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ROBERTO GLEZ. LASTRA
Viernes, 19 de septiembre 2014, 23:42
Desahuciado. El viejo IES Sagasta, en fase terminal, afronta su último año de vida a la espera de que en 12 meses, en septiembre del 2015, la piqueta comience a hacer desaparecer sus centenarias tripas en una obra de reforma integral en la que se invertirán 25 millones de euros. A su conclusión, dos años después, solo sobrevivirán las fachadas del emblemático centro enclavado en el corazón de la capital riojana.
Pero además de su exterior, el derribo tampoco acabará con el legado humano cedido por los miles de logroñeses y riojanos que habrán pasado por sus aulas en los 115 años de actividad que sumará el histórico edificio al término del actual curso.
Un reto que quedó ayer rubricado en el primero de los emotivos actos organizados por la dirección del centro para homenajear, honrar y despedir al viejo instituto. En su histórico salón de actos se dieron cita durante toda la mañana ex alumnos y antiguos profesores y directores, que compartieron con la nutrida representación del millar largo de estudiantes actuales algunas de las vivencias y anécdotas acaecidas entre los veteranos muros y el orgullo de haber formado parte del relato dorado del recinto educativo que nació en 1842 como el decimocuarto instituto de España bajo el nombre de Instituto Provincial de Segunda Enseñanza de Logroño, tal como resaltó en el arranque de la cita Fernando Blanco, profesor responsable de la biblioteca del Sagasta.
Recuerdos centenarios
La institución, que en cuatro años celebrará su 175 aniversario, inició su actividad docente en el curso 1843-1844, en un viejo convento de los Carmelitas descalzos, que sería derribado en 1895. Antes, entre los años 1893 y 1894, el entonces arquitecto municipal, Luis Barrón, había diseñado los planos del nuevo recinto, que fue inaugurado el 21 de septiembre de 1900 como instituto, escuela pública, Biblioteca Provincial y Escuela de Artes y Oficios, entre otros usos.
Cuarenta y un años después, en 1962, llegaría la primera gran transformación del centro, asentado, sin embargo, sobre unos sólidos cimientos -por cierto, enterrados entre dos centenares de tumbas de religiosos carmelitas-, una firmeza a la que han contribuido todas aquellas generaciones que han pasado durante el último siglo para formarse tanto en el ámbito educativo como en el humano. Así lo ratificaron ayer algunos de los exalumnos, exprofesores y exdirectores presentes en el acto 'Recuerdos del Sagasta'. Entre los primeros tomó la palabra Rosario García, alumna desde 1961 y hoy doctora en Biología y profesora de Botánica de la UR, quien recordó que «cuando bajé de Ezcaray el 20 de septiembre de 1961 me pareció grandioso e intimidatorio». «Había disciplina y religión, pero también mucha calidad docente», rememoró para resaltar que «hacíamos gimnasia en bombachos en el patio y los chicos nos espiaban».
Mejor persona
También dejó su testimonio Ignacio Espinosa, hoy presidente del Tribunal Superior de Justicia de La Rioja, quien admitió que «era un estudiante pésimo y en mi primer año pasé un frío atroz desde que me expulsaron en febrero. Yo seguí bajando hasta junio para que mis padres no se enterasen. Me cambiaba en El Espolón, veía los entrenamientos del Logroñés y hacía deporte, con lo que en junio de ese año sólo aprobé gimnasia». «Yo por entonces tenía las neuronas sin estrenar y perdí dos años», relató entre las risas de los asistentes quien años después se convertiría en el segundo juez más joven de España tras un expediente infestado de matrículas de honor. «Mi paso por el Sagasta demuestra que hay que dar una segunda y una tercera oportunidad a las personas», remató.
«Yo sin embargo he sido siempre un empollón y un friki. A mí me gustaba estudiar y me pasaba el día aquí aprendiendo, aunque me suspendieron una vez en Música y otra en Literatura», terció por su parte Eduardo Sáenz de Cabezón, alumno desde 1990 y hoy profesor de Matemáticas en la UR, quien admitió que «flipé al llegar aquí y compartir clase con chicas, porque yo era muy estudioso, pero muy tonto». «Aquí aprendí, pero sobre todo me hice una persona diferente y mejor», remachó el matemático.
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