Las muchachas son optimistas. Tres de cada cuatro en todo el mundo creen que la paridad entre hombres y mujeres se conseguirá a lo largo de su vida, siempre y cuando los gobiernos escuchen sus opiniones y se pongan manos a la obra. El informe ' ... Nuestras voces para nuestro mañana. La juventud reimagina un futuro con igualdad de género', recientemente presentado por la ONG Plan Internacional, recoge las opiniones de encuestadas procedentes de 25 países. Hay cierta sintonía, a pesar de que las estadísticas oficiales no animan la esperanza y es que se calcula que faltan 131 años para conseguir ese equilibrio, según cálculos de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
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El ascenso de ellas al gobierno en sus respectivos países es una de las claves para la transformación. La inesperada candidatura de Kamala Harris a la jefatura de la primera potencia mundial incentiva ese proceso, aún en mantillas. El anuncio viene precedido de otras llegadas al poder de mujeres, todavía minoritario. Abordamos este proceso con profesionales del mundo de la sociología, literatura y política.
Algo se mueve, sin duda, en opinión de Manuela Carmena, la ex alcaldesa de Madrid. «Asistimos al surgimiento de un liderazgo femenino con mucha decisión y, sobre todo, con un discurso propio que reclama el lugar que le corresponde», advierte y, a ese respecto, confía en las posibilidades que se abren con la candidata demócrata. «Leí el libro en el que cuenta sus días de campaña para la elección como fiscal general de California y senadora, y tiene mucha fuerza», admite y habla del combate que se anuncia entre, según sus palabras, la jurista y el convicto.
No todas lanzan las campanas al vuelo. «La candidatura sería una apuesta innovadora en la política estadounidense puesto que no ha habido aspirantes a la presidencia que fueran mujeres racializadas o hijas de migrantes», sugiere María Silvestre, doctora en Sociología y Ciencias Políticas por la Universidad de Deusto y directora del Deustobarómetro Social. «Ella representa la diversidad del país y también algunas de las demandas e intereses de una gran mayoría de mujeres». Pero esas 'virtudes' son, asimismo, su mayor debilidad o riesgo electoral puesto que, en su opinión, pueden ser vistas como una opción de riesgo. «La sociedad norteamericana, como otras muchas, no concibe todavía como una normalidad las posibilidades de tener una presidenta mujer».
La realidad no es positiva. Encontramos un puñado de Estados presididos por una mujer, pero su relevancia es cuestionable. Su presencia no implica necesariamente una trascendencia significativa en el entramado político. El número varía, pero, actualmente, son muy pocos, menos de una veintena y, en la mayoría de los casos, se trata de una función más ceremonial que efectiva. Hablamos de repúblicas parlamentarias en las que el control del Ejecutivo recae en la figura del primer ministro. Tal es la situación de Draupadi Murmu, Sahle-Work Zewde o Katerina Sakellaropoúlou, presidentas de India, Etiopía y Grecia.
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Aquellas que gestionan gabinetes con mando efectivo muestran una identidad diversa. Naomi Mata'afa, la primera ministra de Samoa, dirige un país sin relevancia en el concierto internacional, mientras que otras lo son por accidente, sin haber conseguido el favor de las urnas. Tal es el caso de Dina Boluarte, que llegó al poder en el complejo escenario político de Perú por la destitución de Pedro Castillo, su predecesor, o Samia Suluhu, actual presidenta de Tanzania. Aunque prácticamente desconocida, su papel es relevante ya que de ella depende la democratización efectiva o la perpetuación del autoritarismo en uno de los países de mayor crecimiento en África.
El subcontinente indio constituye una excepción sorprendente en la historia contemporánea. A pesar de su diversa naturaleza, todos los países de la región han contado con lideresas desde su independencia, mujeres que forman parte de su historia y que, incluso, han perdido la vida en el ejercicio político. La causa de esta preeminencia atiende a su inclusión en estirpes privilegiadas, la inexistencia de varones que pudieran disputarles el favor familiar y un cierto concepto clientelista del gobierno.
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Benazir Bhutto e Indira Gandhi son sus ejemplos más relevantes, pero no los únicos. En Sri Lanka, tras el asesinato en 1959 del nacionalista primer ministro Solomon Bandaranaike se impuso un matriarcado. Su viuda Sirimavo Bandaranaike mantuvo el control del consejo de ministros durante dieciocho años. Chandrika Kumaratunga, la hija de este matrimonio de estadistas, heredó su voluntad de mando y en 1994 fue elegida, sucesivamente, primer ministro y presidenta, cargo que ejerció hasta 2005. La tradición se mantiene en Bangladesh con la primera ministra Sheikh Hasina Wazed en el poder desde 1996 hasta 2001 e, ininterrumpidamente, de 2009 a la actualidad.
El norte de nuestro continente también ha sido un lugar donde la paridad en términos políticos ha resultado siempre notoria. Hace una semana que finalizó su mandato Kaja Kallas, primera ministra de Estonia, y siguen al frente de sus respectivos gabinetes la lituana Ingrida Simonyte y la danesa Mette Frederiksen.
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El mundo no cuenta hoy con figuras del relieve de la alemana Angela Merkel o la británica Margaret Thatcher, pero algo está cambiando y también tiene nombre de mujer conservadora. El ascenso de Giorgia Meloni en Italia y el gran crecimiento electoral de Marine Le Pen en los últimos comicios generales en Francia recordó que la irrupción de mujeres en el panorama político no implica necesariamente la asunción de postulados progresistas, sino la preservación del orden establecido y valores tradicionales.
Persiste la equivocada creencia de que Margaret Thatcher fue denominada 'la Dama de Hierro' por su rocosa voluntad, que aguantaba vientos, mareas y andanadas de todo tipo. En realidad, el apelativo se lo adjudicó la prensa rusa cuando la 'premier' advirtió sobre el crecimiento militar de la URSS. En cualquier caso, la amenaza soviética fue el menor de sus males. La química, abogada y política, gobernó Gran Bretaña desde 1979 a 1990, un periodo extraordinariamente convulso por la crisis estructural del modelo industrial y el conflicto bélico en el Ulster. No le tembló el pulso para acometer una política impopular que desmantelaba el Estado del Bienestar, reducía servicios, privatizaba empresas públicas y desregularizaba el sector financiero. Sus medidas permitieron una recuperación económica lastrada por terribles efectos en el mercado de trabajo y su demonización por la izquierda y los sindicatos. Aunque contraria a Bruselas, firmó el Acta Única Europa. La victoria en la Guerra de las Malvinas constituyó su aportación a un Imperio en decadencia.
La apariencia de común ama de casa de Ángela Merkel escondía una determinación abrumadora en circunstancias hostiles. La singularidad proviene de su familia, que, sorprendentemente, emigró del oeste a este de Alemania para asumir la dirección de una iglesia luterana. Esta física de profesión gobernó la primera potencia continental entre 2005 y 2021, y su fe democratacristiana se tiñó de pragmatismo para liderar gabinetes de concentración con los rivales socialdemócratas. Su política supo mantener el credo conservador y asumir retos procedentes de todo el abanico local, desde derechos sociales a programas medioambientales. Entre otros méritos, se le atribuye la dirección de la política europea durante la crisis económica de 2007 con un mensaje de austeridad y estricto control del gasto. Además, gestionó con Francia el proceso de refundación de la Unión tras los avatares financieros, la segregación de Gran Bretaña y la pandemia de covid.
La inestabilidad y la violencia acompañan la historia de Pakistán desde su creación hasta la actualidad. Una elite política venal y populista, el creciente rol de los grupos religiosos y la intromisión constante del Ejército, constituyen las claves de esta situación. Benazir Bhutto era hija de Zulfikar Ali Bhutto, relevante político que intentó modernizar el país recurriendo a las armas contra los elementos inmovilistas. Un golpe de Estado lo condujo a la horca. Ella heredó su liderazgo y alcanzó el poder en dos ocasiones, entre 1988 y 1990 y desde 1993 a 1996. Su programa laico y de izquierda propugnaba la mejora de las condiciones de vida de las mujeres con nuevos servicios y reformas legales, pero esas ideas no llegaron a plasmarse. Como ocurrió con su padre, en ambas ocasiones los militares interrumpieron su mandato y la condujeron al exilio. Escribió unas memorias que llamó 'La hija del destino'. El desenlace resultaba previsible. En 2007, durante la campaña electoral, falleció víctima de un atentado.
Algunas excepciones son muy importantes. La mujer más poderosa del mundo no gobierna un país, sino una entidad supranacional. La reelección de Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea la convierte en agente esencial de la política global. No menos trascendente fue el triunfo en México de Claudia Sheinbaum. Su victoria del pasado junio en esta potencia emergente, feudo del machismo y la corrupción institucionalizada, también impulsa vientos de cambio.
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Ha llegado Kamala y las expectativas se han multiplicado. «Es muy emocionante que haya dado un paso al frente como candidata a la presidencia», admite Cristina Oñoro, profesora de Teoría de la Literatura en la Universidad Complutense y autora de 'Las que faltaban' (PenguinLibros), historia del mundo en clave femenina. «No sólo porque sea mujer, sino por sus raíces familiares jamaicanas e indias. Representa lo opuesto a Trump: un Estados Unidos progresista que empuja la lucha de las mujeres y de las minorías, como ya hizo en otros momentos de su historia, a finales del siglo XIX, cuando el movimiento abolicionista y feminista estaban unidos o en los años sesenta, con el de los derechos civiles».
La política india es una de las grandes figuras de la historia del siglo XX. Su nombre se asocia con el proceso de descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y el Movimiento de los Países no Alineados, e, incluso, contribuyó al actual sistema de potencias emergentes. También era hija de un prócer de la patria, Jawaharlal Nehru, y lo acompañó en el camino de la independencia. Gandhi gobernó entre 1966 y 1977, recuperó el poder en 1980 y fue asesinada en 1984. Su mandato se caracterizó por intensas luces y poderosas sombras. Artífice del desarrollo industrial e impulsara de la soberanía alimentaria del país, también fue responsable del conflicto con Pakistán que culminó con la segregación de su zona oriental, denominada Bangladesh. Además, el conflicto separatista de los sij en Punjab acabó en 1984 con el asalto militar al Templo Dorado, su principal santuario, y la masacre de los guerrilleros que resistían en el interior. Cuatro meses después, la primera ministra resultaba abatida por dos de sus guardaespaldas de esta confesión.
La historia se repite en Bengala Oriental, la actual Bangladesh. Sheikh Hasina Wajed es la hija mayor de Sheikh Mujibur Rahman, líder del partido Liga Awami y padre de la patria. Ella asumió la dirección de la formación gubernamental en 1975 cuando los ejecutores de un 'putsch' militar acabaron con la vida de su padre y de casi toda su familia. Como primera ministra, llevó las riendas del país en el periodo 1996-2001 y se mantiene en el poder desde 2009 hasta la actualidad. La república ha experimentado un gran desarrollo gracias a su liberalización económica, pero ahora sufre las consecuencias de la recesión global. La primera ministra afronta un cuarto mandato con graves acusaciones de violaciones de derechos humanos, represión de la oposición y crecientes tendencias autoritarias. La política bangladeshí se antoja un matriarcado. La tradicional rival de Hasina ha sido Khaleda Zia, líder del Partido Nacionalista y viuda de Ziaur Rahman, otra figura histórica, en el poder entre 1991 y 1996 y 2001 y 2006.
María Silvestre, por su parte, apunta que la persistencia de las desigualdades estructurales lastra ese acceso y la definitiva quiebra de muros invisibles. «La política actual demanda un nivel de exigencia que no es compatible con la conciliación de la mujer», denuncia y apela a hacer otro tipo de política basado en la igualdad efectiva y la corresponsabilidad, o en una forma de liderazgo más amable que no se base en la agresividad.
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Los avances, además, aparecen amenazados por la involución, promovida por los fundamentalismos religiosos y la reacción de la extrema derecha que «cuestiona la legitimidad de las reivindicaciones feministas y las banaliza». Según Carmena, los retrocesos son graves pero no permanentes. «Se pueden taponar las exigencias y la visibilidad de las mujeres, pero los derechos no se extinguen».
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