La planta baja del inmueble es el lugar donde Adriana trabaja. Está lleno de chismes (por resumir) con los que da a la piedra, sobre todo, pero también a la madera, la oportunidad de ser algo más en esta vida. En eso consiste su empresa, 'Cantería creativa' (en sus orígenes 'Arte útil'), en unir cantería y arte para que el resultado tenga una utilidad.
En un patio almacena todos los materiales que va recogiendo aquí y allá, ya sea en el valle del Oja o en cualquier otro lugar donde se enmarque el encargo. Con ello, esta «artista artesana», confiere a sus creaciones el toque autóctono, el sabor de la tierra, lo que no deja de ser otro valor añadido al de la obra que surge de sus diestras manos, curtidas en la Escuela de Artes y Oficios, en talleres de Cantería de Haro y Santo Domingo de la Calzada, en una empresa de restauración y, sobre todo, en muchos años de moldear la piedra con la paciencia y el tacto que requiere su dureza, muchas veces frágil.
«No se puede tratar igual a gente que quiere montar un negocio en el pueblo que en una ciudad», opina
Adriana, de madre logroñesa y padre uruguayo, vivía en la capital de La Rioja. Sin embargo, algo tiraba de ella hacia el mundo rural, sin tener aún claro dónde. «Yo tenía muy claro que en una ciudad no quería vivir», recuerda. Apenas con 19 años empezó a buscar por toda la región un lugar al que mudarse, pero encontrar una casa no fue fácil. «Hay muchas casas vacías pero no alquilan ni venden», señala. Finalmente, se decidió por Ojacastro, algo en lo que pesó su proximidad a la sierra de la Demanda. «La montaña me encanta». Un pueblo le daba más oportunidades de aprender el oficio de la piedra, donde el propio entorno es el abastecedor de la materia prima. «Cada día descubro en él más cosas que puedo aprovechar, para después transformarlas y hacer piezas», dice.
Han pasado veinte años desde que llegó y es feliz. «Este es mi sitio en el mundo», confiesaAdriana, que solo ve ventajas en la vida en el pueblo. «El contacto con la naturaleza, la tranquilidad, levantarte por las mañanas y oler a aire fresco, una vida saludable, la convivencia con los vecinos...», enumera. Aunque no trabajara en Ojacastro, viviría en él. «Hoy hay muy buenas vías de comunicación para desplazarte», subraya.
Tiene 41 años y cuatro hijos y ha sido testigo de la evolución demográfica del municipio. «La mayor tiene 18 años y cuando nació aquí había como doce niños que iban al colegio de Ezcaray. Luego hubo unos años sin nacimientos ni más gente que viniera a vivir y vi como los dos medianos se iban quedando solos aquí. Ahora, con la pequeña que tiene cuatro años he visto que vuelve a resurgir un poco», cuenta.
Pero sabe que es algo puntual. «Traer más gente lo veo muy complicado», reconoce. «Entre la gente de mi generación, ahora mismo muy pocos cambiarían la vida en la ciudad para irse a un pueblo», dice. Por ello, aboga por un mayor apoyo a los que ya viven en el medio rural, sin que ello sea óbice para otro tipo de ayudas a quienes decidan cambiar la ciudad por el pueblo. Su caso es el de la supervivencia personal, sin apenas ayudas. «La gente que quiere montar negocios en los pueblos tiene las mismas condiciones que en una ciudad, y eso frena bastante. No se puede ver igual», opina.
Ser madre de cuatro niños y trabajadora autónoma dan idea de una luchadora, a quien las amigas ayudan lo que pueden y que bromea diciendo: «Voy a adoptar a una abuela».
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