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Iñigo Gurruchaga
Londres
Miércoles, 8 de septiembre 2021, 21:11
El plan de Boris Johnson para eliminar la carga atrasada de la sanidad pública, y para que la asistencia a los mayores no arruine al Estado ni les obligue a vender sus viviendas, ha sido aprobado por la Cámara de los Comunes. La oposición afirma ... que no logrará lo que promete, pero hubo pocos rebeldes entre los conservadores, a pesar de que el aumento de impuestos incumple su programa electoral.
La introducción del nuevo impuesto dedicado a ese plan deja a la recaudación fiscal en el mismo porcentaje de la renta nacional, 35.5%, que tenía en 1950 (al final del mandato del Gobierno laborista de la posguerra, que creó la sanidad pública y extendió la educación y la protección social). Emborrona las credenciales de un partido que con Johnson ha encontrado el gusto por el gasto.
El viñetista del 'The Daily Telegraph', Matt, resumía las circunstancias del país y del Gobierno en la portada del miércoles con el diálogo de dos mujeres mayores que están tomando té en la sala de estar. La anfitriona le dice a su amiga: «Mi marido aún cree que los 'tories' son el partido de bajos impuestos. Quizás ha llegado el momento de ingresarlo en una residencia».
El gasto público, 52.1% del PIB en 2020-21, ha crecido pareja a los ingresos desde 1945. Tras la emergencia de la guerra y la creación del 'estado del bienestar', Margaret Thatcher interrumpió el paulatino crecimiento del gasto y redujo impuestos. Subió el gasto durante la era laborista de Blair y Brown, coincidiendo con una expansión de la economía, y se recortó en la década posterior a la crisis financiera.
En su tiempo de alcalde de Londres, Johnson ya hizo compras absurdas o financió proyectos descabellados. También propone grandes obras como primer ministro. Su multimillonario ministro de Hacienda, Rishi Sunak, subraya a menudo que el gasto actual es necesario, pero que hay que volver pronto a unas finanzas sostenibles. Ha prometido un aumento notable del impuesto de beneficios de las sociedades.
El laborista Keir Starmer tiene una tarea difícil. No puede abanderar más gasto sin parecer manirroto. Apunta a penar más fiscalmente las ganancias de capital que las rentas del trabajo. Esa crítica quizás refuerza las bases laboristas, pero no rasga a Johnson, un político de goma, adscrito sólo al enaltecimiento de su propia figura, pero que muestra a menudo un agudo sentido de la realidad del país.
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