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Cada día que pasa nuevas voces se suman en Israel a las críticas al plan del sistema judicial en el que trabaja el Gobierno, pero Benyamin Netanyahu no escucha. Isaac Herzog dirigió un discurso televisado a la nación en el que abandonó su habitual tono ... conciliador para arremeter contra un plan que «está mal, es opresivo, socava nuestros cimientos democráticos. Y por lo tanto, debe ser reemplazado por otro plan, uno que tenga consenso, y de inmediato». El presidente del Estado judío, que durante muchos años fue líder de la oposición al Likud en la Cámara, pidió que se detengan los trámites que ya están en marcha en el Parlamento para que el país «no descienda a un abismo social y constitucional».
Herzog dio un paso al frente tras semanas de protestas multitudinarias en Tel Aviv y las primeras divergencias en el seno de las Fuerzas Armadas, institución clave en Israel. Elevó el tono para indicar que «el paquete de legislación que se está discutiendo actualmente debe desaparecer, y rápidamente». Lo que sucede es que sus declaraciones tienen valor simbólico, no práctico, en un país donde quien manda es quien ocupa el asiento de primer ministro. Esa persona es Netanyahu y ahora gobierna gracias al apoyo de unos ultraortodoxos y ultranacionalistas sionistas que no tienen dudas sobre la necesidad de someter la Justicia al control del gabinete. En las calles gritan que la reforma erosiona la democracia, pero el Ejecutivo goza de una mayoría sólida en la Cámara que le permite avanzar con sus planes en lugar de buscar consensos con la oposición.
Los cambios que lidera el ministro de Justicia, Yariv Levin, buscan conceder al Gobierno el control del comité de selección judicial, limitar la autoridad de los asesores legales y, sobre todo, reducir la capacidad del Supremo para revocar ciertas leyes aprobadas en el Parlamento. Este proceso se produce de manera paralela al juicio por corrupción, abuso de confianza y malversación de fondos al que está sometido Netanyahu y que podría acabar con su carrera política.
Las críticas a la reforma de Netanyahu también llegan desde Estados Unidos, gran aliado de Israel. El secretario de Estado, Antony Blinken, recordó al primer ministro la necesidad de «encontrar consensos para un cambio así» durante su gira por Oriente Medio de enero. El líder del Likud escuchó las palabras sin perder la sonrisa y respondió diciendo que «Israel seguirá siendo una democracia».
El responsable de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, mantuvo el mismo discurso en su reciente viaje a Tel Aviv y tras su encuentro con Netanyahu y su homólogo en Defensa, Yoav Galant, dijo ante los medios que «la genialidad de la democracia, de la democracia estadounidense y de la democracia israelí, es que ambas se basan en instituciones sólidas, en controles y equilibrios, y en un poder judicial independiente».
Estos mensajes, como el de Herzog, apenas tienen impacto en las decisiones internas del nuevo Gobierno, que tiene la reforma de la Justicia como un tema prioritario y avanza con el proceso siguiendo los procedimientos necesarios. El reloj corre a favor de los intereses de Netanyahu.
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