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Roma
Jueves, 9 de abril 2020, 20:42
Esta Semana Santa va a ser la más gris y atípica para millones de católicos en todo el mundo debido a la pandemia del coronovarius, que impide celebrar procesiones por las calles y obliga a seguir las misas a través de Internet sin poder ... acudir a los templos. Las restricciones también imperan en el Vaticano, donde el papa Francisco presidió este jueves la primera de las celebraciones del Triduo Pascual, la misa de la Cena del Señor del Jueves Santo, que rememora la Última Cena.
La Eucaristía no tuvo lugar en una cárcel ni en un centro de acogida para inmigrantes, como había venido sucediendo cada año desde que inició su pontificado y como solía hacer cuando era arzobispo de Buenos Aires, sino en la basílica de San Pedro del Vaticano. Fue una ceremonia sobria y esencial, con apenas un puñado de fieles y prescindiendo del tradicional rito del lavatorio de pies. Lo mismo pasará con el resto de las celebraciones de estos días, como el Vía Crucis del Viernes Santo, que se celebrará en la plaza de San Pedro y no frente al Coliseo, como ocurría desde hace más de 50 años, o la misa de Pascua del próximo domingo, que concluirá con la habitual bendición Urbi et Orbe.
La pandemia también obligó a posponer la misa crismal que Jorge Mario Bergoglio solía celebrar en la mañana del Jueves Santo en la basílica de San Pedro, dedicada los presbíteros. Fue a ellos a quienes dedicó la homilía durante la Eucaristía de la cena del Señor. «No puedo dejar de mencionar a los sacerdotes que ofrecen la vida por el Señor, que son servidores. En estos días han muerto más de 60 aquí en Italia atendiendo a los enfermos en los hospitales junto a los médicos y a los enfermeros», dijo el Pontífice, que los consideró los «santos de la puerta de al lado» porque «sirviendo han dado la vida».
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Después de citar a los misioneros «anónimos» fallecidos en tierras lejanas por «las pestes», a los capellanes de las cárceles y a los curas rurales que atienden siete u ocho pueblos «y se saben el nombre de todos los vecinos y hasta de los perros», el Papa se acordó de los «sacerdotes calumniados, que no pueden salir a la calles porque les dicen cosas feas». Hablaba Bergoglio del «drama que hemos vivido» y de los curas «que han hecho cosas feas», haciendo referencia a la pederastia, la mayor crisis reciente que ha sacudido a la Iglesia católica. A todos los sacerdotes les pidió que no tengan «miedo de perdonar».
Resultaba muy llamativa la imagen de la basílica vaticana vacía mientras Francisco oficiaba la misa en el Altar de la Cátedra de San Pedro. Como ocurrió el pasado Domingo de Ramos, en esta ocasión también se expuso el crucifijo de la iglesia romana de San Marcello al Corso, considerado milagroso y que fue sacado en procesión en 1522, en tiempos de la peste negra. A su lado estaba el icono de la Virgen 'Salus Populi Romani', la más venerada en la capital italiana y que habitualmente se conserva en la basílica de Santa María La Mayor.
Para el periodista británico Austen Ivereigh, autor de dos de los más importantes libros sobre Francisco y su pontificado, el Papa ve en esta Semana Santa tan atípica «una oportunidad de conversión: de tragedia, sí, pero también de renovación, siempre que sepamos abrirnos a las nuevas posibilidades que siempre nos ofrece la gracia divina en tiempos de tribulación». El cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura y uno de los más respetados intelectuales del mundo católico, consideró por su parte que en esta Pascua «pobre por la pandemia hay que vivir lo esencial: la palabra y la historia de la Pasión».
El coronavirus en cifras
Será para el purpurado «parte de la gran educación a la interioridad, a la sustancia y a la esencia de las cosas que habrá en este período». La pandemia «nos enseña a vivir con una distinta
escala de valores, en la que ya no están en el vértice el dinero, el éxito y el poder», aseguró Ravasi. Ivereigh destacó además tres «consejos prácticos» del Papa ofrecidos en la entrevista que la concedió esta semana. El primero es «responder al confinamiento con creatividad, evitando la tentación de las distracciones inútiles y el ensimismamiento». El segundo, ser capaces de «resistir al miedo y tomar como modelo los 'héroes' que sirven a otros». Y, finalmente, «mirar al pasado con honestidad, y preguntarnos dónde erramos, personalmente y como sociedad y qué deberíamos cambiar».
Al estar la población de medio mundo privada de «nuestras rutinas frenéticas de producción y consumo» surge la oportunidad «de escoger lo que más importa. Y de esa manera, tal vez, cuando volvamos a la normalidad, no será tan normal. Después de esto, el mundo no será lo que era. ¿Y nosotros?», se preguntó Ivereigh.
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