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Johana Gil
Martes, 7 de febrero 2023, 09:22
«Ya no tengo fuerzas». Eran las palabras de los sobrevivientes que se escuchaban por doquier bajo los escombros cuando los equipos de rescate intentaban abrirse paso para llegar a las víctimas, relataba el estudiante de periodismo Muhammet Fatih Yavus que estaba en Gaziantep cuando ... se desató el terremoto. La catástrofe ha perdonado vidas, aunque la única manera de seguir su rastro era escudriñando el silencio. «Se escuchaban gritos por todas partes», relataba un hombre de 30 años cubierto de polvo. «Empecé a extraer rocas con las manos. Sacamos a los heridos con amigos, pero los alaridos no paraban. Fue entonces cuando llegaron los equipos de rescate».
De extremo a extremo del país, los ciudadanos pudieron sentir el temblor que acababa con la vida de miles de personas. El estruendo de los edificios derrumbándose en medio de la lluvia y la nieve despertaron a casi todo el país. Sako explicó que él y su familia estaban durmiendo cuando «de repente ha empezado a temblar toda la casa. Vivimos en un tercer piso y tenía la sensación de que se estaba agrietando. Me he levantado rápido de la cama y hemos corrido todos hacia el coche».
El pánico y el asombro superaban cualquier experiencia pasada en la provincia de Kahramanmaraş. «Nunca había visto algo así en mi vida. Nos balanceamos durante casi un minuto», señalaba Nilüfer Aslan. Agrupados en la misma habitación, «solo pensábamos en morir juntos. Era lo único que se me pasó por la cabeza», relataba.
El espanto iba creciendo conforme se sucedían las réplicas. «Todos están en las calles, la gente está confundida y no sabe qué hacer. El desconcierto es absoluto», indicó Özgül Konakçı, de 25 años, residente en Malatya, que acababa de ser testigo de cómo reventaban las ventanas de un edificio situado enfrente. Era de madrugada cuando su vida cambio para siempre; su mujer y su hermano lanzándose escaleras abajo mientras la lámpara se movía entre sacudidas. «Tan pronto como cogimos a mi sobrino de 3 años, escapamos», relata.
Quienes viven en la región son conscientes del alto riesgo de seísmos, pero todos coinciden en que lo ocurrido este lunes es «lo nunca visto». Melisa Salman, vecina de Kahramanmaras, está acostumbrada a «las sacudidas», pero este lunes estaba demudada. «Pensamos que había llegado el apocalipsis», dijo.
Algunos regresaron a sus casas para recoger algo de ropa para resguardarse del frío, pero los continuos temblores no tardaron en convertir las casas que aún aguantaban en trampas mortales. «No sabemos dónde ir, no tenemos hogar. Lo hemos perdido todo», lamentaba una mujer de 50 años.
Si la ola de frío habría paralizado el país, el terremoto ha terminado de colapsarlo. Quienes estaban lejos del epicentro, se llevaron la sorpresa por la mañana. «La noche anterior todos se fueron a dormir con las nevadas y la noticia del cierre temporal de las escuelas para evitar tragedias. Pero al despertar nos hemos enterado del terremoto», aseguró Ayaz. «Horas después se seguían sintiendo las réplicas y todos estábamos muy asustados de que la destrucción llegara a nuestras casas. Nos sentimos en peligro todo el tiempo», añadió.
Decenas de deportistas han fallecido en el siniestro. Muchos de ellos estaban alojados en hoteles a la espera de las próximas competiciones que debían celebrarse en el país. Ante la oleada de muertes, el exportero turco del Fenerbahce, Volkan Demirel, y ahora entrenador de Hatayspor envió un mensaje a través de sus redes sociales. «Envíen todos los recursos que tengan. Por favor, por el amor de Dios, la gente está muriendo aquí», dijo Demirel en una transmisión en vivo con lágrimas en sus ojos.
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