Al nacer, lo primero que hace un bebé es llorar, chillar. A la vida se entra a todo volumen. Así crecen los niños, que vienen equipados de serie con esa capacidad para sentirse contentos sin motivo. Y gritan por nada. Que retumbe su felicidad. Ya ... se encargará el tiempo de bajarles la intensidad de la alegría con una marea de preocupaciones. La guerra acelera ese proceso de maduración de forma exponencial, como sucede ahora con tantos menores palestinos e israelíes. Les arrebata de cuajo la infancia.
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Hila Rotem, una de las niñas judías secuestradas el 7 de octubre por Hamás y ahora liberada, no habla. Susurra. Como le ordenaban los milicianos palestinos durante las siete semanas que ha permanecido enjaulada en algún túnel oscuro de Gaza. Yair, su tío, le recuerda que ya puede hablar más alto. Pero a Hila le cuesta. «Siempre les decían que susurraran y se quedaran callados», apunta Yair en la publicación hebrea 'The Times of Israel'. Hila durmió bien durante su primera noche en libertad. En unos días celebrará su decimotercer cumpleaños. Con retraso. No pudo hacerlo durante el cautiverio.
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Entre los 69 rehenes liberados, la mayoría son menores. Apenas hablan. Cuentan en voz baja a sus familiares cómo fue su vida en las galerías de Hamás. Las comidas eran pobres e irregulares. Pan y arroz, que era también el menú de sus secuestradores. Han perdido peso. «Unos siete kilos», asegura Merav Raviv, familiar de dos secuestrados. Dormían en sillas de plástico, en grupos, alineados como si estuvieran en una sala de espera. Pero sin saber lo que les aguardaba. Lograr turno para ir al baño requería a veces horas de paciencia, de contención. Y todo a oscuras y entre cuchicheos.
Ohab Munder-Zichri, de nueve años, huye de los focos. Trasladado por el Ejército israelí a un lugar seguro e ingresado en un hospital para someterse a un chequeo médico, fue recibido por su compañeros de colegio. Uno de ellos, Eitan Vilchik, habló por él ante las cámaras del Canal 13 de Israel. «Ohab es fuerte», dijo. Su amigo les había contado cómo fue el tiempo en aquel agujero, pero se guarda el testimonio. Eso se queda en la cuadrilla. Ya tienen preparado el material escolar para ayudar a Ohab a recuperar las clases perdidas. Eitan desveló, eso sí, un detalle: «Sigue siendo capaz de resolver un cubo de Rubik en menos de un minuto». Podría hacerlo a oscuras. Así ha vivido, bajo tierra, durante casi 50 días.
Adina Moshe, de 72 años, fue liberada el viernes. Al salir, como contó uno de sus sobrinos, caminaba con la vista baja. Achinaba la mirada. Llevaba semanas sin luz y en compañía de otros rehenes a los que apenas veía. Como si cada uno estuviera en su propia celda. Sin casi hablar. Con la misión de no desesperarse ante la incertidumbre por su vida y la de los suyos. Había dado por perdida a la familia de su hijo. Al recuperar la libertad supo que habían sobrevivido de milagro tras el asalto a su granja del 7 de octubre. A su marido, Said, lo vio morir por defenderla ante los milicianos de Hamás.
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Adara Raiv ha recuperado a su abuela. Ahora tiene que contarle que su casa ha sido destruida. Los recuerdos hechos ceniza, como también sucede en buena parte de las localidades de Gaza. «Tiene 85 años. Es el hogar donde crió a sus hijos, allí estaban sus fotografías, su ropa, todo... Se ha quedado sin nada en plena vejez y se ve obligada a empezar de nuevo», contó su nieta.
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El estado de salud de los rehenes liberados es bueno. Están más delgados, desnortados y, muy probablemente, con efectos psicológicos colaterales que tendrán eco durante mucho tiempo. Itaj Pessach, jefe del Hospital Infantil de Safra, ha examinado ya a varios secuestrados. «Al reunirse con sus familias y ver que se recuperan físicamente, todo es optimismo. Pero tras lo que han pasado en el cautiverio les espera un largo camino hasta que se curen por completo», pronosticó.
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Sólo una anciana, Elma Abraham, de 84 años, se encuentra en estado crítico ingresada en un hospital. Padece varias enfermedades crónicas. Está sedada y precisa de un tubo para respirar. Antes de entrar en ese coma inducido le comunicaron que mientras permanecía a ciegas en el túnel había nacido un nuevo biznieto. El llanto entre los susurros de esta guerra.
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