Maite Mayayo
Jueves, 9 de abril 2015, 21:26
Cuando en el 2008 la economía española entraba oficialmente en la histórica recesión, China proseguía su meteórico despegue con incrementos de dos dígitos en su PIB. Puede que el asunto de la crisis no ocupara mucho tiempo la cabeza de un muchacho de 17 años ... pero a Pedro Berzal le hizo cavilar que si un país era capaz de crecer a ese frenético ritmo, parecía lógico concluir que sería más útil estudiar en el país asiático que en cualquier otro lugar. Y así, China se convirtió en el centro de sus sueños. Parecía imposible pero hoy seis años después, tiene la carrera de Economía y Comercio Internacional (cursada en chino), una tesis y trabajo en una empresa de Pekín que importa vinos italianos. Lo imposible se hizo realidad a base de disciplina y esfuerzo, hábitos que, además, le depararon siete becas de estudio chinas. Esta es su historia:
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«El plan era estudiar mandarín dos años y después empezar una carrera. China tenía la ventaja de su crecimiento y de que el cambio euro/yuán era ventajoso y me podía permitir una buena universidad y un nivel de vida decente», rememora.
Cuando llegó el 2009 este logroñés se encontró haciendo a la vez el Bachillerato Internacional y el Nacional, cosa poco práctica -reconoce ahora- y con la mente puesta en su objetivo mandarín. «A principios de año ya estaba mirando universidades y me decanté por Beijing International Studies University, una muy buena universidad para aprender idiomas, y nada mala para estudiar economía o negocios», comenta. A mediados de julio y con 18 añitos dijo adiós a su familia, amigos y novia y se fue al otro lado del mundo.
Nueva etapa en China
No le fue nada mal. Dos meses en la ciudad bastaron al logroñés para descubrir un mundo lleno de oportunidades y... su primer empleo: guía turístico. No sabía casi nada de chino, no conocía la ciudad y menos aún su historia. Pero, nada que no se pudiera paliar con un buen libro, que se aprendió al dedillo. Fue el primero de un montón de tours. Durante año y medio lo compaginó con los estudios y otros trabajillos a tiempo parcial: profesor de inglés, de español, de biología y hasta modelo.
Todo iba sobre ruedas y, además, Pedro logró una beca de Pekín, que cubría la matrícula del siguiente semestre (unos 900 euros). Esta beca la consiguió varias veces más mientras cursaba el programa de chino. Al final del segundo año ya había obtenido el título HSK 4, requisito para empezar una carrera en chino.
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¿En chino? Le sonaba bien pero... desde la ingenuidad. «No tenía ni idea de dónde me estaba metiendo. Me decidí por Economía y Comercio Internacional, que tampoco sonaba mal. Las clases no eran difíciles, algunas materias eran de inglés, pero había un par, introducción al comercio y matemáticas, que se impartían solo en chino, y me estaban volviendo loco. El único que compartía mi frustración era un chico de Yemen, que se acabó convirtiendo en muy buen amigo mío», comenta.
De esta etapa aún recuerda que tuvo que asistir a clases de comunismo: «El profesor esperó a que hubiera asistido a todas las clases y hubiera hecho el examen para decirme que no podía darme el crédito porque no era chino. En fin...»
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Los años siguientes fueron iguales: cada semestre una beca, hasta que en el tercero logró lo que buscaba: la beca del Gobierno chino (todo pagado y 100 euros al mes). La guinda del pastel fue cuando obtuvo el HSK 6, el nivel más alto de chino. Las prácticas las hizo en una empresa que exportaba neumáticos pero sólo duró dos meses. Se marchó y pudo pasar la primera Navidad en casa tras seis años. Después, inició su tesis (en chino, claro) -'Análisis de las ventajas y desventajas de crear una empresa en un paraíso fiscal'-.
Hoy Pedro trabaja para una compañía que importa vinos italianos. «Tres semanas de viaje de negocios, comiendo dos veces al día y trabajando unas doce horas diarias. Supongo que yo me lo he buscado...»
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