Los padres, pero no todos

El debate sobre el horario escolar se ha saldado en La Rioja en menos de una década con una victoria abrumadora de los partidarios de la jornada continua frente a quienes aún entienden que la partida, la de mañana y tarde, beneficia al rendimiento de los alumnos de Primaria.

La explicación a tan tajante inclinación de los colegios riojanos no tiene, sin embargo, una explicación científica. Cualquier padre que se haya visto en la tesitura de poder decidir sobre el asunto habrá verificado que las teorías a favor de uno u otro modelo, teorías argumentadas en ambos casos con estudios supuestamente fundados, abundan tanto como las sentencias de apariencia estadística que avalan tal o cual opción. Así, sólo a un clic de distancia puede leerse que el abandono es mayor en la jornada partida o que el fracaso escolar es casi privativo de la continua, por referir dos ejemplos extremos y contradictorios. Hay tantas razones que llevan a un extremo como al otro, tantos razonamientos para una opción como para la contraria.

Con este panorama, la Administración educativa prefirió dejar en manos de los centros y de los padres la decisión cuando hace ahora nueve años abrió este melón de la jornada escolar. Para ello, argumentó que si la autonomía pedagógica y organizativa de los centros, que si los cambios en las condiciones laborales, que si los hábitos sociales... Explicó que la educación no podía mantenerse al margen de las nuevas necesidades sociales y sentenció que procedía «regular el proceso para que los centros puedan determinar el modelo de jornada escolar». El resultado fue una norma que, como decía, implicaba a los padres de alumnos. Pero no a todos. Porque, a instancia de parte, reservó a los titulares de los centros concertados un a modo de derecho de veto que aún les permite anular cualquier voluntad de cambio de unos padres a quienes no deben incumbirles las razones anteriores y cuyos derechos quedaron capados por una restricción normativa injustificable.