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ÍÑIGO GURRUCHAGA
Corresponsal. Londres
Sábado, 23 de noviembre 2019, 01:47
La campaña electoral británica fue en la noche del viernes un carrusel de candidatos ante la misma audiencia, que los interrogó durante media hora y resultó más entretenido que el debate entre Boris Johnson y Jeremy Corbyn que el pasado martes inauguró una quincena ... de actos electorales televisados. El evento emitido en directo por la BBC desde Sheffield ofreció contraste vivo entre público y políticos.
La ciudad está dividida en cinco circunscripciones y en todas ganó el Partido Laborista en 2017. La de Hallam, donde el exlíder liberal-demócrata, Nick Clegg, perdió su escaño, acoge a clases medias y a estudiantes universitarios antes de abrirse hacia los páramos y montañas de la cadena de los Peninos. Fue la única con mayoría por la permanencia en el referéndum europeo de 2016.
Que los conservadores ganasen escaños en Sheffield auguraría una mayoría de Gobierno suficiente, pero la ovación con la que la audiencia recibió a Jeremy Corbyn delataba la sociología de la vieja urbe industrial. Los medios de la capital habían destacado las alarmas por el programa electoral laborista, que incluye nacionalizaciones y subidas de impuestos a los más ricos y a las empresas grandes.
Los sondeos indican que la nacionalización de la red de ferrocarriles, del suministro de electricidad o de agua, privatizados en los años ochenta y noventa, no son impopulares. Corbyn se defendió bien de las primeras preguntas acusatorias, argumentando que los planes laboristas dejarían el nivel de impuestos y de gasto público en un rango medio entre los países industrializados.
Corbyn obtuvo un buen resultado en 2017 con un programa más radical que el de su predecesor, Ed Miliband, y con los conservadores emulando ahora aquellos planes laboristas, estos se han alejado con propuestas aún más osadas. Los tipos de interés ofrecen cobertura al mayor endeudamiento para invertir, pero el problema principal del plan laborista es su viabilidad política. Parece una fantasía.
Si gana las elecciones el 12 de diciembre, Corbyn emprenderá una negociación con la Unión Europea para establecer una relación estrecha. Se da tres meses para lograrlo y seis para convocar un referéndum que eligiría entre el acuerdo con la UE o la permanencia. Desveló finalmente que, como primer ministro, se mantendrá neutral en la consulta.
La tendencia de los sondeos de esta semana ha sido de ascenso laborista y descenso conservador, ligeros en ambos casos. No parece concebible que los laboristas den la vuelta a una desventaja de al menos diez puntos y ganen como para tener una mayoría de diputados en la Cámara de los Comunes. Las nacionalizaciones o la neutralidad de Corbyn en el referéndum son fuegos de artificio.
Solo si el Partido Conservador no supera el umbral de 325 diputados, Corbyn podría gobernar. Y su aliada imprescindible sería Nicola Sturgeon, que le siguió ante la audiencia de Sheffield. Tuvo dificultad para embellecer el ideal de la independencia con un déficit presupuestario del 7% del PIB, problemas sociales agudos e incertidumbre sobre el valor del petróleo y del gas del Mar del Norte en tiempo de emergencias climáticas.
Corbyn había dejado en el aire su negativa a transferir a Sturgeon el poder temporal de convocar un nuevo referéndum sobre la independencia en los dos primeros años de Gobierno laborista y la escocesa se burló de la afirmación del laborista. Su experiencia en negociaciones para formar Gobierno tras elecciones le dice que los principios pueden cambiarse tras conocer los números del cómputo final.
Sturgeon comparte los «valores progresistas» del laborismo, aunque no se compromete con las medidas más espectaculares de su programa. Corbyn quiere invertir más de 100.000 millones de euros en Escocia en los dos primeros años, resistiendo la demanda de referéndum. Según la proyección más optimista al final de esta semana, juntos les faltarían 75 escaños para aprobar leyes.
La crueldad de este tramo de campaña es decir que el descenso en la popularidad de la líder liberal-demócrata, la también escocesa Jo Swinson, se debe a que más gente la conoce ahora. Tuvo una media hora difícil en Sheffield. Pidió perdón porque su partido prometió eliminar las tasas universitarias y las multiplicó por tres en coalición con los conservadores, y por otras decisiones. Pero su partido ha aprendido de sus errores, dice.
Su posición en esta campaña es rotunda e incómoda. No sostendrá un Gobierno de Johnson ni un Gobierno de Corbyn. Como los lib-dems no ganarán las elecciones, tampoco revocarán el 'brexit' como prometen en caso de victoria. Su negativa a pactar con nadie favorece a Johnson y el 'brexit'. Tras la retirada del Partido del 'brexit', de Nigel Farage, de circunscripciones donde los conservadores son favoritos, los lib-dems pueden obtener un puñado de escaños en el sur de Inglaterra con el voto europeísta. En Sheffield y otros lugares restarán votos a los laboristas, que prometen un segundo referéndum, favoreciendo por esta vía también a Johnson y el 'brexit'.
Con una oposición tan dividida y confusa en las circunstancias de la política británica, el primer ministro tendría que ser recibido de otra manera, pero la primera pregunta a Boris Johnson ya llevaba veneno: «¿Cree que es importante que los políticos digan la verdad?». «¡Es vital!», respondió y hubo risas. Borró su rastro de mentiroso argumentando que la falta de confianza en los políticos se debe a que no han cumplido sus promesas con el 'brexit'.
El público no parecía amistoso y algunos miembros de la audiencia habían ido bien preparados para atraparlo, pero es un conservador socialmente confiado y salió airoso de críticas o reproches. Su partido aún no ha presentado programa y si lo hubiese publicado Johnson tampoco sabría cómo responder a una madre soltera con dos hijos sobre cómo quedarían con sus planes de reforma de subsidios sociales.
La solución en ese caso fue pedirle a la mujer que le escribiera para darle los detalles y la que le permitió salir de Sheffield con bien fue repetir al final de su media hora que lo importante es cerrar de una vez el 'brexit' y cumplir con la voluntad del referéndum. La intensidad de la ovación pareció sorprenderle. El río que desemboca en la marcha de la UE avanzaba callado hasta ese choque final con el caudal izquierdista de la noche norteña. Es la gran contienda, hoy desigual, de la campaña.
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