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En la lista de prisioneros palestinos a liberar por el Ejército de Israel hay un símbolo. Se llama Ahed Tamimi. Su rostro decora muros y carteles de Gaza y Cisjordania. Tiene ya 22 años, pero siempre será la niña pelirroja que con su manos se ... enfrenta a los soldados hebreos. Para los suyos, Ahed es el ejemplo de la resistencia. Para el Gobierno de Netanyahu, en cambio, es un personaje incómodo que nada tiene que ver con la imagen del terrorista contra el que luchan.
Biznieta, nieta, hija, hermana, sobrina y prima de activistas que llevan su apellido, el origen de Ahed Tamimi está en Nabi Saleh, una localidad de la Cisjordania ocupada por colonos judíos. En su infancia suenan los tiroteos entre los dos bandos. «Los niños no pueden ir diariamente a los colegios porque hay puntos de control, siempre existe el riesgo de que los cojan presos o los maten en el camino», contó durante un viaje a Madrid en 2018.
Dejó otra frase: «Los niños de Palestina no tenemos ilusiones y sueños como los del resto del mundo. Siempre hay algo que nos impide cumplirlos». A esa condena unió un mensaje de esperanza: «Estoy segura de que nuestra generación va a acabar con la ocupación». «El futuro -pronosticó- va a ser mejor». Lo dijo tras salir de la cárcel y antes de volver de nuevo a prisión.
Nació en 2001, en un nuevo siglo que seguía metido en la ciénaga del anterior, en el interminable conflicto entre palestinos e israelíes. De Ahed Tamimi se supo ya con 11 años. Era un cría delgada, de cabello rizado y el puño en alto sobre el kufiya (pañuelo palestino). Se encaró con un soldado: «¿Dónde has llevado a mi hermano?». La escena subió de tono un año más tarde. La misma niña mordió la mano del militar judío que, metralleta en mano, mantenía contra el suelo a su hermano, al que acusaba de haberle lanzado piedras. El chaval tenía un brazo enyesado.
Las cámaras de la opinión pública internacional la enfocaron definitivamente cuando tenía 16 años. Las movilizaciones en su ciudad ya no eran sólo porque los colonos hebreos se habían quedado con los pozos de agua. A eso se sumó que Donald Trump, presidente entonces de EE UU, acababa de anunciar el traslado de su embajada a Jerusalén, la ciudad sagrada. Los enfrentamientos se sucedieron en Nabi Saleh. Entre los heridos estaba uno de los hermanos de Ahed. Una pelota de goma lanzada por los agentes israelíes le desfiguró el rostro para siempre.
Ahed no se contuvo. En compañía de una amiga, arremetió con los dos soldados que vigilaban su casa. Determinada. Abofeteó a uno. El vídeo rebotó por las redes sociales. Ya era un símbolo de la contestación palestina. Una adolescente que lucha con sus manos contra uno de los mejores ejércitos del mundo.
Tres días después fue detenida. No la arrestaron por su acción, sino por la repercusión mediática que tuvo. Desde los sectores más extremistas de Israel se afeó la falta de reacción del soldado abofeteado. Sintieron que una niña había avergonzado al ejército. Una mujer, joven, sin velo y pelirroja que podría ser de cualquier país y que es palestina. Rompía el estereotipo del terrorista típico de Hamás.
Acabó entre rejas. Soportó en silencio los interrogatorios. Sin someterse. Había escuchado junto a la chimenea de su casa mil historias de torturas y muertes. Sus bisabuelos ya lucharon por Palestina en la guerra de 1948. Su padre, Bassem, casi murió tras una paliza en prisión. Su tío Dushdi falleció tras recibir un tiro en la espalda. Ahora, los jóvenes como ella reclaman su turno en este combate que se alimenta del odio entre palestinos y judíos.
Ahed Tamimi cumplió ocho meses de condena y al salir de la cárcel, en julio de 2018, inició un viaje reivindicativo por muchos países para defender la causa palestina. «Ser un símbolo es muy duro. Sé que me pueden encarcelar o incluso asesinar», dijo. El pasado 6 de noviembre volvió a ser detenida; esta vez, por «incitar al terrorismo» con un mensaje en las redes que, según Israel, decía: «Os masacraremos y diréis que lo que Hitler os hizo fue una broma». Ella lo niega.
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