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Maite Mayayo
Martes, 13 de mayo 2014, 18:34
El respeto que María del Mar Torres Ruiz siente por la Educación le empuja a hablar de ella siempre en mayúsculas. De su pasión ha hecho su profesión y a ella ha tenido la suerte de añadir el toque 'viajero' de su innata curiosidad vital, ... que le ha llevado de un lado para otro desde bien jovencita. «Mi interés por la vida fuera de España fue muy precoz y cuando conocí en Ginebra al que hoy es mi esposo, supe que ya no habría marcha atrás. Así que agudicé el ingenio para buscar destinos dedicándome a lo que me apasiona: la Educación».
Reside en Estados Unidos; ahora, en Washington DC, donde es Asesora Técnica Docente en la Consejería de Educación de la Embajada de España, desde el 2011. Pero antes vivió en Los Ángeles, donde fue Agregada de Educación. Este destino le ofreció «la oportunidad de gestionar en los estados del oeste la acción educativa en el exterior del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte», explica. Conoció de primera mano el sistema educativo americano, del que dice que «siempre es tan criticado como desconocido, pero con una gama tan amplia de materias y niveles que siempre hay algo adecuado para cada alumno». Y aprendió también a amar una ciudad que no considera especialmente bonita «pero se le coge cariño con el tiempo y posee rincones hermosos como el Griffith Observatory, el Museo Ghetty o la costa agreste de Malibú; todos ellos muy alejados de los circuitos turísticos habituales».
Su estancia allí aún le deparó otra buena nueva: En el 2002 pudo recoger a su hija en China. «Con cuatro nacionalidades distintas y tres idiomas en casa, somos una 'mini ONU'», bromea.
El cambio a la costa este ha sido radical: del clima amable de California a las marcadas estaciones de Washington. Como Asesora en la Consejería de Educación coordina a nivel nacional algunos de los programas educativos que desarrolla el ministerio. «Trabajar con los que, en mi opinión, son los mejores programas bilingües es extremadamente gratificante», indica.
Y a la vez descubre el 'Washington de casa': recorrer en bicicleta el Rock Creek, un bosque que cruza la ciudad y que te permite pasar en un minuto del asfalto a la vegetación más exuberante; pasear a las orillas del río Potómac; o, en primavera, el festival de los cerezos en flor, para perderse entre los más de tres mil cerezos que Japón regaló a la ciudad en 1912; es como sumergirse en una nube rosa. Y terminar el día en Georgetown con tiendas, restaurantes coquetos y los mejores dulces artesanos.
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