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En pleno furor de la canción 'Happy' del estadounidense Pharrell Williams, con miles de recreaciones de su videoclip a lo largo y ancho del planeta, seis chavales de Teherán decidieron plantarse delante del móvil y grabar su propia versión. Sin velo, mujeres y hombres juntos, ... bailaban desinhibidos en el vídeo que colgaron en YouTube. Pero la felicidad les duró poco. Un tribunal iraní condenó a cárcel y un puñado de latigazos a estos amigos por considerar que su 'performance' resultaba «vulgar», ofendía la «castidad pública» y mostraba «relaciones ilícitas». En definitiva, un auténtico atentado contra la moral del país. De este caso hace casi una década pero fue entonces, a raíz del final de la primavera árabe, cuando el control de las plataformas online y las redes sociales donde se mueven los jóvenes comenzó a intensificarse en Oriente Medio hasta asfixiar a toda una generación. En Irak, Afganistán, Arabia Saudí, Irán... o Egipto, donde una docena de tiktokers han acabado arrestados solo en el último lustro.
En unos países con un censo tan joven –un tercio de la población iraní, por ejemplo, no ha cumplido los 24 años– muchos vieron en las redes sociales «una esperanza» para sortear la censura y las leyes tan estrictas que persiguen sus conductas. Desde la vestimenta hasta su manera de divertirse. «Hay una generación que ha crecido en un sistema opresivo y que necesita una válvula de escape para respirar», explica Ignacio Álvarez-Ossorio, profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid. Y esa bocanada de aire fresco apareció en forma de 'stories', que aguantan 24 horas en Instagram, o de bailes virales en TikTok que les acercan al día a día de los occidentales de su edad. «Pero cosas que aquí son cotidianas, como subir una foto a internet, en otros lugares te pueden hacer correr riesgos», recuerda Carlos de las Heras, responsable de Europa y Oriente Medio en Amnistía Internacional. La ONG ha denunciado varios casos de persecución de las redes sociales a ese lado del mapa aunque «hay muchos más que no se llegan a conocer porque no hay información pública».
Los gobiernos de países como Afganistán, donde los talibanes irrumpieron el año pasado en la fiesta del conocido youtuber Hatam Selahshor, que celebraba sus 20.000 suscriptores, no quieren ni oír hablar de estas plataformas donde su juventud rapea, sigue a activistas por los derechos de las mujeres o se contonea con ropa ajustada. «Muchos veían las redes con esperanza, pero los Estados han entendido que suponían un peligro a medio-largo plazo», señala el experto de la Universidad Complutense. Y ante esa amenaza «de penetración del modelo occidental que atenta contra los valores del Islam» en sus hogares no han ahorrado esfuerzos para limitar su uso. En Pakistán, de hecho, no se han andado con rodeos: cerraron Facebook un par de semanas en 2010, dejaron YouTube inaccesible entre 2012 y 2016, bloquearon Wikipedia hace unas semanas por contenido «blasfemo»... Es lo que Álvarez-Ossorio denomina «autoritarismo digital». «El sistema autoritario que ejerce el control político se ha trasladado de la calle a internet», plantea. De las Heras coincide en que esas «restricciones a la libertad de expresión que se daban 'offline' se han extendido a lo 'online'».
El problema es que los jóvenes de estos países, como han demostrado las protestas por la muerte de Mahsa Amini en Irán, con las redes sociales convertidas en verdaderas armas para su difusión, se sientan ya demasiado ahogados. Y en especial las mujeres, ya que más de una había logrado la independencia económica a través de los contenidos que generaba para internet y eso, en zonas donde tienen trabajos e incluso el acceso a la educación vetados, es un enorme salvavidas. «Los Estados son conscientes de que hay un malestar generalizado», afirma el experto en Estudios Árabes e Islámicos, convencido de que las «penas ejemplarizantes» que se imponen a estos chavales por cómo actúan delante de una pantalla –hasta 34 años de prisión a una estudiante de Arabia Saudí por seguir y retuitear a una activista– buscan que ellos mismos se marquen límites cuando enchufan la cámara del móvil. «Nos preocupa no solo el impacto de estos castigos en los derechos individuales sino el objetivo adicional que tienen de fomentar la autocensura», comparten en Amnistía Internacional.
En Irak, hace solo unas semanas, el portavoz del Ministerio del Interior, Saad Maan, lanzaba un consejo, o más bien una advertencia, a quienes hubieran caído en la tentación de publicar contenido «decadente». Lo mejor era «borrar» ese rastro como muestra de su «buena fe». Unos días antes habían mandado a la cárcel a un popular youtuber del país por sus entrevistas a pie de calle donde preguntaba a otros chavales sobre su vida amorosa y, avisó el Gobierno iraquí, había más detenciones. La «línea roja en internet», indica Álvarez-Ossorio, pasa por no tocar temas políticos pero lo cierto es que, buena parte de Oriente Medio, la presión sobre las redes sociales tiene mucho que ver con cuestiones morales. «Los Estados más conservadores creen que hay un peligro de degeneración», indica el profesor, consciente de que esa presión lleva a los jóvenes a un escenario «muy, muy opresivo». «La ecuación es muy delicada».
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