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Teri Sáenz
Domingo, 23 de agosto 2015, 22:43
La cirrosis no sólo atañe a la población adulta ni está únicamente asociada a un consumo abusivo de alcohol. También los niños de hasta 14 años corren el riesgo de sufrir una de las dolencias hepáticas más delicadas. Una parte de los menores que llega ... a ese extremo lo hace por razones congénitas, metabólicas, infecciosas, asociadas a otras patologías o hasta tumorales, aunque en otro porcentaje cada vez más elevado está ocasionada por el sobrepreso y la obesidad.
Las alarmas ya se han disparado en Estados Unidos y empiezan a replicarse aquí. Los malos hábitos alimenticios combinados con el sedentarismo y la falta de ejercicio siguen elevando la nómina de niños con un peso muy por encima de lo correspondiente a su edad y complexión. Y con ella, los candidatos a desarrollar un hígado graso -el 30% de los niños norteamericanos obesos- que supone la antesala de una fibrosis que a su vez puede llegar a degenerar en cirrosis.
Ante ese riesgo se enfrentan virtualmente uno de cada tres menores riojanos. Y más concretamente, el 9,7% de ellos que excede el sobrepeso y están ya catalogados en el rango de la obesidad. El propio jefe de servicio de Pediatría del Hospital San Pedro confirma la tendencia y el número cada vez más elevado de niños en cuyas ecografías se aprecian las primeras alteraciones en la textura del hígado en un proceso evolutivo que, con el paso de los años, puede devenir en cirrosis. «Todo va en relación con la cantidad de niños que superan el peso que les corresponde, y esa cifra va en aumento», confirma José Julián Revorio.
En la relación directa entre lo que el menor da en la báscula y el riesgo hepático que encara se inscribe también la diferencia entre sobrepeso y obesidad. «Hay muchas fórmulas al respecto», explica el especialista. «La más asumida para determinar que un niño sufre obesidad es que exceda el 20% el peso que le correspondería, o bien cuando hay más de dos desviaciones estándar sobre la talla o su índice de masa corporal también está dos puntos por encima de lo indicado; hasta ese punto y por encima de lo aconsejado hablamos de sobrepeso», matiza para advertir de que son los que están a la cabeza de ese escalafón quienes más cerca se encuentran de desarrollar una patología severa en su hígado.
El proceso que conduce hasta la cirrosis infantil ofrece como añadido las dificultades que presenta el metabolismo de los menores para reducir grasas después de ganarlas. «Una vez que el niño se ha ido de peso, volver a su nivel es muy complicado porque en ellos predomina el anabolismo sobre el catabolismo», advierte Revorio desde su experiencia profesional para introducir las dos claves para evitar llegar a una obesidad extrema que abra la puerta no sólo a patologías hepáticas, sino a otras tantas igualmente amenazantes como la diabetes: alimentación y deporte. «El hígado graso en un niño obeso mejora cuando pierde, pero no llega a desaparecer», señala.
Como explica el especialista riojano en Pediatría, los fármacos indicados para el tratamiento de esta anomalía o han sido descartados u ofrecen una eficacia limitada. «Lo más correcto es comer bien», sentencia el especialista médico al tiempo que advierte de cómo algo aparentemente simple se transforma en una cuestión compleja. Unas veces por las rutinas diarias que mandan en cada familia y otras por razón de la crisis. «Por ejemplo», argumenta el responsable de área del San Pedro, «es difícil encontrar una galleta que contenga menos del 21 por ciento de grasa y las que existen en el mercado que rondan el 15 por ciento son más caras».
Una situación que, en todo caso, debe combinarse con el ejercicio y la actividad física.
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