimia; para criar a decenas de miles de pollos al año; para tomar decisiones en una empresa de chorizos; sacar adelante una bodega de champiñón o deleitar a riojanos y turistas con los mejores fardelejos de la zona.
Reconocen que su día a día no es fácil. «Lo más complicado quizás es empezar, que tomen tus decisiones en cuenta y que te vean como a uno más en un mundo de hombres», cuenta Maite Torreblanca, gerente de un cultivo de champiñón en Pradejón. «No puedes entrar como elefante en una cacharrería y hay que saber escuchar pero también imponer tus opiniones y tus decisiones», cuenta.
Porque las siete han tenido ese momento en el que «sabes que o tomas las riendas y te haces valer o todo el esfuerzo se va al traste», afirma Marisa Nestares cuando hablan de lo que supone ser mujer al frente de una bodega. Para ella lo principal es «valorarte tú misma, ser consciente de que nadie más que tú puede hacer lo que haces».
Se sienten apreciadas por su gente más cercana aunque son infinidad las veces que han tenido que oír eso de «¿pero no estarías más tranquila en tu casa?».
Mari Luz Ruiz, cogerente de las bodegas Real Rubio, cuenta también que ha tenido que acostumbrar a muchos a tener que tratar con ellas de tú a tú. «Te das cuenta de que tienes que hacer el doble de esfuerzo cuando, a pesar de ser tú la que llevas cierta parcela del negocio, hay gente que te sigue diciendo eso de: '¿pero no puedo hablar con tu marido?'». Pero, llena de determinación «llega ese momento en el que te plantas y dices: no eso lo tienes que hablar conmigo», añade.
Y es que el papel de la mujer rural ha cambiado con el paso de los años. «Antes la mujer que se dedicaba al campo esperaba a que su marido llegase para llevarle a las tierras, trabajaba como una mula pero no decidía nada; ahora eso ha cambiado», cuenta Elisa Rivas, agricultora calagurritana. Y es que ellas además de trabajar apuestan por la formación. «Ahora es todo mucho más complicado que antes, las trazabilidades, el papeleo, la burocracia, tienes que saber de todo un poco», explica.
«Hay veces que asumimos más de lo que podemos, parece que el día no tiene suficientes horas», apunta Deli, que junto a su hermana llevan una empresa de fardelejos en Quel. «No es fácil pero cuando te metes en la cama te sientes reconfortada y no cambiarías tu vida por ninguna otra. Te das cuenta de que merece la pena», asegura.
Y los días en los que todo sale cruzado... «Pues recuerdas todos los préstamos que tienes que seguir pagando y piensas que mañana será otro día», dice Ana ante la carcajada general del resto. Ella, mano a mano con su hermana, lleva una granja de pollos que recibió un premio nacional al emprendimiento rural.
Pili Fernández pone la voz de la experiencia al grupo. Ella, junto a sus hijos, lleva décadas a cargo de la empresa de chorizos que dejó su marido al fallecer. «Con el paso de los años te das cuenta de que lo que has dado es mucho pero que es mayor el legado que estás dejando», asevera.
Mujeres que han sabido sacar del mundo rural su forma de vivir, mujeres que merecen que al menos un día, como el de ayer, se les agradezca el trabajo realizado.
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