Mosab, en el exterior del Centro de Acogida de Cruz Roja de Logroño.

«El peor enemigo es la incertidumbre; no sé mi futuro y el presente es duro»

A punto de agotar su estancia en el Centro de Acogida de Cruz Roja, uno de los tres millones de sirios desplazados busca su lugar en La Rioja

TERI SÁENZ

Lunes, 1 de septiembre 2014, 20:36

Mosab estaba con su familia en la casa que compartían en un barrio de Homs cuando sonó un silbido sobre sus cabezas. Al instante, el estruendo: un misil acababa de impactar en la fachada del edificio y el humo se había apoderado de la zona. ... Su hogar quedó tocado, pero lo peor fue ser conscientes de que la vida en Siria ya no tenía sentido. «El 80% de mi ciudad está destruida, falta agua, comida y electricidad; no puedes caminar por la calle por miedo a que alguien dispare o la policía te arreste sin más explicaciones», relata en Logroño Mosab en una mezcla de inglés y el castellano aprendido desde que, cuando aterrizó en Barcelona en abril del 2013 para cursar un máster de Comercio Internacional, tomó la decisión más drástica en sus 25 años de vida: no regresar a su país, donde el conflicto bélico que enfrenta al presidente Bashar Al-Asad con la oposición ha elevado el número de refugiados a la cifra histórica de tres millones, según acaba de denunciar ACNUR.

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Arquitecto de profesión, Mosab era consciente de la imposibilidad de retornar. «Si piso el aeropuerto, me obligarían a pasar cuatro o cinco años en el servicio militar», cuenta a punto de cumplir los seis meses máximos de estancia -salvo prórrogas hasta otros seis en casos de especial vulnerabilidad- en el Centro de Acogida Temporal de Cruz Roja en Logroño donde recaló tras cumplimentar la solicitud de asilo guiado por un abogado de la ONG ACCEM hasta ahora, que acaba de ser reconocida su protección internacional de forma favorable.

Alejado de los suyos -sus padres y cuatro hermanos huyeron al mismo tiempo que él a Egipto y la única hermana que permanece en Siria medita también marchar a un lugar más seguro- su obsesión consiste en encontrar cualquier trabajo que le restituya la confianza y el equilibrio perdidos. «El peor enemigo es la incertidumbre, porque no sé cuál será mi futuro y el presente es muy duro», resume entre reticencias a mostrar el rostro por si sus palabras puedan derivar en represalias a otros a miles de kilómetros. «Te esfuerzas en no pensar en tu familia, en qué estará pasando con tus amigos o en si un día podré volver; sin embargo resulta imposible relajarte: la mente siempre está trabajando», añade rememorando cómo al cumplir el primer mes en La Rioja tuvo la sensación de que había transcurrido una eternidad en un lugar ajeno y tan extraño como él mismo.

Para espantar esa angustia emocional aderezada con el choque cultural en un país que no conocía y la convivencia con otros 19 refugiados de seis nacionalidades, Mosab invierte todo el tiempo posible aprendiendo español y buscando un empleo que alumbre el túnel que atraviesa. Cuando las fuerzas flaquean, es su padre quien le anima desde Egipto a través del teléfono. «El es un hombre muy optimista y me insiste en que debo ser positivo, pensar que todo va a ir bien, pero...». El otro punto de conexión con su tierra queda mucho más cerca. Una familia de la ciudad de Alepo que también pasó una temporada en el Centro de Acogida y ha acabado instalada en Logroño le ayuda a mantener a Siria en la memoria recordando historias comunes, símbolos compartidos, sabores identificables.

Mosab sigue esperando. «El tiempo pasa más lento cuando aguardas a que pasen cosas», comenta mientras imagina que acaba la guerra en su país y puede regresar a Homs, abrir la puerta de su casa reconstruida y encontrarse con la familia que la violencia ha desperdigado.

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