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Salvador Arroyo
Bruselas
Viernes, 29 de noviembre 2019, 18:36
«Bueno, se acabó, que tengo hambre». Así cerraba este viernes Jean Claude-Juncker su última comparecencia como presidente de la Comisión Europea en la abarrotada sala de prensa del Edificio Berlaymont, la sede del Ejecutivo de Bruselas. Esa frase, en boca de otro ... político, hubiera golpeado como una insolencia, pero dicha por el luxemburgués (y teniendo muy en cuenta su perfil y el contexto, su despedida) se tomó con humor; era otro 'detalle Juncker'. El líder que ha sido referencia de la UE los últimos cinco años (aunque entregado al proyecto común muchos más como presidente del Eurogrupo y del Consejo Europeo) pasa a la reserva.
A poco más de una semana de cumplir los 65, Juncker cede su despacho a Ursula Von der Leyen a la que deja solo un mensaje: «cuide de la Unión Europea». Y le desea mejor suerte que la que ha tenido él, marcada por una concatenación de conflictos que han situado el proyecto común en una situación delicada. La crisis de la deuda soberana, el colapso económico de Grecia, el flujo descontrolado de refugiados que huían de la guerra de Siria y el ascenso del euroescepticismo han golpeado la legislatura del veterano luxemburgués.
Será recordado como el dirigente que evitó que Grecia fuera expulsada del euro. Algo en lo que ha venido incidiendo mucho los últimos meses, sin obviar la crítica a las capitales. En su discurso de despedida en la Eurocámara el pasado 22 de octubre, afeó la actitud de algunos jefes de Estado y de Gobierno, sin hacer mención expresa. «Me dijeron 'tu a lo tuyo'. Pero yo entendía que había que obrar para ayudar. Grecia me ocupó y me preocupo bastante y le hemos devuelto la dignidad», se congratuló.
Juncker se va con la espina del 'brexit'. En comparecencias públicas y entrevistas ha lamentado no haber entrado de lleno en la campaña del referéndum de 2016 para defender el mensaje proeuropeo. Hizo caso al entonces primer ministro, David Cameron, «y es algo de lo que me sigo arrepintiendo». Incluso arremetió contra él al considerarle como «uno de los últimos grandes destructores de los últimos tiempos».
Un asunto, el divorcio británico, que «me rompe el corazón». Pero que también le ha causado hartazgo. Porque la energía de los dos últimos años de mandato la han absorbido completamente los dimes y diretes con Theresa May, Westminster y Boris Johnson, al que conquistó para cerrar un último acuerdo de salida ordenada. También tuvo éxito con el 'explosivo' Donald Trump el verano de 2018 cuando consiguió poner dique al conflicto comercial con Estados Unidos. Ese muro que hoy se resquebraja.
El 'brexit' ha impedido a la UE avanzar en otros asuntos que hereda Von der Leyen, como la falta de acuerdo entre los Estados miembros sobre la política migratoria o el frenazo al proyecto de ampliación a los balcanes occidentales, algo que el luxemburgués no ha dudado en calificar de «error histórico» en un claro reproche a países como Francia, que bloquean la integración de Macedonia del Norte o Albania.
Juncker ha sabido escuchar y, con su particular estilo, conciliar. Deja infinidad de gestos y pronunciamientos que han marcado, para bien y para mal, su imagen ante el gran público. El político conservador es ese 'tipo' que con descaro plantaba a un líder europeo lo mismo un beso en la boca que una pequeña bofetada, el que revolvió el cabello rubio de una funcionaria frente a las cámaras, el que ironizó ante Theresa May con una tirita en su mejilla por un corte mientras se afeitaba o el que recibió al reaccionario húngaro Viktor Orbán con un «bienvenido dictador».
Y también aquel que en julio de 2018, durante la cumbre de la OTAN en Bruselas, se mostró torpón, tambaleante, hasta el punto de tener que ser sostenido por varios primeros ministros. Una imagen endeble que disparó los rumores sobre su supuesto problema con el alcohol y su delicado estado de salud. En tres meses ha pasado dos veces por el quirófano. En agosto para una extracción de urgencia de la vesícula biliar. Y el pasado día 12 de por un aneurisma aórtico.
Cuando ayer se le cuestionó por su futuro, el ya expresidente de la Comisión Europea se limitó a asegurar que «está fuera de aquí». Pero tendrá un despacho al que poder acudir en el edificio Berlaymont, acceso a determinada información (no a la confidencial, precisan desde su equipo de comunicación) y la posibilidad de disponer de chofer si es requerido para algún acto o conferencia relacionados con su condición de ex jefe del Gobierno de la UE.
El viernes de despedidas arrancó en Bruselas con el relevo formal en la presidencia del Consejo Europeo. El liberal Charles Michel, que ha sido primer ministro belga hasta hace apenas un mes, asume el cargo del polaco Donald Tusk, elegido la pasada semana como el nuevo líder de los populares europeos.
La ceremonia formal se desarrolló en tono distendido, con la entrega de la simbólica campanilla para 'poner orden' en las reuniones de los jefes de Estado y de Gobierno. Michel se comprometió a «construir puentes», reclamó un papel «de liderazgo» de Europa en el mundo y, en un guiño irónico hacia Tusk, aseguró que sería «más cauteloso» con los tuits.
El polaco ha sido muy activo en la red social, con mensajes directos (especialmente durante la negociación del 'brexit') que han adquirido rango de titulares en prensa.
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