LA VIDA SIN PEDRO SANZ
«Hay quien parece encajar el golpe con entereza y desde luego hay quien ya ha sacado la calculadora y hace cuentas para el día después...»
Jorge Alacid
Miércoles, 17 de junio 2015, 13:53
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Jorge Alacid
Miércoles, 17 de junio 2015, 13:53
Son las seis de la tarde. De una bochornosa tarde de martes, un martes primaveral en Logroño. Dentro, en la sede del PP, aguarda un bochorno similar. Por Duquesa de la Victoria, donde el aire ha dejado de correr, se vive el último acto de ... un drama que se inició el 24M, continuó el 13J (con la configuración de un mapa municipal alejado de las expectativas del partido) y concluye ahí, tras la puerta donde se reúne Pedro Sanz con sus colaboradores más íntimos. Un par de periodistas atienden las voces apagadas que llegan de la sala, ciertos murmullos, risas sofocadas por un par de descargas de aplausos. Los funcionarios del partido contienen el aliento: saben que cuando se abra la puerta del salón situado en la planta baja, cuando irrumpan casi en avalancha los reunidos, empezarán a convivir con una realidad para la que no estaban preparados. La vida sin Pedro Sanz.
Cierta sensación de orfandad se detecta en efecto entre quienes salen a la carrera y casi no se detienen. Concha Arruga saluda cortés y enfila hacia Juan XXIII. Nadie dice nada, más allá de alguna frase de compromiso. Tampoco hablan quienes se quedan un rato en la puerta de la sede, compartiendo corrillos, chácharas en voz baja. Menudean las caras de pesadumbre: algunos dirigentes que deben toda su carrera a Sanz acaban de descubrir que los Reyes Magos son los padres. Necesitan tiempo para interiorizar la noticia, ensayan una de esas sonrisas que no significan nada pero que lo dicen todo. Su estupefacción es tal vez la misma con que reciben la noticia el resto de riojanos: al menos una generación de ellos sólo ha conocido a este presidente que ahora, a las seis y media de esta bochornosa tarde de junio, se dispone a anunciar lo que ya saben sus afines y acaban de conocer los periodistas que deambulan por la sede. Que empiezan sus últimos días como presidente de La Rioja.
Así que procede escrutar gestos y miradas. El lenguaje corporal desvela los detalles que el lenguaje verbal elude. Sanz parece lógicamente afectado, igual que lo parecen algunos de sus colaboradores. Otros, los que aguardaban afuera y se han ido desperdigando, recuerdan a ese niño que olvidó el camino de vuelta a casa. Hay quien parece encajar el golpe con entereza y desde luego hay quien ya ha sacado la calculadora y hace cuentas para el día después. Gamarra, Del Río, González y Cuevas toman asiento, muy serios, en la última fila. Escobar se les une segundos después, también con el semblante de preocupada atención con que todos siguen el discurso de quien continúa siendo (al menos) el jefe del partido.
El mismo jefe que construye un discurso todavía de alto contenido político, que sin embargo suena ahora rarísimo. Los periodistas son los primeros en comprobar que enfrente tienen a Pedro Sanz, sí, pero a otro Pedro Sanz. El auténtico, el que ha convivido con ellos durante un par de décadas, se marcha con una frase brillante, con pinta de titular. «No soy la persona mejor para gobernar en minoría», confiesa. Poco después, el nuevo Sanz camina hacia la salida, rodeado por sus fieles. Sube por la escalera, hacia su despacho, soportando sobre sus espaldas todo el peso del pasado. Saluda con una sonrisa que parece franca y se despide lanzando al viento su mano derecha; sabe que hoy comienza el primer día del resto de su vida, pero tampoco ignora la enorme electricidad que continúa reinando en esa sala que será siempre el sitio donde dijo adiós. El sitio donde cedió la palabra a Ceniceros mientras algún asistente lloraba como si no hubiera mañana; mientras todos escuchaban al presidente entrante prometer lo que prometen todos, una intervención de tono bajo que no desveló novedad alguna. Discreto, Ceniceros aprovecha el barullo para marcharse sin que nadie repare en su ausencia. Deja que los focos, tal vez por última vez, iluminen a su antecesor. El aire sigue sin correr por la sede del PP. Fuera recibe el mismo bochorno y una mujer que interroga al periodista: «¿De verdad se ha ido Sanz?».
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