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Roberto G. Lastra
Miércoles, 23 de abril 2014, 21:45
Ni un ruido ni una voz. En las desiertas calles de Estollo sólo la brisa que mece los campos de cereales que rodean el municipio rompe el silencio que reina en un paraje de postal, una instantánea de paz con el monasterio de Yuso al ... fondo.
Martes pasado, 17.15 horas y un hermoso sol primaveral. Nadie en las cuidadas calles de la coqueta localidad del valle del Cárdenas da la bienvenida a los visitantes hasta que unas voces rompen la magia. El bar de la plaza está abierto y de su interior sale una pareja de jóvenes que está de paso, en plenas vacaciones de Semana Santa en la región. Dentro del local se aprecian otras dos figuras separadas por un recio mostrador de madera: en su interior, Jorge González, un argentino de 65 años que desde el 2005 se encarga del negocio; y al otro lado, Ángel José Lerena, que ha hecho un alto en sus quehaceres para acercarse a por tabaco y que, además, es el alcalde de Estollo.
«Aquí no hay más que jubilados durante la semana. Hace ya muchos años que no hay niños, aunque justo ahora tenemos uno de 8 años, hijo de un matrimonio de bolivianos que ha llegado al pueblo, y que va al colegio de San Millán, pero bueno es casi una cuestión pasajera», relata el regidor. «El día a día te amoldas a lo que hay, pero en cuanto llega el viernes por la tarde esto se anima y es otra alegría», añade el alcalde.
«Aquí subsistimos gracias a los viernes, sábados y domingos, entre semana es una tristeza y abrimos por mantener el fuego sagrado», tercia el abastecedor con un marcado acento de su Pampa natal. «Los fines de semana viene gente desde Logroño, de Vitoria, de Bilbao... Tenemos aquí 15 o 20 chavales y el pueblo se matiza de otra manera», remata Jorge, que cada día recorre los 45 kilómetros que separan la localidad de la capital riojana.
La alegría del griterío
Nuevas voces en la plaza. Allí, sobre un banco de piedra en el que han colocado con mimo unas láminas plegadas de cartón, toman el sol Milagros Viniegra, Concepción Alesanco y Felisa Gómez Manzanares, una berceana que lleva más de 60 años en Estollo y que, orgullosa, proclama: «Tengo 91 y soy la más mayor del pueblo».
«Esto es muy tranquilo, ya lo ves, por la mañana hacemos la labor y por la tarde, si hace bueno, salimos a dar un paseíto o a sentarnos aquí», se arranca Milagros mientras señala la coqueta plaza flanqueada a su izquierda por el edificio de piedra del antiguo Ayuntamiento; a su derecha, por la moderna sede consistorial y de frente, por la iglesia.
«Aquí no hay niños ni tampoco jóvenes, se han ido todos fuera», sentencia Concepción mientras a sus pies se despereza Chispas, una perrita también de edad. «Pero los fines de semana esto es otra cosa, ¿eh?», le interrumpe Felisa. «Es una alegría ver a los niños y a los jovencitos aquí en la plaza y oír sus gritos y juegos. Ahora con el buen tiempo empieza lo bueno porque es una tristeza ver el pueblo cómo está sin nadie. Yo por la mañana estoy en casa con mis laborcitas, pero por la tarde salgo. Si no están estas dos por aquí, porque no hay nadie más, pues me doy un paseo y como no puedo hablar con nadie, pues me echo unos cantares. Yo es que si no canto, me muero, majo», se despide Felisa con un guiño pícaro.
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