En los años sesenta, Zimbabue estaba considerada la colonia mejor preparada para acceder a la independencia. Pero la joya de la Corona británica en África, el granero del cono sur, no cumplió aquellos optimistas vaticinios. «Hoy es el desastre número uno», lamenta Serafín Suarez Hidalgo, ... misionero pacense que reside en el país desde hace treinta años. Sobrevivir resulta una titánica misión en un territorio con una inflación anual de 175.8%, donde los precios crecen descontroladamente y el abastecimiento no está garantizado. «Es muy difícil encontrar gasolina y medicinas», lamenta.
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¿Cómo se despeña un Estado tan prometedor? Al igual que Sudáfrica, Zimbabue permaneció en manos de una minoría blanca con ideario racista antes de pasar al control de la mayoría negra en 1980. «El discurso de investidura del presidente Robert Mugabe hablaba de inclusión, de que todos eran necesarios, independientemente del color de la piel», señala. Pero no fue así y tampoco llegó la paz. A lo largo de aquella década se produjo la masiva represión de la etnia ndebele y, durante los noventa, el régimen se implicó en la guerra de Congo. El intento de participar en el expolio de aquella república se convirtió en una aventura ruinosa.
El definitivo punto de inflexión llegó con la reforma agraria del año 2000, cuando 4.000 granjeros de origen europeo fueron expulsados de sus vastas propiedades. La desigualdad era evidente. El 1% de la población poseía el 15% de la superficie cultivada. Pero la iniciativa, muy violenta, derivó en catástrofe. La elite formada por los antiguos combatientes se benefició del reparto, no existió una planificación estatal y no se dotó de recursos y formación a los nuevos propietarios. La producción se vino abajo. El desastre continuó después. El bloqueo de Occidente a un gobierno que se declaraba socialista, la corrupción generalizada y la falta de inversiones hundieron la economía.
En ese contexto tan negativo, la moneda local, el dólar de Zimbabue, comenzó a perder su valor en una sangría interminable. La hiperinflación surgió incentivada por múltiples factores. «La inyección de grandes sumas de dinero para cubrir el déficit presupuestario y la mala gestión influyeron», según fuentes locales de la ONG Acción contra el Hambre. «También incide la disparidad entre el cambio oficial, el interbancario y el del mercado paralelo». En 2004 alcanzó el 624% y cuatro años después se estimaba en 400.000% batiendo récords históricos. «Teníamos monedas de 5 billones que no valían nada», recuerda. «Las estanterías de las tiendas estaban vacías y debías cruzar la frontera para conseguir azúcar o harina».
18,47 euros
costaba el pan el pasado mes de junio. Se pagaban 14,95 euros por dos litros de aceite vegetal.
El gobierno autoritario de Robert Mugabe caýó hace seis años, víctima de un golpe interno, pero el proceso inflacionista, aunque remitió, había llegado para quedarse. El dólar local fue suspendido en 2009 y se recurría a monedas extranjeras, principalmente al dólar USA, para realizar los intercambios comerciales. En 2014 se introdujo un bono-moneda. «No funcionó porque el Tesoro carece de fondos de reserva».
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¿Cómo es vivir en un país sometido a un proceso tan devastador? «Los supermercados que venden productos básicos cambian casi diariamente sus precios», aseguran los portavoces de la ONG. El gobierno ha suprimidos los impuestos a la importación de catorce mercancías, caso del aceite de cocina, el arroz o la leche, para garantizar el acceso a bienes de primera necesidad y existen ayudas para acceder a alimentos y pensiones sociales.
Pero no hay un solo Zimbabue. «No hay clase media, sólo muy ricos y pobres», aduce Suárez. Las remesas de los emigrantes son esenciales. Según el Reserve Bank o Zimbabwe, el país recibió el año pasado 1.660 millones de dólares procedentes de los expatriados. «Puede parecerse al éxodo español de los años sesenta y que permitió una inversión en los lugares de origen, pero aquí sólo sirve para comer».
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El mercado negro funciona activamente y puede quintuplicar los tipos de cambio oficial. También abundan las 'tuck shops', tiendas que ofrecen precios ligeramente más bajos que los oficiales si las compras se abonan en dólares americanos.
Sobrevivir se antoja mucho más complicado para aquellos que no tiene acceso a la divisa. «Se vive al día». En un país con el 95% de paro muchos recurren a la venta ambulante o al transporte de pasajeros para seguir adelante. «Las calles de las ciudades están repletas de gente que vende caramelos, plátanos o ropa de segunda mano», señala.
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La situación también es complicada para los pocos afortunados que poseen un empleo estable. «Los sueldos no suelen superar los 100 o 150 dólares mensuales, y hay que pagar los desplazamientos desde la periferia al centro, los 10 dólares de electricidad, que sólo supone luz para un par de bombillas, y otros tantos de agua. Al final, sólo llega para que la familia coma vegetales y poco más».
La mitad de la población se halla sumida en la inseguridad alimentaria y el porcentaje se eleva al 75% en el caso de los niños que habitan zonas rurales y el campo concentra el 90% de los habitantes afectados por la pobreza extrema. Acción contra el Hambre trabaja en zonas con alta prevalencia de malnutrición y colectivos vulnerables como mujeres embarazadas y lactantes o niños menores de cinco años. También aspira a fortalecer la resiliencia de las comunidades mejorando el acceso al agua potable, semillas y buenas prácticas agrícolas. Serafín Suarez, sacerdote miembro del Instituto Español de Misiones Extranjeras, recibe apoyo de la ONG Manos Unidas para promover aulas en escuelas rurales, formación en prevención del VIH Sida o en el fomento de huertos comunitarios.
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Los labradores poseen pequeñas propiedades en las que cultivan maíz, mijo o sorgo y mantienen algunas cabezas de ganado. «Se practica una agricultura muy rudimentaria con bueyes y arado», indica. «La gente acude a la ciudad para vender su cosecha y conseguir algo de dinero».
Pero también existen estómagos agradecidos en el séptimo país más pobres del continente africano. La elite habita los suburbios septentrionales de Harare, la capital, ajena a los problemas derivados de la hiperinflación. El régimen se ha favorecido de sus medidas. Wikileaks apunta que la fortuna del fallecido presidente Mugabe excedía los 1.000 millones de dólares y que, tras la toma de las granjas comerciales en manos de la minoría blanca, se había quedado con una quincena de esas propiedades.
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El acceso a los bienes raíces confiscados y el tráfico de diamantes han servido para beneficiar a altos cargos de la Administración y el Ejército. Según algunos estudios, la Hacienda perdió 2.000 millones de dólares procedentes de esta industria. El resultado son curiosas contradicciones en el país devorado por la hiperinflación. «Los vehículos de gama alta que circulan por aquí no se ven en España y los pobres se hacinan en los suburbios urbanos», advierte el misionero.
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