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LUIS SÁENZ GAMARRA
Jueves, 18 de junio 2015, 21:42
El pasado martes, día 9 de junio, se publicó en Diario LA RIOJA la esquela mortuoria de Justo Rodríguez González, fallecido a los 97 años en Logroño. No es la primera vez que Justo es declarado difunto. El 9 de septiembre de 1936 sus ... familiares y amigos le dieron por muerto y su esquela, con los actos fúnebres, se publicó en este periódico a cuatro columnas: «El joven Justo Rodríguez González, soldado del Regimiento de Infantería Bailén número 24, murió gloriosamente defendiendo la Patria en Somosierra, el 23 de julio de 1936 a los 20 años de edad». Justo Rodríguez fue el protagonista de una de las peripecias más dramáticas, y finalmente hermosa y fraternal, de nuestra cruel Guerra Civil. Vamos con ella.
Esta es la guerra de Justo contada hace unos años por él mismo: «Hacía la mili como voluntario en el Regimiento de Infantería Bailén, 24, de Logroño. Había nacido aquí, y mi padre me alistó voluntario para que fuera haciendo la mili. Tenía 19 años de edad, era alto y bien parecido, aunque está mal que yo lo diga. El día 20 de julio supimos en el cuartel que íbamos a Madrid, a tomar Madrid, nos dijeron los oficiales. Bonito viaje».
«En Logroño la mayoría de los militares siguieron a Mola, que estaba en Pamplona y era 'el Director'. El general Emilio Mola declaró el estado de guerra el 17 o 18 de julio, con amenazas aterradoras. El 20, a la tropa del Regimiento de Infantería Bailén nos montaron en camiones. Íbamos confiados, cantando a ratos, seguros de tomar Madrid. En otros camiones y autobuses que pasaban por Logroño iban carlistas que venían de Pamplona; navarros feroces, y algunos chicos riojanos se subían a los vehículos para tomar Madrid con los requetés. No se imaginaban lo que les esperaba, nadie se lo imaginaba. La gente estaba enardecida, las mentes sublevadas».
«Nos llevaron a Burgos, donde hicimos noche. En la madrugada del 23 de julio iniciamos el avance hacia el puerto de Somosierra. Éramos todos muy jóvenes, los infantes del Regimiento Bailén». «Serían las 8 de la mañana cuando se produjo el choque contra fuerzas republicanas. Se oyen tiros, y nosotros subimos por la ladera hacia el puerto. El combate duró dos horas y los soldados 'nacionales' de mi regimiento alcanzamos el objetivo, la cumbre del puerto. Apenas habíamos llegado al alto, nos vemos rodeados de enemigos que inmediatamente nos hacen prisioneros. Fue sorprendente, de haber alcanzado la posición enemiga a ser apresados. Vigilados por milicianos, fuimos cacheados, e inmediatamente interrogados: nos preguntaron por las rutas que habíamos seguido desde Logroño, el número de soldados atacantes...».
«Presos como estábamos y vigilados de cerca, nos sorprende a todos el estallido muy próximo de obuses de artillería. Inesperado bombardeo que siembra de explosiones la montaña y nos obliga a huir a todos. Yo salí corriendo con dos compañeros, por más señas requetés y de Viana. Nos escondimos en una casucha llena de paja, y allí nos metimos. Pasaron las horas y a los tres nos venció el sueño. Fuimos sorprendidos durmiendo por una patrulla enemiga. Nuevamente nos apresan y trasladan hasta donde está el grueso de la tropa republicana. Tras un simulacro de juicio nos condenan a muerte y enseguida somos llevados atados hasta el lugar de la ejecución, donde está formado el pelotón de fusilamiento. Un oficial se apresta a dar las órdenes».
Unos rezaban, otros imploraban
«Ante la muerte, algunos rezaban, otros imploraban clemencia o lloraban. Enfrente, los fusiles a punto de hacer fuego. No hay perdón, nos iban a matar. A la voz de '¡Carguen!' un soldado republicano grita: «¡No disparéis!», «¡No disparéis que a ése le conozco, es de Logroño, obrero y buena persona!». Y me señala a mí con mucha vehemencia. El oficial da orden de separarme del grupo, soy apartado del resto de compañeros que inmediatamente son fusilados. Yo, gracias a esa intervención providencial, salvé la vida».
«Pero a Logroño llega enseguida la triste noticia de la emboscada que sufrimos en Somosierra, y un testigo cuenta cómo fuimos capturados y pasados por las armas».
Las autoridades militares dan como baja al soldado Justo Rodríguez González. Gran consternación de su familia; con sólo 20 años y muerto en la primera escaramuza de la guerra. En el periódico LA RIOJA y en otros medios se insertan esquelas mortuorias.
«Pero yo estaba vivo, en Madrid, y encarcelado. Después, en la prisión de Alicante permanecí hasta el 29 de marzo de 1939, dos días antes de proclamarse la victoria de Franco y el famoso último parte de guerra».
"Me dijo: 'Justo, de la guerra nada'"
«Con la paz cayó sobre España una negra nube que cubrió a los perdedores, entre los que se contaba el soldado republicano que al grito de «¡No disparen, ése es conocido mío.!», me había salvado la vida».
En plena posguerra, la madre de este soldado acudió a la madre de Justo, a quien conocía, y le pidió que, desde su posición en el bando ganador, intercediera por su hijo que padecía prisión por 'rojo'.
Justo se apresura a interceder por su salvador, escribe cartas, hace gestiones ante las autoridades franquistas y consigue finalmente que la pena de prisión sea muy rebajada. «Pasado el tiempo, el azar quiso que nos encontrásemos ese paisano providencial que me salvó la vida y yo. Nos encontramos, ambos libres, en un bar que había enfrente de La Granja, en la calle Sagasta. Nos dimos un abrazo largo y fuerte, y recuerdo con absoluta emoción que él me dijo: 'Justo, de la guerra nada'».
El pasado lunes, 8 de junio, falleció en Logroño Justo Rodríguez. Justo de nombre, y hombre justo de condición vital.
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