![La aldea de Turza sigue sin entrar en el siglo XXI](https://s1.ppllstatics.com/larioja/www/multimedia/202002/13/media/cortadas/turza-una-kcPD--984x623@La%20Rioja.jpg)
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Turza es un remanso de paz al otro lado de una serpenteante carretera por la que algunos GPS mandaban trailers en busca de una gasolinera que nunca ha existido. Trece casas. En una de ellas existe un tablón de anuncios en el que nunca se pone ninguno. También conserva el pie el edificio de la escuela: la planta baja era el aula y en la de arriba vivía el maestro. Eran los 'buenos tiempos' de la aldea. Hasta el cura vivía en ella, al lado de la iglesia, de la que ya solo quedan sus muros. Dentro es un almacén de ruina. En una oquedad junto a la cerrada puerta, hay un montón de cráneos y huesos de anónimos lugareños, apilados allí por un vecino. Hay más entre los escombros. Cerca del templo está lo que fue la 'cárcel del ganado': cuando una res sobrepasaba su jurisdicción se guardaba en ese lugar hasta que su dueño la reclamaba. Eso sí, para llevársela, tenía que pagar una suerte de multa. Cerca -aquí todo está próximo- otros muros delimitan lo que fue un salón de baile. Sus dimensiones hacen pensar que en los 'agarraos' no corría el aire.
Son vestigios del pasado, que se combinan con un presente que muestra una aldea de lo más coqueta. La mayoría de sus casas han sido restauradas, con respeto a la arquitectura tradicional y mucho gusto. Preciosas. Por allí corretea Lulú, una gata muy cariñosa que vino de Burdeos. Hay otros cinco felinos más. No son estos, pero Turza tenía 6 habitantes en el 2019, según el INE. En realidad, que viva en ella de continuo solo hay uno. Los demás van y vienen, sobre todo los fines de semana y en verano, cuando la aldea recobra la vida. Allí, quince personas son multitud.
Gloria Capellán y Domingo Bartolomé son de los asiduos. «Me suelen preguntar qué hago yo en la aldea; que me tengo que aburrir tanto tiempo. Pero de eso nada, siempre hay algo que hacer», cuenta ella. Le encanta esa vida, con todas sus 'desventajas' con respecto a un entorno que sí que está en el siglo XXI. Y es que en Turza no hay electricidad (sí la hubo hace 60 años, cuentan). Allí funcionan con placas solares, generadores y también butano, que alimenta la nevera de Domingo. En una casa hay una especie de molino eólico. Por supuesto, en las calles no hay alumbrado público. Tampoco disponen de internet, aunque en el 2010, el entonces consejero de Administraciones Públicas, Conrado Escobar, se acercó hasta allí para anunciar su puesta en marcha a través de la tecnología satélite. «El wifi no funciona», cuenta Domingo. «Se conecta uno y los demás ya no pueden». Así que ni siquiera lo activan. Respecto al agua de boca, periódicamente sube una persona a clorarles el agua y, cuando lo hace, tienen que estar una semana o más sin probarla. En las casas se almacena agua embotellada para estas ocasiones.
Asumen casi todo, aunque tienen otros problemas que creen debiera resolver la administración. «No por ser pocos tenemos menos derechos», dicen. Los impuestos los pagan igual. La palabra, que tanto valor tuvo antaño en la aldea y fuera de ella, ya no les vale. Ahora, todas sus reclamaciones van por escrito. Así, han dirigido algunas al Ayuntamiento de Ezcaray y Gobierno de La Rioja en las que insisten en el problema de accesibilidad a la aldea desde la pista forestal asfaltada que conduce a Bonicaparra. «Está sumamente y gravemente comprometida, cuando no imposibilitada, bien por causas climatológicas -nevadas, vientos, apeos y derribos de árboles-, bien por aprovechamientos forestales». Añaden que el estado de mantenimiento «es deplorable» y demandan una «solución integral». «Existen pistas forestales en la zona para el ganado en mejor estado y más amplias que el acceso a Turza», dicen.
En otros escritos denuncian la «deficiente» e «intolerable» situación de todo lo referente al agua de boca y gestión de aguas residuales, algo que -afirman- compromete gravemente la salud de los vecinos y usuarios, cabaña ganadera y animales silvestres». Como queda dicho, no tienen gas ni electricidad, y la que pueden generar, sobre todo en invierno, es muy justa. Para calentarse tiran de chimeneas y, por eso, piden al Ayuntamiento que tenga la deferencia de facilitarles la suerte de leña «con la cercanía y accesibilidad suficientes para su fácil extracción y transporte a la aldea».
Los propios vecinos han pagado de su bolsillo algunas obras que la aldea precisaba. «Cada año nuestros impuestos son abonados religiosamene como mandan las leyes, las mismas que nos desamparan y no nos prestan servicio alguno», lamentan. Turza sigue existiendo gracias a ellos.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Juanan Salazar | Logroño
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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