Robert F. Kennedy, el caballo de Troya
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Los demócratas atacan sin piedad al hijo del asesinado Bobby Kennedy por temor a que su candidatura desgaste a Biden en las generalesPerfil ·
Los demócratas atacan sin piedad al hijo del asesinado Bobby Kennedy por temor a que su candidatura desgaste a Biden en las generalesDesde que Dwight Eisenhower visitó la feria de Iowa en 1954, los aspirantes a candidatos presidenciales aprovechan cada cuatro años el escenario que les brinda el periódico local para un discurso de 20 minutos con preguntas del público. Con once aspirantes a la nominación del ... Partido Republicano, este año la feria ha estado concurrida, pero ninguno ha tenido más público que el aspirante demócrata Robert Kennedy Junior, de 69 años. «¿Aceptaría usted un puesto en el gobierno de un republicano?», le interrogaron. «Ya me han preguntado si sería vicepresidente de Trump y la respuesta es no», zanjó.
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La pregunta no era baladí. El último descendiente directo de Camelot que aspira a la presidencia -quinto en la historia familiar- busca desbancar a Joe Biden, pero las encuestas revelan que es más popular entre los republicanos que entre sus propios correligionarios: el 22% de los demócratas tiene una opinión favorable de él, frente al 54% de los republicanos, según la última encuesta de The New York Times.
Escuchar a un demócrata criticar la vacuna del covid, el poder de las corporaciones en el gobierno, la censura en las redes o la inversión en la guerra de Ucrania tiene fuerza entre la derecha, donde a Kennedy se le ve honesto e independiente. Por eso el gobernador de Florida Ron De Santis ha sugerido que si llega a la Casa Blanca le pondrá al frente de la Food and Drug Administration (FDA), puesto para el que también le tuvo en la mira Barack Obama. Vivek Ramaswamy dice que le considerará como su vicepresidente y Trump no dice nada, porque sabe que en su corral no caben dos gallos.
Con todo, cuando ganó las elecciones de 2016, Kennedy se aproximó a él para proponerle investigar la seguridad de las vacunas, un tema que le ha llevado a presidir la organización Children Health Defense, fundada como World Mercury Project, y a embarcarse en una cruzada legal contra las farmacéuticas, que incluyó la compra de publicidad en contra de la vacunación infantil, con Robert Deniro como socio.
La propia revista científica The Lancet, que publicó en 1988 el polémico estudio que valida el nexo entre el mercurio y el autismo, se retractó 12 años después, pero la desconfianza prevalece. Kennedy insiste en que no es un «antivacuna». Él y sus seis hijos de dos mujeres están vacunados, y se sabe que en la pandemia organizó al menos una fiesta navideña en la que su tercera mujer, la actriz Cherryl Hines, pidió a los invitados que estuvieran vacunados. «Todo el mundo en esta cámara piensa que soy un antivacuna porque es la narrativa predominante que se me aplica para silenciarme, tachándome de racista y antisemita para impedir que la gente me escuche», acusó en el Congreso cuando le invitaron a testificar en una audiencia sobre la censura gubernamental en las redes sociales.
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Lo que ocurrió ese día fue un reflejo claro sobre la complejidad de este hijo pródigo de Camelot al que los demócratas atacaron con uñas y dientes. El aparato del partido cree que ha perdido la cabeza y se ha convertido en un caballo de Troya de los republicanos. Su candidatura imposible se ve como un intento de dañar la imagen de Biden para que llegue desgastado a las generales.
Por el contrario, los republicanos le recibieron con honores. Es el sobrino de John F. Kennedy y el tercero de los once hijos que tuvo su hermano Bobby, también asesinado cinco años después en Los Angeles, precisamente durante las primarias en las que había retado la reelección de un presidente demócrata -Lyndon Johnson-, sin que nadie pensara que tenía la menor oportunidad.
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Como su padre, dice no presentarse «en contra de ningún hombre», sino para proponer nuevas políticas, convencido de que la división del país, el largo brazo del gobierno y la pérdida de poder adquisitivo que ha traído la inflación a la clase media son demasiado preocupantes como para quedarse al margen. «Tenemos que empezar a tratarnos y dejar de intentar destruirnos cada día. Tenemos que encontrar ese lugar dentro de nosotros donde haya una luz de empatía, de compasión y, por encima de todo, hacer de la Constitución nuestra brújula para todo».
Eran las palabras de un Kennedy al que ser el hijo o sobrino hace flaco favor porque opaca la carrera que se ha labrado como abogado medioambientalista y defensor de indígenas, pero orgulloso del legado familiar. En julio en el Congreso habló de su tío Ted, que figura en más leyes que ningún otro senador en la historia del país. «¿Y sabéis por qué? Porque era capaz de trabajar con el otro lado del hemiciclo sin insultar, ni tratar de acallar a nadie», reprochó. «Casi todos los fines de semanas nos traía a la casa de Hyannis Port al senador Orrin Hatch, que para mí era como Darth Vader, porque soy un medioambientalista, y siempre decía, '¿por qué traerá el tío Teddy a este tipo a casa?' Y es porque él sabía cuál era la comedia de respeto, amabilidad y compasión por los demás, que es el único modo de restaurar las funciones de esta cámara».
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Cuesta pensar que si su campaña llegase a ser más que una piedra en el zapato de Biden le siguieran admirando los mismos republicanos que ahora se codean con él, desde el arquitecto electoral de la primera campaña de Trump, Steve Bannon, consultor de la ultraderecha europea, a multimillonarios conservadores como Timothy Mellon, que ha financiado parte del muro en la frontera y ahora contribuye a su campaña. «Es el único candidato que puede unir al país en erradicar la corrupción y el único demócrata que puede ganar las elecciones», dijo a The New York Times, tras una cena de recaudación de fondos en Long Island, donde celebridades de Hollywood compartían canapés con hippies y ultraderechistas.
Repudiado por su familia, la voz quebrada por un problema de «disfonía espasmódica», torturado por el suicidio de su ex mujer, los asesinatos de su padre y su tío, de los que culpa a la CIA, este Kennedy está decidido a enfrentar el destino político de su familia en la séptima década de su vida, a la que entrará en enero, en plena temporada de primarias, cuando tendrá la oportunidad de deshacer la maldición familiar.
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