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Miguel Martínez Nafarrate
Martes, 31 de marzo 2015, 09:44
La estatua de la libertad, el vino, el tirolés... y la bici de Cubillo. O Cudillo, que en Cenicero variaron la denominación como quisieron, ¿o no chiguito? Así le llamaban a Tanis Puellas porque en el taller, siendo un muchacho, los oficiales le mandaban a ... diario a por un cubillo de vino (media cántara o dos cuartillas). Y tan repetida era la estampa que a Tanis se le quedó. El chaval trabajaba en un taller donde había una bicicleta que le tenía comida la moral. Era tan vieja que era de madera. Allí quedó arrinconada en el taller donde trabajaba y Tanis se propuso arreglarla. La madera estaba carcomida. Había que tomar medidas. Como en muchos hogares, el tránsito de la edad de los muebles de madera a los metálicos surgió como una necesidad. Los xilófagos habían dejado la bici para el derribo. Tanis tomó medidas. Sabía arreglárselas con el metal. Paciencia y muchas ganas le llevaron a la reconstrucción del ingenio. Una horquilla soldada alargada por aquí, uno sillín por allá, la rueda grande, la pequeña.
El ingenio, el original, ni siquiera tenía la denominación de bicicleta. Respondía al nombre de velocípedo. Rueda grande, enorme, adelante, chiquitina atrás. Datan de 1870, ¿pero de madera? Vaya usted a saber. En Inglaterra, que para el tema del metal iban con ventaja para lo que se cocía por aquí, les llamaban penny farthing (penique y cuarto) y posteriormente 'quebrantahuesos' por la dificultad que entraña su manejo y porque las tortas contra el suelo eran de impresión. Solo subirse a este percherón requiere de una destreza especial.
Total, que el amigo Cubillo se las ingenió para modelar el metal y dar forma a un artilugio único, que pesa una tonelada y bastante alejado del confort, pero la bici empezó a asomar por la ciudad a cada rato. Un campanón a modo de timbre avisa de su llegada. No ha habido fiestas ni eventos en los que faltara Cubillo con su famoso velocípedo. Que había meta de la Vuelta al País Vasco (1974), el primero en pasar era Cubillo para admiración del personal y sorpresa de la atónita chavalería.
"Dile que se la compro"
El primer español que ganaba un Tour de Francia. Federico Martín Bahamontes llegaba a Cenicero invitado por dos amigos que regentaban el desaparecido Bar Bilbao de Logroño Paco y Jorge. El bar era muy popular en Logroño. En la Calle Mayor. Allí parábamos todos los que queríamos al ciclismo, dice el fotógrafo Teo Martínez. Pegados a la radio escuchábamos los resultados del Tour de Francia, las metas volantes y los puertos de montaña. En una pizarra lo escribían y los aficionados tenían información al instante, explica Teo.
Eduardo Gómez lo constata. Los propietarios eran dos hermanos y fue el primer bar de Logroño en poner una televisión. Aquello se ponía a tope. Se les ocurrió un día ponerle a la pantalla un plástico transparente para ver la tele en color... ponían un belén muy grande al fondo y cobraban una peseta para verlo.., agrega el maestro Eduardo.
De ese afán y de la devoción que se creó en torno a la figura del Águila de Toledo se le invitó a venir a La Rioja. Federico aceptó venir el año siguiente al amarillo para hacer parada en Cenicero.
Era 1960. El 'Águila de Toledo' tenía una fama increíble. Su clase de escalador unida a su excentricidad le precedían.
Hoy sigue igual. Se escapa en el sitio menos pintado. Si es de vainilla o chocolate no se sabe, pero la memoria la tiene fresca a sus 87 años. ¿Cómo no me voy a acordar de Cenicero? ¿Qué tal están esos muchachos?, dice desde Toledo. Me invitaron a ir y aproveché que no corría el Campeonato de España. Menuda bronca tuve... Me multaron... Cinco mil pesetas de aquellas. Las pagó mi mujer a escondidas..., dice.
Lo pasé de... (maravilla). Me llevaron a merendar a una bodega y comimos chuletillas y choricito a la parrilla. Ya te digo, cómo me voy a olvidar. Ya había ido a correr por La Rioja de amateur y mira por dónde todavía guardo el premio que consistía en un estuche de aseo con brocha, jabón y cuchilla para afeitarse, pero de aquellas, ja, ja, ja, se larga el fenómeno castellano.
Le pilla el pelotón para recordarle que aquella bici en la que posó para Teo sigue 'viva'. ¿Cómo?, salta su voza. ¿En serio?, dile al dueño que se la compro para mi museo. Tengo 1.000 metros y atesoro unas 140 bicis. La de Perico, la de Indurain... con sus indumentarias y todos.
Se vuelve a escapar el águila y abronca a la Federación. ¿Cómo es posible que aquí tengamos en un fin de semana tres carreras y luego no haya nada en mucho tiempo. Esos chavales, esas escuelas... y consuma la fuga para llegar a meta y pensar en la próxima carrera.
La foto de Teo
Teo retrató la llegada de Bahamontes a Cenicero y la foto del grupo se popularizó de tal manera que seguro que la foto está en lugar de lujo en los álbumes familiares de la localidad. Víctor Pascual es uno de ellos y la guarda con celo. De carrerilla cita a todos los de la foto. Bueno, hay un chico al fondo, con gafas que no sé quién es, lamenta.
A Bahamontes le tributaron un buen recibimiento en la bodega de José Mari Pascual. Allí estaban Parra y Parrita, Pepe Pascual, Cantón, Manillas, César Pascual, Gangutia, Calvete, Villanueva, Montejito, los del Bar Bilbao y, claro, Cubillo, que llevó la bici allí para inmortalizar una jornada estupenda. Teo, como siempre, al otro lado del disparador. También estaba él. Hoy quizá tendría un selfi. Quizá.
Bahamontes hizo la pose con la bicicleta y el resto formó a su lado en una imagen que ya forma parte de Cenicero. La foto está colgada en el Bar de Olano como una escena para la memoria.
Cubillo falleció. La bici ha criado polvo mucho tiempo. Me da un poco de cosa no haberla adecentado un poco, dice José Ignacio Puellas, el hijo de Cubillo, que se juega el físico para hacer una demostración. Si no la doma él, será difícil que otro lo consiga. Precisa técnica y José Ignacio, aunque no lo dice, es un 'lobo' que suma una veintena de 'Quebrantahuesos'.
Quizá la bici le trae tantos recuerdos. La memoria de su padre, las fotos junto a su madre... La limpia un poco con un paño. La saca a la calle y se dispara la sonrisa entre el vecindario de Cenicero. La bici de Cudillo, la bici de Cubillo, según se tercie. Enseguida un corrillo. Otro que para el coche, un bocinazo. Buenas vibraciones. Buenos recuerdos.
Ruedas de hierro, a pelo. No, no hay goma, sólo una varilla de hierro gruesa a la que se le han soldado unos radios. Ha llovido en Cenicero. Asfalto mojado. Ideal para jugársela. El velocípedo pesa una tonelada y no absorbe ni un bache. La campana avisa de su paso. Luego entiendes el sentido de semejante cencerro. Hay que avisar de su presencia. Es preventivo. Las maniobras a bordo de la bici no son sencillas. Mi padre empezó a prepararla poco a poco. Sabía manejar el metal y soldar, y fíjate por donde, la bici ya forma parte de todos en Cenicero. Ha sido estampa fija en todas las fiestas. Me la piden para exhibirla. Ha estado expuesta en Madrid..., explica.
José Ignacio se quita el impermeable. La agarra con fuerza. Mira a ambos lados de la carretera. Toma impulso, sube al primer peldaño y... a la tercera fue la vencida. Sus hijos, Iván y Alba observan divertidos a su padre. El relevo está garantizado. ¿Que Bahamontes me la compra? y José Ignacio se echa a reír.
L'Eroica
Un tirolés más tarde la conversación gira en torno a la cita de junio. Entre el 5 y el 7 se celebra la Eroica en Cenicero. José Ignacio (y muchos riojanos) están buscando una bici anterior a 1987 para participar. Bicis con cambios en la barra, calapiés y desarrollos de otros tiempos para cubrir hasta un máximo de 187 kilómetros. En Cenicero esperan ese día con ganas. Activará el nombre de la ciudad, eso es seguro, pero igualmente genera la incertidumbre de la acogida de la primera vez. En Italia ya está consolidada y reúne a 5.000 ciclistas en un día de deporte y fiesta. Y si de esto último se trata, la bici de Cubillo seguro que no andará lejos.
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