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Lunes, 24 de enero 2022, 22:28
El presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, se ha convertido en la tormenta del desierto en Europa del este. «Vamos a tener que defender nuestras fronteras. Sabemos cómo hacerlo y lo haremos, os lo aseguro», manifestó este lunes en unas nuevas declaraciones públicas a los ciudadanos de ... su país, donde volvió a cerrar filas con la estrategia rusa en el conflicto ucraniano. El dirigente ha multiplicado sus intervenciones a medida que se ha agravado el tono del conflicto, hasta el punto de que algunos analistas norteamericanos y europeos le consideran el encargado de traducir al verbo agresivo el discurso que los altos cargos rusos esgrimen bajo capas de diplomacia y correción.
En esta última comparecencia Lukashenko minusvaloró las posibles sanciones que Occidente preparará contra su Gobierno en caso de que Moscú ordene una incursión en Ucrania. El mandatario dio por recibidas las advertencias del Depatrtamento de Estado norteamericano sobre las consecuencias de ser «cómplice» de Rusia y denunció sus «amenazas paternalistas». «Impondrán sanciones si dejamos que Putin y Rusia hagan esto o lo otro. Si decidimos albergar armas nucleares harán otra cosa. Tienen un tono paternalista hacia nosotros», criticó, mientras «presionan para que se produzca una guerra».
El dirigente bielorruso incluyó también en el mismo saco a la Unión Europea -que este lunes celebró una reunión para definir un católogo de sanciones contra Moscú- y la comunidad internacional. «Deben mirarse en el espejo en primer lugar. No somos nosotros los que queremos que esta situación escale. Solo contestaremos», señaló, en la misma línea que la argumentación utilizada por el Gobierno ruso en la última semana de negociaciones con Estados Unidos, la OTAN y Europa.
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OLATZ HERNÁNDEZ
Lukashenko se ha erigido en la voz del este que imprime un carácter catastróficamente belicoso y retador a la crisis ucraniana. El hombre que en agosto de 2020 respondió a una multitudinaria marcha de sus opositores llegando al palacio presidencial armado con un kalashnikov y vestido con chaleco antibalas o que recomendaba tomar vodka y jugar al hockey para combatir el Covid-19 se mueve de forma especialmente cómoda en los escenarios de enfrentamiento.
A veces le proporciona réditos. En 2015 volvió a ganar las elecciones -lleva en el poder desde mediados de los 90- impulsado en gran parte por su labor estadista en medio de la anterior crisis entre Rusia y Ucrania. Y ahora, relegado al ostracismo por la comunidad internacional debido a sus políticas autoritarias y muy contestado en su país, es muy posible que este antiguo gestor de una granja comunitaria soviética vea en el estrechamiento de vínculos con Rusia y el bloque oriental, el Estado de la Unión, una nueva tabla salvavidas.
El domingo, en otro episodio de incontinencia verbal, ya puso sobreaviso a Occidente al asegurar que Rusia y Bielorrusia, juntos, son «invencibles» y que los «muchos» intentos por «derrotarnos» a lo largo de la Historia «han fracasado». Frente al territorio comprendido por la OTAN y Europa occidental, Lukashenko puso como ejemplo de poder los dominios desde Brest a Vladivostok. «No os metáis con nosotros» o «el otro bando lo lamentará durante mucho tiempo» amenazó.
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