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Tal vez sea cierto que William Kipchirchir Samoei Arap Ruto, de 55 años, calzó sus primeros zapatos a los quince años y que fue, tal y como asegura su biografía oficial, un muchacho pobre que vendía pollos y cacahuetes al borde de la carretera. Junto a esa historia de superación personal, la trayectoria del nuevo presidente keniano –elegido el pasado mes– está llena de éxitos políticos y sombras judiciales, algunas tan pavorosas que lo condujeron, hace ya una década, hasta el Tribunal Penal Internacional de La Haya.
Aquel supuesto niño miserable estudió en el Instituto Masculino de Kapsabet, curiosamente, uno de los semilleros de la elite política nacional. El joven vendedor callejero cursó la carrera de Biología y Zoología en la Universidad de Nairobi, donde inició su fulgurante ascensión política. Enrolado en la organización juvenil del partido KANU en 1992, apoyó la reelección de Daniel Arap Moi, un dictador reconvertido a la democracia. Tras su elección como diputado, entró en el gobierno en 2002 como ministro de Asuntos Exteriores y, desde 2008 ha permanecido en los sucesivos gabinetes, detentando la vicepresidencia desde 2013 y hasta el momento presente, cuando ha alcanzado la jefatura del Ejecutivo.
Ahora bien, hay mucho más. Este fiel evangelista fue pastor de almas durante esa juventud un tanto contradictoria y acostumbra a orar y citar las Escrituras durante sus discursos. Tal fervor le ha merecido el sobrenombre de 'diputado Jesús', aunque también recibe otro, menos reconfortante, que es 'Arap Mashamba', o hijo de tierras, por su afán por acaparar bienes raíces recurriendo, incluso, a procedimientos ilegales.
Como su predecesor, el jefe del Estado posee propiedades en el Valle del Rift, al oeste, dedicadas a la agricultura y el ganado, y otras en la costa oriental, dedicada al sector hotelero. El origen de este patrimonio ha sido cuestionado en repetidas ocasiones. El presidente aparece implicado en transacciones bajo sospecha de tierras de titularidad pública, caso de algunas de la Autoridad de Aviación Civil de Kenia sobre las que se levantó un hotel de lujo, predios forestales vendidos a una compañía petrolífera nacional, y haciendas privadas de diversa superficie. Los Tribunales lo condenaron a indemnizar a un propietario que tuvo que huir durante los pavorosos disturbios post electorales de 2007, aquellos en los que el país de los safaris se asomó al abismo.
A raíz de estos hechos, el flamante presidente fue acusado nada menos que de cometer crímenes contra la humanidad por el Tribunal Penal Internacional. Las disputas de los candidatos tras los comicios de aquel año dieron lugar a matanzas intertribales y desplazamientos masivos. Las investigaciones apuntan a la inducción desde la elite dirigente, interesada en limpiezas étnicas y la apropiación de recursos abandonados.
El presidente Uhuru Kenyatta y William Ruto, entonces vicepresidente, fueron llamados a Holanda y acudieron voluntariamente. Pero el juicio nunca tuvo lugar. Los cargos fueron retirados ante la imposibilidad de llevar a cargo el proceso. Los testigos se retiraban, intimidados o sobornados. El abogado Meshack Yebei fue identificado como el instigador de esta estrategia para acallarlos. Su cadáver mutilado apareció en diciembre de 2015 en el Parque Nacional Tsavo. Cuatro meses después, el procedimiento contra el actual dirigente fue paralizado definitivamente.
No acabaron ahí los problemas. En ese mismo periodo, el empresario Jacob Juma arremetió contra la dupla presidencial alegando que tras su triunfo electoral había cancelado una licencia minera que poseía. El hombre de negocios aducía que se la habían concedido a otra firma en la que ambos poseían la mitad de las acciones. En mayo de 2016, el cuerpo del denunciante fue hallado en la cuneta de una carretera.
Las contrariedades parecieron unir a Ruto y Kenyatta, una alianza consolidada por su ascendiente entre sus respectivas tribus, los kalenjin y los kikuyu. Pero hace cuatro años, el vicepresidente vio frustradas sus esperanzas de contar con el apoyo del presidente para sucederlo. Kenyatta se reconcilió con Raila Odinga, su rival, y le prometió apoyo para las elecciones celebradas el pasado mes de agosto.
La cintura política de Ruto quedó de relieve en este escenario adverso. El veterano político articuló una amplia alianza, denominada Kenya Kwanza (Kenia, lo primero). Supo captar a diferentes franjas del electorado con un discurso que atraía a los jóvenes, a los que ha prometido empleo, ultraconservador en sus planteamientos contrarios al aborto y la homosexualidad, atractivo para el 20% de fieles evangélicos, afines a su credo, pero también al 10% de musulmanes, y que, además, se muestra sensible a los problemas derivados del cambio climático.
Desafortunadamente, una vez más, el triunfo no escapa a esa tiniebla que ensombrece su currículum. La mayoría de los miembros de la comisión electoral rechazaron el escrutinio alegando manipulaciones de los resultados, aunque Wafula Chebukati, su presidente, declaró ganador al candidato con el 50,5% de los sufragios, decisión confirmada por el Tribunal Supremo.
Ruto ha prometido que, durante su mandato, privilegiará a los pobres en una coyuntura recesiva que, en países como Kenia, ha disparado el precio de productos tan básicos como los cereales. A pesar de los problemas, el nuevo mandato puede resultar positivo para los desposeídos y es que el presidente siempre ha salido adelante con sus propósitos deshaciéndose de todo tipo de obstáculos.
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