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MARÍA FÉLEZ
Martes, 18 de agosto 2015, 21:11
Oculta bajo las húmedas piedras y cuatro chopos centenarios se encuentra la ermita de Santo Domingo de Silos en La Villa de Ocón. Y también, oculta bajo las piedras de la modernidad se encontraba la tradición de trabajar 'a vereda', un riojanismo que ... muchos de nuestros mayores aún recuerdan y que consistía en realizar un servicio -siempre obligatorio- en labores de carácter municipal como limpiar caminos, abrir zanjas o construir acequias y el alcantarillado del pueblo.
Desde hace varios veranos la ermita de Santo Domingo y la tradición de 'ir a vereda' se han dado la mano gracias a un puñado de hombres y mujeres que quieren mantener no sólo su patrimonio sino también sus costumbres más arraigadas.
Porque que los ayuntamientos 'llamasen a vereda' era una costumbre secular en los pueblos, casi el 'modus operandi' de estos cuando la savia de la juventud aún paseaba por sus calles. En aquellos tiempos la administración casi no se acordaba de estos lugares y no había otra forma de conservar y mejorar el municipio.
'Ir a vereda' era obligatorio; incluso si el hombre se encontraba pastoreando o de viaje, su labor debía hacerla la mujer. Sólo los que tenían dinero podían librarse de ella pagando la 'pena de vereda', una multa con la que se intentaba disuadir a los más remolones de no acudir a las labores y que sirvió de excusa a los pudientes de los municipios.
«Entonces el que no la hacía la pagaba o si no buscaba un peón que la hiciese por él», rememora Paco Ruiz, alma máter de esta iniciativa. Él es un 'apegado' a La Villa de Ocón pero ama esta tierra como si fuese la propia. «Ahora esta vereda que hacemos no es por obligación sino por devoción», cuenta.
Así cada verano, desde hace tres, vuelven a La Villa los trabajos comunitarios. «Si en los años sesenta una ermita hubiese estado como estaba la de Santo Domingo de Silos, el Ayuntamiento hubiese llamado 'a vereda' a sus vecinos», explica Ernesto Orio mientras va colocando piedras en la fachada de la pequeña ermita, un lugar al que los jóvenes solían acudir a pasar la tarde y desde la que se ven unas vistas inmejorables de la villa.
La única en pie
«Aquí cada uno hace lo que mejor sabe hacer: unos pintan, otros pican, otros rasean y otros almuerzan», comenta con sorna Domingo Cuadra.
La ermita data de 1820, es la más nueva del municipio y la única que queda en pie aunque con muchos desperfectos. «Primero aseguramos el tejado, después arreglamos los chopos que se estaban cayendo encima de la ermita e hicimos un banco de hormigón para asentar la ermita», van explicando.
Este año los trabajos han consistido en arreglar la fachada y el pórtico. Incluso la intención pasa por restaurar un pequeño espacio que había para una campanilla.
Esta 'cuadrilla' acaba de 'echar' el suelo de la ermita. Pronto volverán a colocar las losetas que había en origen, después de que remitan las humedades. Después habrá que ir pensando en donde 'meter mano' el próximo verano. «Después de tres años habrá que ir pensando qué trabajo realizar el próximo año», dice Ángel Santamaría.
Un trabajo de recuperación, no sólo del patrimonio local sino también de las costumbres más arraigadas de un pueblo.
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