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En los últimos días, dos países han tratado de alunizar por primera vez en la historia en el polo sur de nuestro satélite natural. Rusia fracasó el pasado día 19, cuando el Luna-25 se estrelló contra la superficie lunar; India, sin embargo, celebró con ... orgullo nacional desbocado el éxito del Chandrayaan-3, que alcanzó su objetivo cuatro días después. Ambas son potencias regionales parte del selecto club de los BRICS, pero la suerte que han corrido sus respectivos programas de conquista lunar reflejan bien que Moscú está en claro declive y Nueva Delhi en auge.
Rusia, pionera de la exploración espacial, fracasa donde un gigante que a duras penas es capaz de dar de comer y alfabetizar a su población tiene éxito. Es más, el elefante asiático es cada vez más relevante económicamente para el régimen de Vladímir Putin, necesitado de clientes para los hidrocarburos que financian su invasión de Ucrania y que no puede vender a Occidente. Sin duda, el mundo ha cambiado.
Por eso, hoy ponemos el foco internacional en la luna.
India, Rusia y la Luna, una fábula geopolítica.
Un subcontratista de Apple se presentará a la presidencia de Taiwán.
Francia destierra la abaya de las aulas en su avance hacia el secularismo.
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En las redes sociales, muchos indios se preguntan por qué su país invierte cientos de millones de dólares en enviar un robot al polo sur de la luna cuando sufre una de las mayores tasas de analfabetismo del mundo y tiene aún al 16,4% de la población viviendo por debajo del umbral de la pobreza. El gobierno indio responde indirectamente a esta crítica razonable, asegurando que el éxito cosechado por la misión del Chandrayaan-3 tras el fracaso de su predecesor en 2019 supone un espaldarazo sin precedentes para el creciente sector tecnológico del país.
Es, dicen los dirigentes indios, una tarjeta de visita que abrirá la puerta de innumerables oportunidades de negocio en un momento en el que el gran elefante asiático busca atraer las inversiones que China, convertida en otro actor protagonista de la conquista espacial, parece perder. Además, Nueva Delhi saca pecho al comparar el escueto presupuesto de su agencia espacial -1.500 millones de dólares al año-, con el de la NASA -25.400 millones-. «Es la confirmación de India como potencia tecnológica. Nadie puede hacer lo que hemos logrado nosotros», afirmó el presidente de ISRO, S. Somanath, que augura interesantes descubrimientos en esta zona de nuestro satélite natural, que podría convertirse en un importante punto de apoyo para futuras expediciones más allá.
Y puede que India tenga razón en todo, porque Rusia ha fracasado en un intento similar. Heredera de la pionera de la exploración espacial, el Luna-25 tenía intención de demostrar que ni las sanciones ni la sangría económica que supone su invasión de Ucrania son capaces de hacer mella en las ambiciones espaciales de Moscú. Pero la realidad se impone, y la conquista del polo sur lunar reflejan un nuevo mundo, en el que lo que queda de la Unión Soviética va cayendo en la irrelevancia mientras son China e India los que toman el relevo. Rusia ya ni siquiera es capaz de producir sus propios aviones de pasajeros como hizo en su momento.
Sucede también en el resto del sector tecnológico. Si bien la URSS fue un salvavidas para los dos gigantes asiáticos hasta su colapso, razón por la que India decidió no alinearse durante la Guerra Fría, ahora son Rusia y las repúblicas del centro de Asia las que dependen de las exportaciones a estos dos países, los más poblados del planeta, para su crecimiento. No en vano, el propio régimen de Putin se mantiene en pie gracias a que China se ha convertido en su colchón financiero e India ha disparado las compras de sus productos energéticos.
Pero en ningún país la tecnología juega un papel tan relevante como en Taiwán. Allí, la propia supervivencia de la isla está ligada a su sobresaliente desarrollo de los semiconductores, liderado por la casi omnipotente TSMC. El mundo entero depende de los chips que fabrica la 'provincia rebelde' de China, y algunos políticos estadounidenses no se cortan ni un pelo a la hora de reconocer que esa es la razón por la que protegen a la isla frente a una posible -pero remota- invasión china. Si Taiwán cierra, el mundo se para.
Pero el país tiene otra gran fortaleza llamada Foxconn, uno de los principales fabricantes de productos electrónicos del mundo y pieza clave de Apple. Muchos de sus terminales se ensamblan en las plantas que Foxconn tiene en… China. Y, ahora, su fundador, Terry Gou, ha confirmado que va a dar el salto a la política que llevaba tiempo preparando y que se va a postular como candidato a la presidencia en las elecciones que Taiwán celebrará el año que viene.
Simplificando mucho, la política de la isla se divide en dos colores: verde, independentista, liderado por el partido actualmente en el poder, el DPP; y azul, partidario del 'status quo' y, en teoría, de una futura reunificación con China. Curiosamente, su máximo exponente es el Kuomintang, el partido que luchó -y perdió- en la guerra civil contra Mao Zedong. Sus líderes se exiliaron en Taiwán, reducto en el que quedó confinada la República de China, y dejaron vía libre para la creación de la República Popular en el continente.
Gou se presentará como candidato independiente, y su ideología no está del todo clara. En una entrevista con la prensa japonesa aseguró que China y Taiwán son «dos entidades políticas diferentes», lo que le acercaría al campo verde, pero también que no perseguirá la independencia de Taiwán, lo cual le deja cerca de los azules. No en vano, se presentó a las primarias para liderar el Kuomintang en 2019, pero las perdió y se marchó del partido diciendo que «está obsoleto».
Habrá que ver cuáles son sus opciones reales de ganar en una sociedad tradicionalmente dividida -solo el KMT y el DPP han ostentado el poder- y de crear lo que podría suponer una tercera vía. «Es la era de los emprendedores», ha anunciado, indicando una aproximación pragmática a los problemas en el Estrecho. «No permitiré que Taiwán se convierta en la próxima Ucrania. Traeré 50 años de paz», ha prometido, criticando que el gobierno del DPP aboca, más pronto o más tarde, a una guerra que nadie quiere y que podría enfrentar a China y Estados Unidos.
Francia es un estado laico. «Es el resultado de la separación entre el Estado y las religiones. El Estado es neutro desde un punto de vista religioso y se prohíbe cualquier injerencia en la vida de las distintas religiones presentes en Francia. De forma recíproca, la pertenencia a alguna religión de los funcionarios o de los usuarios no puede interferir en el funcionamiento de los servicios públicos», explica el propio gobierno francés.
El debate está en cómo se debe interpretar esa última frase en espacios públicos, sobre todo teniendo en cuenta la libertad de credo. Dos leyes promulgadas en 2004 y 2010 buscan aclararlo. La primera proclama que «para preservar la escuela pública de las reivindicaciones relacionadas con la identidad y con la pertenencia a una comunidad, se prohíben los símbolos o atuendos que llevarían a identificar inmediatamente las creencias religiosas. Es el caso, por ejemplo, del velo islámico, de la kipá, de una cruz de grandes dimensiones o de un turbante sij». Pero los símbolos religiosos discretos están permitidos y la ley no es de aplicación en colegios privados.
La segunda norma «prohíbe ocultar el rostro en el espacio público y en los servicios públicos, salvo en lugares de culto abiertos al público» e identifica las vestimentas que cubren el rostro como aquellas que impiden identificar a una persona, independientemente de que tengan un cariz religioso o no. Vamos, que es ilegal ir con un pasamontañas por la calle o con el 'burkini' a la playa.
Ahora, Francia da un paso más en su legítima implementación del secularismo y recrudece el conflicto con el islam con la prohibición para el curso que arranca de la abaya en las aulas, un atuendo que visten algunas mujeres musulmanas y que sí deja al descubierto su rostro. «Cuando accedes a un aula, no deberías ser capaz de identificar a los alumnos por su religión», ha justificado el ministro de Educación, Gabriel Attal. Las asociaciones musulmanas, sin embargo, argumentan que es un atuendo cultural y no religioso.
El islam es la religión que más crece en el mundo, empujada por el creciente peso demográfico de los países en los que se profesa. La fertilidad de la mujer allí es superior por el papel secundario que juega en el plano económico y el rol tradicional al que está relegada en el seno de la familia. Y son países islámicos, como Irán, Pakistán o Afganistán, los que con más fruición aplican las leyes islámicas -la sharia-, y los que menos separación dejan entre el Estado y la religión. Lógicamente, todas las normas son de aplicación a cualquiera que esté en su territorio.
Europa ha hecho de los derechos y las libertades individuales su bandera. Pero parece lógico que se aprueben leyes restrictivas, a priori aparentemente contrarias a esos derechos, para evitar que sean degradados y que ciertos colectivos que con afán impositivo hacen una interpretación estricta de su religión -contraria en valores a los europeos y ni siquiera de acuerdo con el Corán- los utilicen para promover pasos atrás en la sociedad. Afortunadamente, los días de la Inquisición ya pasaron. Si acaso, Francia debería debatir por qué se permiten aún centros educativos religiosos. Al fin y al cabo, es la educación, independientemente de que sea pública o privada, la que facilitará el fortalecimiento del laicismo en el Estado, una muestra de avance social.
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